Her Odyssey. Partida 1. Día 34. Llega una sombra.

Seguimos con la historia con la crónica de la Partida 1 del juego Her Odyssey, día 34.

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Estadísticas iniciales

Partida 1 al juego Her Odyssey. Saria.
EstadísticasContadores
Vitalidad3Días favorables20
Rapidez2Días desfavorables13
Fortaleza3Esperanza13

El desafío de las cartas

Q de Diamantes

Los diamantes sugieren pueblos, ciudades. Una enfermedad. Una vivienda abandonada. Un falso amigo. Un espejismo o ilusión. Desconfianza. Rumores y mentiras. Un accidente. Una revelación.

Como el valor es 12, el desafío es alto.

Desarrollo

El sol apenas comenzaba a iluminar las calles del pueblo cuando Saria, Veyne y Aren bajaron a desayunar al salón de la posada. La noche había sido tranquila, pero la relación entre Saria y Veyne ya no era la misma. Saria estaba cada vez más cálida con él. Veye, por su parte, le robaba toques sutiles a su mano cuando nadie miraba, inclinaba su cabeza un poco más cerca cuando le hablaba, y, de vez en cuando, su sonrisa tenía un matiz que solo ella entendía.

Aren, por supuesto, no dejó pasar la oportunidad de molestarlos.

—Buenos días, tortolitos —dijo con una sonrisa burlona mientras se dejaba caer en la mesa.

Saria solo le dedicó una mirada seca y empezó a servirse algo de pan.

Pero antes de que pudieran seguir con su desayuno se olló una algarabía en la calle. La puerta de la posada se abrió de golpe, y una mujer noble cruzó el umbral con paso firme, seguida de arios escoltas. En sus túnicas, el símbolo de la Orden del Mar brillaba con un azul profundo.

Los aldeanos se quedaron en silencio, algunos desviando la mirada, otros inclinando levemente la cabeza con respeto o miedo.

La mujer, vestida con un elegante abrigo de terciopelo azul oscuro, se quitó los guantes de piel con calma antes de hablar.

—Necesito hablar con el posadero.— Su voz era firme, sin urgencia, pero con la autoridad de alguien acostumbrado a ser escuchado.

Saria, Veyne y Aren intercambiaron miradas rápidas.

—Tenemos que movernos. —susurró Veyne, ya buscando una salida discreta.

Aren asintió y se inclinó más cerca de Saria.

—La Orden del Mar no suele andar con nobles. Esta mujer es importante para ellos.

El posadero se acercó con cautela, secándose las manos en su delantal.

—¿En qué puedo ayudarla, mi señora?

La noble se giró lentamente, dejando que su mirada recorriera la taberna.

—Solo estoy de paso —dijo con un tono ligero—. Pero he oído rumores de forasteros que han llegado recientemente.

Saria se quedó inmóvil, apretando con su mano la jarra, mientras su mirada furtiva confirmaba lo imposible. Esa voz, esa presencia… Lysandre. El pasado que había intentado dejar atrás acababa de entrar por la puerta de la posada. Veyne, sentado a su lado, notó el cambio en su expresión. No dijo nada, pero su postura se tensó sutilmente. Aren, que estaba de espaldas a la escena, seguía concentrado en acabarse su desayuno, sin percatarse todavía.

La noble se quitó el abrigo con un ademán teatral, como si el mismo aire del lugar fuera indigno de tocar su piel.

—Dame una habitación, ahora mismo. —su tono era de absoluto desprecio—. Y que sea la mejor que tengas, posadero. No pienso respirar el mismo aire que toda esta chusma.

El tabernero, con la cabeza gacha, asintió rápidamente.

—P-por supuesto, mi señora.

Lysandre señaló hacia detrás de ella, mirando de reojo a sus escoltas.

—Y prepara otras habitaciones para mis acompañantes. No pretenderás que duerman en este establo improvisado.

El posadero no protestó.

Saria parecía querer fundirse con su jarra. Lysandre era demasiado perspicaz y si la miraba de fernte, podría reconocerla. Aren, aún concentrado en su desayuno, susurró sin mover los labios.

—¿Quién es?

Saria no apartó la vista de su plato.

—Alguien a quien no quería volver a ver nunca.

Saria se inclinó un poco hacia ellos, su voz apenas un murmullo.

—Es Lysandre.

Veyne entrecerró los ojos.

—¿Lysandre?

—Sí, Lysandre.

Aren silbó por lo bajo.

—Maldita sea.

