La posada te recibe como un refugio. Apenas empujas la puerta de tu cuarto, dejas caer tu cuerpo sobre la cama, botas y todo, y te sumes en un sueño tan profundo que ni los ruidos de la taberna logran perturbarte.
Jugando en solitario, y mis gatos
La posada te recibe como un refugio. Apenas empujas la puerta de tu cuarto, dejas caer tu cuerpo sobre la cama, botas y todo, y te sumes en un sueño tan profundo que ni los ruidos de la taberna logran perturbarte.
Tras varios días de descanso en Sylvandor, Pizca y sus tres leales compañeros, Brinco, Sombra y Trueno, vuelven a sentirse en plena forma. Con las heridas curadas y el ánimo renovado, lo primero que hacen es dirigirse al mercado.
El amanecer trajo consigo un resplandor dorado entre las copas de los árboles que rodeaban la Fortaleza de Sylvandor. El aire era fresco, perfumado por la savia de los pinos y el canto suave de los pájaros. Pizca y sus tres leales compañeros, ya repuestos de todas sus heridas y fatigas, salieron del alojamiento decididos a conocer la ciudad élfica.
Aunque la vida en Grumdrak era cómoda y segura, el espíritu inquieto de Pizca no estaba hecho para permanecer entre muros de piedra. Ya repuesta de sus heridas, y con sus perros sanos y dispuestos, decidió que era hora de continuar la exploración del continente.
Tras una noche de descanso reparador y sin incidentes, los cuatro viajeros emprendieron rumbo hacia las vastas llanuras del oeste. La brisa fresca acariciaba la hierba ondulante, y el horizonte se extendía sin fin bajo un cielo despejado. La paz en aquellos parajes era absoluta, tanto que hasta los perros de Pizca trotaron sin mostrar el menor signo de alerta.
El viaje fue breve. En apenas una jornada, Pizca y sus tres leales perros alcanzaron los alrededores de Valdoria, la orgullosa ciudad humana de altas torres y tejados rojizos que destacaban como brasas encendidas en el horizonte.
El viaje hacia Lindarë fue largo. Durante dos días, Pizca y sus tres leales perros avanzaron por senderos envueltos en brumas matinales y praderas teñidas de dorado. Las provisiones menguaron y, cada noche, el grupo se acurrucaba junto al fuego, bajo un manto de estrellas.
Pizca llevaba una vida tranquila en Elvandar, quizás demasiado tranquila. Entre los muros seguros de la ciudad, sus días transcurrían entre pergaminos, polvo de libros y el ocasional regateo en el mercado, donde su instinto felino y su sonrisa traviesa le permitían vender cualquier baratija al doble de su valor. Era una existencia cómoda, sin grandes riesgos, y precisamente por eso, asfixiante.
Juego de exploración de mazmorras en solitario. Las reglas son extremadamente sencillas y rápidas, lo que te da más tiempo para lo mejor: ¡Explorar! Jugarás con un aventurero débil que busca dinero y fama. ¡Mucha suerte! (La vas a necesitar).
Nacida en las callejuelas del barrio de los tintoreros, Pizca aprendió desde pequeña a moverse con sigilo, a escuchar más de lo que hablaba, y a distinguir el tintineo de una moneda desde el otro lado del mercado. Su madre, una curandera errante de la raza de los Persona Gato, murió joven, dejando a Pizca al cuidado del maestro Alther, un archivista jubilado con más libros que paciencia.