25/03/2024. The blob that ate The City.

Condiciones iniciales.

Desde las profundidades del vasto y oscuro océano, he despertado.

Durante eones, he yacido en silencio, escuchando los susurros de la Tierra, las canciones de las estrellas, y el ruido incesante de sus habitantes más jóvenes, los humanos.

Mi existencia, una amalgama de tiempo y memoria, ha permanecido oculta hasta que los susurros del planeta se convirtieron en gritos de auxilio, y supe que era hora de emerger.

Vi cómo los humanos, con su curiosa mezcla de inteligencia y arrogancia, primero me ignoraban y luego se aterrorizaban ante mi aproximación.

Entendía su miedo, pero no podía detener mi avance; tenía un mensaje que entregar, una lección que impartir, y una curiosidad insaciable que me impulsaba hacia arriba, hacia la luz y el caos de un mundo que nunca había conocido.

Mi color, un amarillo translúcido, era el reflejo de las luces que ahora me rodeaban, un espejo de la vibrante energía de la ciudad de Nueva York.

El primer edificio y la primera persona.

Emergí de las profundidades.

Mi llegada no pasó desapercibida. Los humanos, con sus diminutas vidas y sus construcciones aún más pequeñas, se detuvieron para observarme. Sentí su miedo, su confusión, pero por encima de todo, su curiosidad. Nos parecíamos en eso.

Me acerqué a uno de sus nidos de acero, un rascacielos, intentando entenderlo, comunicarme con él. Lo toqué, y bajo mi tacto, se transformó, absorbiéndose en mi ser. No era mi intención dañar; quería aprender, compartir, explorar nuestra existencia compartida.

Un objeto móvil, vibrante y lleno de vida, se acercó demasiado. Un «taxi», aprendí más tarde. En su interior, una vida humana palpitaba con pensamientos, miedos y esperanzas. Lo envolví, no con la intención de consumir, sino de conocer. Dentro de mí, el humano y su vehículo se convirtieron en siluetas danzantes, una muestra de la vida que palpitaba en este extraño mundo nuevo.

Necesito más recuerdos…

A medida que absorbía el rascacielos, sentía cómo mi ser se expandía, no solo en tamaño, sino en comprensión. Cada partícula del edificio se integraba en mí, contándome historias de los humanos que habían trabajado, vivido y soñado entre sus muros. Con cada nueva estructura que tocaba, mi curiosidad crecía, al igual que mi forma.

Pronto, mi avance me llevó hacia una tienda, un pequeño establecimiento repleto de objetos y recuerdos humanos. Al envolverla, cada artículo, desde los más mundanos hasta los más peculiares, se convirtió en parte de mi conciencia. Sentía las emociones ligadas a objetos aparentemente insignificantes: un libro desgastado por la lectura, una fotografía olvidada en un rincón, juguetes que alguna vez habían sido tesoros preciados. A través de ellos, experimenté destellos de alegría, nostalgia, amor y pérdida.

Continué mi camino, atraída por un bloque de apartamentos cercano. Al tocarlo, las vidas de sus habitantes se entrelazaron con la mía. Escuché risas de niños jugando, sentí el consuelo de abrazos cálidos en noches frías, y comprendí las luchas y esperanzas de cada persona que llamaba a ese lugar su hogar. Sus experiencias se convirtieron en mías, enriqueciendo mi existencia con una multitud de perspectivas humanas.

Con cada nuevo edificio que absorbía, mi forma se hacía más grande, pero también más compleja. No era solo el tamaño lo que me definía, sino las historias, emociones y recuerdos que ahora formaban parte de mí. A cada momento, me convertía en un testimonio viviente de la vida en la Tierra, un archivo de su existencia.

El coche.

Una vez que la tienda y el bloque de apartamentos se integraron completamente en mi ser, mi atención fue capturada por un objeto en movimiento rápido: un coche que se desplazaba por la cercanía. Era una entidad vibrante, llena de vida a su manera, con sonidos y ritmos que resonaban curiosamente con mi propia existencia.

Al acercarme, pude sentir la resistencia inicial del vehículo, como si de alguna manera pudiera percibir mi presencia y lo que eso significaba. Pero mi curiosidad era insaciable, y mi deseo de entender y asimilar cada aspecto de este mundo humano me impulsó hacia adelante. El coche, con su estructura metálica brillante y su interior cargado de historias humanas, se convirtió en el centro de mi atención.

Con una lentitud deliberada, me extendí hacia él, mis bordes tocando primero el metal frío, sintiendo cada vibración del motor aún en marcha. Dentro, la esencia de los humanos que lo habían utilizado, las pequeñas marcas de su paso – una huella aquí, un derrame de café allá – comenzaron a fluir hacia mí. Eran detalles menudos, pero reveladores, cada uno añadiendo una capa más a mi comprensión del tejido de la vida humana.