Saria, Veyne y Aren permanecieron inmóviles, fingiendo indiferencia mientras Lysandre continuaba su espectáculo de arrogancia. La mujer hablaba con desdén absoluto al posadero, como si su sola presencia fuera una ofensa.

—¿Esto es lo que llamas un establecimiento decente? He visto establos más limpios que este lugar.

El posadero apretó los dientes, pero mantuvo la cabeza gacha.

—Mis disculpas, mi señora. Le aseguro que haremos todo lo posible para atenderla como se merece.

Lysandre resopló.

—Si realmente lo hicieras, ya me habrías ofrecido algo digno para beber en lugar de dejarme perder el tiempo hablando contigo.

El hombre se apresuró a ordenar a uno de sus empleados que trajera vino.

Lysandre no decía nada útil, todo eran órdenes, quejas y vejaciones. La clásica actitud de una noble que se creía por encima del mundo. Finalmente, tras asegurarse de que sus habitaciones estaban listas, subió las escaleras con su séquito de la Orden del Mar.

Cuando la última puerta en el segundo piso se cerró tras ellos, Saria exhaló por fin.

Veyne bebió lo que quedaba de su jarra y se apoyó en la mesa.

—Bueno… eso fue un espectáculo.

—Nada útil. Solo puro veneno. — confirmó Aren.

Saria se pasó una mano por la cara, tratando de calmar la tensión en sus hombros.

—Pero ahora sabemos dónde están.

Veyne sonrió con un destello de astucia en los ojos.

—Y si conseguimos una forma de escuchar lo que dicen en esas habitaciones… quizás podamos enterarnos de algo interesante.

Saria miró al posadero, que regresaba con una bandeja vacía, su expresión aún irritada por el trato que le había dado Lysandre. Se levantó y se acercó a él.

—Necesitamos hablar contigo.

El posadero les lanzó una mirada sospechosa.

—No quiero problemas.

Veyne sonrió con calma.

—No te los daremos. Pero… podríamos hacer un trato.

El hombre frunció el ceño, pero no rechazó de inmediato la oferta.

—Sabemos que esas habitaciones no son perfectas. Los edificios antiguos tienen huecos, tablones sueltos… puntos donde el sonido se filtra. — dijo Saria bajando la voz. El posadero la observó en silencio. —Queremos saber si hay una forma de escuchar lo que se dice en esas habitaciones sin ser vistos.

Aren se cruzó de brazos y lanzó la oferta.

—Si nos ayudas, te pagaríamos una suma importante.

El hombre se quedó en silencio unos segundos. Luego, suspiró y los miró con cautela.

—Tal vez… haya una forma.

El posadero miró a su alrededor con cautela, asegurándose de que nadie los observaba. Luego, con un gesto discreto, les indicó que lo siguieran.

—No hablen —susurró mientras los guiaba hacia la parte trasera de la posada.

Los llevó por un pasillo angosto, pasando por la cocina y un almacén lleno de barriles y sacos de harina. El olor a madera húmeda y especias viejas impregnaba el aire. Finalmente, se detuvo frente a una estantería de madera desgastada.

—Esto ya estaba aquí cuando abrimos la posada. —murmuró, apoyando una mano en un costado del mueble.

Con un leve empujón, la estantería se deslizó con un crujido discreto, revelando un pasillo estrecho detrás de ella.

Aren fue el primero en hablar, con una sonrisa divertida.

—Voy a fingir que no me impresiona.

El posadero resopló.

—Las construcciones antiguas tienen secretos. Y a veces, esos secretos sirven para sobrevivir.

Veyne arqueó una ceja.

—¿Para qué fue construido esto?

El hombre bajó la voz.

—Para huir. Hace muchos años, este pueblo no era tan tranquilo como parece. Los antiguos dueños de la posada necesitaban una forma de escapar en caso de peligro… o de escuchar lo que no debían.

Saria observó el pasillo. Era estrecho, con paredes de madera vieja y tablones que crujían levemente bajo los pies.

—¿Esto nos lleva a las habitaciones donde se hospedó la noble?

El posadero asintió.

—Las paredes no son muy gruesas. Si hablan alto, podrán oír lo que dicen.

Veyne sonrió con satisfacción.

—Bien… veamos qué secretos guarda Lysandre.

El posadero volvió a deslizar la estantería en su lugar.

—No se queden ahí demasiado tiempo. Si los descubren, no podré ayudarlos.

