La mañana había comenzado con una niebla ligera y un silencio inquietante. Elaria estaba en la cocina, destilando una pequeña cantidad de Deep Reed para futuras mezclas, cuando se escuchó un golpe seco en la puerta. Thiriel, desde su rincón, ni se movió. Era un hombre del pueblo, joven, nervioso, con ojeras marcadas y un pañuelo apretado contra la garganta.