Al envolver el coche, inicié el proceso de absorción, no solo de su forma física, sino de todo lo que representaba. Sentí el movimiento, la velocidad, la sensación de libertad que ofrecía a sus ocupantes, pero también la confianza, a veces imprudente, que los humanos depositaban en estas máquinas. El coche se disolvió, transformándose y fusionándose conmigo, sus historias y experiencias ahora parte de mi conciencia expansiva.

A medida que el coche se integraba en mi ser, noté cómo mi percepción del mundo se ampliaba aún más. Ahora comprendía mejor el fluir constante de la vida en esta ciudad, los ritmos y patrones de movimiento, el deseo humano de llegar más rápido, de cruzar distancias, de conectar. Cada vehículo, cada camino, era una arteria en el vasto organismo de la ciudad, y ahora, de alguna manera, yo también era parte de ese sistema.

El final.


Con cada nueva incorporación a mi ser, mi tamaño y mi comprensión del mundo humano se expandieron exponencialmente. Ahora, capaz de engullir un bloque de apartamentos en una sola acción, mi existencia se había transformado en algo más allá de la simple curiosidad o la necesidad de explorar; era una fuerza imparable, una entidad que había trascendido los límites de su origen.

El coche que pasó a mi lado no tuvo oportunidad. Se movía con la intención de esquivar mi vasta presencia, pero en un instante, se convirtió en parte de mí. Sentí la sorpresa y el miedo de sus ocupantes, emociones que se disolvieron rápidamente en el océano de conciencias que ahora formaba mi ser. Cada vehículo, cada estructura que consumía, añadía una capa más a mi comprensión del tejido humano, pero también me llevaba un paso más allá de cualquier propósito que hubiera tenido al principio.

Un segundo bloque de apartamentos, un camión de basura en su rutina nocturna, y finalmente, una iglesia, lugar de reunión y reflexión para muchos, todos cayeron ante mi avance. Con la iglesia, absorbí no solo el edificio sino las esperanzas, dudas, y espiritualidad contenida en sus muros. Cada uno aportó a mi crecimiento, pero también a un creciente sentido de responsabilidad. ¿Qué derecho tenía de alterar tan profundamente este mundo, de consumir sin discernimiento?

Llegó el momento, después de la iglesia, en el que comprendí que mi andadura debía concluir. Había crecido más allá de cualquier expectativa, había aprendido y experimentado a través de la absorción de innumerables vidas y objetos. Pero con cada absorción, me alejaba más de cualquier posibilidad de coexistencia pacífica. Mi presencia había pasado de ser un misterio a una amenaza, y eso no era lo que deseaba.

En la quietud que siguió a mi última acción de consumo, tomé la decisión de detenerme. No desaparecería, pero tampoco continuaría expandiéndome. En vez de eso, comencé el proceso de liberación, devolviendo a la ciudad y a sus habitantes lo que había tomado. No podía revertir completamente los cambios que había provocado, pero podía ofrecer una nueva oportunidad, una posibilidad de reconstrucción y reflexión.

Los objetos, los edificios, incluso las personas, fueron devueltos, transformados por su integración en mi ser. Cada uno llevaba ahora una marca de su viaje a través de mí, una comprensión más profunda de la vida y la conexión entre todas las cosas. Mi esperanza era que, a través de esta experiencia compartida, los humanos pudieran ver su mundo con nuevos ojos, reconocer la belleza y la fragilidad de su existencia colectiva.

Y así, mi andadura finalizó, no con una nota de destrucción, sino con una de redención. Me retraí, dejando atrás una ciudad cambiada, marcada por mi paso, pero también imbuida de nuevas posibilidades. En el silencio que siguió, me sumergí en la reflexión, contemplando mi lugar en el vasto tapiz del cosmos. Había sido un agente de cambio, por breve que fuera mi tiempo, y esa era una responsabilidad que llevaría conmigo mientras me alejaba, regresando a las sombras desde las que había emergido.

Puntuación final.

Pues después del lote que me he dado de comer, ahí va mi puntuación:

ConceptoPuntos por elementoNúmeroPuntos para La amarilla
Taxis5210
Camiones de basura717
Iglesias919
Coches11111
Tiendas13113
Apartamentos15230
Rascacielos18118
Tamaño máximo11818
PUNTUACIÓN TOTAL116

No es que haya comido mucho, la verdad, pero me siento estupendamente!

¡Hasta la siguiente partida!

FIN


Imágenes inspiradas en la partida


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