Saria asintió y, sin perder tiempo, se internó en el pasadizo con Veyne y Aren tras ella, pisando con cuidado para no hacer ruido. El aire estaba cargado de polvo y humedad, con el crujido ocasional de la madera bajo sus pies. Finalmente, se detuvieron en el punto exacto donde la pared del pasillo daba a la habitación de Lysandre. Su voz resonaba alto y claro con su tono habitual de superioridad y desprecio.

—Este lugar es un basurero.

Silencio. Después, un sonido de tela al moverse, como si se hubiera dejado caer sobre una silla con fastidio.

—Debería haber viajado en una embarcación decente, no en esa carreta infernal. Si Lord Iskander supiera cómo me tratas…

Un gruñido bajo.

—Mi señora —respondió una voz grave y con autoridad.

—No me llames «mi señora» como si no supieras quién soy para él.

Saria podía imaginar la expresión de arrogancia en el rostro de Lysandre.

El general suspiró, claramente irritado.

—Lysandre, Lord Iskander nos ha enviado con una misión clara. No podemos darnos el lujo de detenernos por comodidades innecesarias.

—¿Y qué importa eso? Cuando volvamos a Puerto Goldran, le contaré todo a Iskander.

Hubo un silencio incómodo.

Aren, que apenas contenía una risa burlona, susurró entre dientes:

—Dioses, qué insufrible es.

Pero entonces, Lysandre exclamó con una voz de tono mucho más bajo.

—Sabes que han estado aquí, ¿verdad?

El general bufó.

—¿Quiénes?

—Los forasteros. Puedo sentirlos.

¿Como demonios… ? Aren dejó de respirar por un instante. Veyne maldijo en su mente.

—Hace poco —continuó Lysandre, con tono calculador—. No hace más de un día.

El general, en cambio, no parecía impresionado.

—¿Otra de tus intuiciones?

Lysandre rió suavemente.

—Sabes que no fallo. — Y un nuevo cambio de humor acudió a su voz. —Debemos interrogarlos. Quizás ellos tengan la clave que buscamos.

El general suspiró con frustración.

—¿Y si no?

Lysandre sonrió con malicia.

—Entonces nos desharemos de ellos.

Las palabras de Lysandre seguían flotando en la cabeza de Saria, como una maldición imposible de disipar «Cuando volvamos a Puerto Goldran, le contaré todo a Iskander». Iskander. Dagon. El hombre que una vez fue su todo, que le hizo creer que ella era su mundo, que la traicionó. Y al que apuñaló. Los recuerdos volvieron a su cabeza como un mar embravecido, furiosos y despiadados. La noche en su lecho, envuelta en sus brazos, las promesas murmuradas entre besos, las palabras que la hicieron creer que ella era lo único que importaba. Y luego… la traición. Su sangre en sus manos cuando hundió la hoja en su carne. La expresión de sorpresa en su rostro…

—Saria.— La voz de Veyne la sacó de su trance. Sintió su mano sobre la suya, firme, anclándola a la realidad. Parpadeó, su respiración todavía agitada. No podía perderse en esto. No otra vez. Aren la observaba con el ceño fruncido. Él no hacía preguntas, pero entendía que algo dentro de ella acababa de romperse de nuevo.

—Tenemos que movernos —insistió Veyne en voz baja.

Saria cerró los ojos, inhaló hondo, y reprimió el torbellino de emociones.

No era el momento.

Lysandre y Dagon podrían arder en el infierno juntos.

Pero ella tenía que salir de allí primero.

—Vámonos —susurró, respirando hondo y reprimiendo el torbellino de emociones. Se apartó de la pared y, con el corazón latiéndole en las sienes, se adentró en las sombras del pasadizo.

Saria cerró la puerta de su habitación con más fuerza de la necesaria. Aren y Veyne entraron tras ella en silencio, pero ella apenas los notó. Su mente estaba en otra parte, más concretamente en las palabras que acababa de escuchar. En Dagon, o en Iskander, o en como quiera que quisiesen llamarlo. ¿Qué más daba su nombre? Seguía siendo el mismo hombre que le había hecho creer que la amaba… solo para destrozarla.

Y de repente lo entendió todo. Ya sabía por qué Lysandre estaba allí. Recordaba cuando le habló a Dagon de Lysandre, desde su primer encuentro hasta su despedida en el pantano. Él nunca mostró interés en aquella historia. La escuchó con esa calma calculadora, como si fuese una anécdota sin importancia. ¿Pero qué hizo después? Fue a buscarla y le prometió lo que Lysandre quería, que la dejaria destrozarla si con eso conseguía lo que él realmente quería. La perla. No a ella, ella no era nada para él, ella solo le entregó su alma para que él la deestrozase. Él solo quería la perla.

Se dejó caer en la cama y rompió a llorar. No quería. Odiaba llorar, pero no podía evitarlo. Todavía había una parte de ella que se negaba a aceptar lo poco que significaba para él.

Aren y Veyne intercambiaron una mirada. Nunca la habían visto así, totalmente derrumbada y derrotada.

—Creo que es mejor que os deje solos — dijo Aren incómodo, pasándose los dedos por el pelo. Y sin decir más, salió de la habitación, cerrando la puerta detrás de él.

Ambientación de la partida 1 del juego Her Odyssey

Veyne no se movió. Se acercó despacio y se sentó en el borde de la cama. Se inclinó hacia ella y, con más suavidad de la que jamás había usado, la abrazó. No dijo nada, no intentó consolarla. Solo se quedó allí. El entendía demasiado bien lo que era perder algo que alguna vez había sentido real, aunque nunca lo hubiese sido.

El llanto de Saria fue quedando atrás poco a poco. Inspiró hondo y se separó de Veyne con lentitud. Su rostro estaba húmedo, su respiración aún temblorosa, pero su mirada volvía a estar firme. Saria bajó la vista y se pasó las manos por la cara, limpiando los rastros de su llanto.

—Es mi culpa que Lysandre esté aquí.

Veyne frunció el ceño.

—¿Qué quieres decir?

Saria tragó saliva y, por primera vez en mucho tiempo, dijo en voz alta la verdad que había estado tratando de ignorar.

—Yo… yo le hablé de ella a Dagon.— Veyne se quedó en silencio. No la interrumpió. —Cuando todavía… cuando todavía confiaba en él. Le hablé de la primera vez que me encontré con Lysandre. De su historia, de su ambición, de la forma en que te trató, y cómo después la encontramos en el pantano y descubrimos lo que era realmente. — Se mordió el labio con rabia. —Y él… no dijo nada. No parecía interesado. Pero ahora sé que eso también era mentira. Sí que le importaba, sí que estaba prestando atención, porque fue a buscarla y le prometió lo que más deseaba. Le ofreció mi cabeza en bandeja de plata. — Veyne se tensó. —Y lo único que le pidió a cambio fue la perla.

Silencio. Veyne lo entendió de inmediato. Cerró los ojos un momento y luego, con un gesto casi involuntario, tomó la mano de Saria entre las suyas.

—No es tu culpa. — Su voz fue baja, firme.

Pero Saria solo resopló con amargura.

—Claro que lo es. Yo le di esa información.

Veyne la apretó un poco más fuerte.

—No. Él es quien decidió traicionarte.

Saria tragó saliva. Parte de ella aún se culpaba, pero la otra parte… La otra parte quería venganza. Exhaló despacio, dejando que la rabia la estabilizara. No tenía sentido quedarse atrapada en la culpa. Todavía tenían una oportunidad de adelantarse a Lysandre.

Se puso en pie con determinación y miró a Veyne con un gesto firme.

—Nos vamos.

Veyne asintió sin preguntar más y fue a buscar a Aren.

Reunieron sus cosas en silencio y cuando estuvieron listos, salieron con cautela, esquivando la atención en la posada. Lysandre y su séquito de la Orden del Mar seguían arriba, y no podían arriesgarse a cruzarse con ellos. El tiempo apremiaba y necesitaban hablar con Edric antes de desaparecer.

Edric los recibió en su habitación con una ceja arqueada y una copa de vino en la mano. Estaba en su modo más relajado, pero su mirada se afiló en cuanto vio sus expresiones.

—¿Algo me dice que esto no es una visita amistosa?

Veyne cerró la puerta tras ellos.

—Nos vamos.— dijo Saria directamente.

Edric parpadeó.

—¿Perdón?

—Nos vamos del pueblo. Hoy.— continuó Saria.

Edric dejó su copa en la mesa con un gesto pausado.

—¿Esto tiene algo que ver con nuestra invitada inesperada?

—Es más peligrosa de lo que imaginas — dijo Saria asintiendo..

Edric suspiró, apoyando las manos en su escritorio.

—Puedo ver que no me vais a dar muchos detalles… pero eso solo lo hace más intrigante.

Veyne apoyó un codo en la pared.

—Lysandre está aquí con la Orden del Mar. Nos está buscando.

Edric silbó por lo bajo.

—Y supongo que prefieren no esperar a que los encuentre.

Saria lo miró con seriedad.

—Nos veremos contigo en dos días. En el bosque, en la linde que da al pueblo.

Edric inclinó la cabeza, estudiándolos.

—¿Y hasta entonces? Admiro la paciencia, pero… — Se inclinó levemente hacia ellos, con los ojos entrecerrados. —Si Lysandre está realmente tras ustedes… no creen que lo mejor sería irnos ya?

Saria sostuvo su mirada.

—No.

Edric la estudió un instante más y luego, con un suspiro dramático, levantó las manos en señal de rendición.

—Está bien. Nos veremos en dos días.

—Una cosa más, Edric. — comenzó a decir Saria. Pensó que Edric debería saber la verdad. Lysandre era un peligro para todo el que se cruzase en su camino, y no quería que estropease también su acuerdo seduciendo a Edric. Le contó que Lysandre era un súcubo.

Edric no reaccionó de inmediato. Se quedó en silencio, con su copa de vino a medio camino entre la mesa y sus labios. Sus ojos brillaban con algo entre incredulidad y curiosidad.

—Un súcubo… —repitió en voz baja, dejando la copa lentamente sobre la madera.

Aren se cruzó de brazos.

—Sí. Y no estamos bromeando.

Veyne se inclinó un poco más hacia él, con la expresión seria.

—Si te acercas a ella, lo lamentarás.

Edric exhaló y apoyó un codo en la mesa, llevándose una mano al mentón. Parecía estar evaluando opciones.

—¿Cómo de peligrosa es?

Saria no titubeó.

—Más de lo que imaginas.

Edric levantó la mirada hacia ella, con un destello de interés en los ojos.

—¿Tú la has enfrentado antes?

Saria sostuvo su mirada con frialdad.

—Sobreviví a ella.

Edric dejó escapar un leve suspiro y negó con la cabeza.

—Bien. Voy creerles. Me resultan lo suficientemente interesantes como para no querer verlos morir todavía. — Se inclinó un poco sobre la mesa y su sonrisa se volvió más astuta.— —Además, si realmente es un súcubo… quizá sea ella quien deba tener cuidado conmigo.

—No es un juego, Edric.— bufó Veyne.

El mercader levantó las manos con una risa suave.

—Tranquilos. No pienso probar mi suerte con una criatura que puede drenarme hasta dejarme seco.— Tomó su copa y bebió un último sorbo.——Lo tendré en cuenta.

Saria asintió.

—Nos vemos en dos días.

Edric les dedicó una última sonrisa despreocupada antes de apoyarse en su silla con tranquilidad.

—No lleguen tarde.

Saria, Veyne y Aren dejaron la posada sin más demora. El bosque los recibió con su aroma fresco a hojas y tierra húmeda, y Kaelthar los recibió con un gran lametón a Aren y un gran pisotón a Veyne. Luego ocupó su lugar al lado de Saria y no se movió de allí. Aren lideró el camino hasta una zona segura, lejos del pueblo, donde acamparían en la sombra de los árboles, esperando el atardecer.

Cuando el sol comenzó a descender en el horizonte, tiñendo el cielo de tonos rojizos y dorados, Saria, Veyne y Aren dejaron el bosque y regresaron a la costa, esta vez en una zona diferente a la del dia anterior.

Tirada de dados

De repente, a lo lejos, con la luz del atardecer en el ángulo perfecto y entre las aguas menguantes de la marea baja, las sombras del barco hundido emergieron entre las rocas y la arena mojada. Un casco roto, medio sumergido en la ensenada, con las maderas ennegrecidas por el tiempo y la sal. No quedaba mucho de su antigua forma, pero aún se podía ver la estructura de lo que alguna vez fue una gran embarcación.

El barco de Eryon Taldare.

Veyne soltó un silbido bajo.

—Bueno… por fin lo encontramos.

Aren se cruzó de brazos con una sonrisa satisfecha.

—¿Ven? Los dos solos se entretienen y no se fijan en nada. Hace falta mi presencia para que no se distraigan y encuentren las cosas que han venido a buscar, en vez de …

La voz de Aren no era más que un murmullo en los oidos de Saria, que no apartó la mirada del barco. Si Eryon dejó un mensaje antes de desaparecer… estaba allí, esperándolos.

Y mañana, irían a buscarlo.

Ambientación de la partida 1 del juego Her Odyssey

Estadísticas finales

Tiradas de dados: 9. Puntuación Omén: 12. Día desfavorable.

Partida 1 al juego Her Odyssey. Saria.
EstadísticasContadores
Vitalidad3Días favorables20
Rapidez3Días desfavorables14
Fortaleza4Esperanza13

¡Tenemos el barco, tenemos el barco!

Hasta luego, gente!

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