Seguimos con la historia con la crónica de la Partida 1 del juego Her Odyssey, día 33.
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Estadísticas iniciales

Estadísticas | Contadores | ||
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Vitalidad | 3 | Días favorables | 20 |
Rapidez | 2 | Días desfavorables | 12 |
Fortaleza | 3 | Esperanza | 13 |
El desafío de las cartas

Los corazones sugieren tierras de cultivo, prados, páramos. Una clave. Curiosidad. Consecuencias tardías. Un ejército. Una trampa. Una acusación. Un mal funcionamiento. Un reflejo del amor perdido del vagabundo.
Como el valor es 6, el desafío es medio.
Desarrollo
El amanecer trajo consigo un día despejado. El mar reflejaba la luz con un resplandor dorado, y la brisa salada se colaba entre las calles del pueblo, mezclándose con el aroma del pescado fresco y la madera mojada de los muelles. Saria, Veyne y Aren decidieron aprovechar el día sin prisas, explorando la ciudad y sus alrededores tranquilamente. Caminaron por la orilla del mar, dejando que las olas mojara sus botas. Recorrieron el mercado, donde los mercaderes locales vendían mariscos, especias traídas de otros puertos y ropa de lino sencilla. Se detuvieron en la plaza, donde los niños jugaban entre barriles apilados y los ancianos observaban la vida pasar.
Mientras paseaban cerca de un pequeño puesto de frutas, una voz arrugada y frágil se metió en su conversación.
—Eryon Taldare…
Los tres se giraron de inmediato. Era una anciana. Pequeña, de cabello gris enredado bajo un pañuelo azul, con la piel curtida por los años y el sol. Su mirada no era la de alguien perdido en la vejez.
—¿Perdón? — dijo Saria acercándose con cautela a la anciana.
—Los escuché hablar.— replicó ella — Dijeron su nombre. Hace mucho que nadie lo menciona.
—¿Lo conociste? — preguntó Aren.
La mujer negó con la cabeza.
—No en persona. — respondió negando con la cabeza —. Pero en mi juventud, los marineros hablaban de él. Decían que era una persona extraña, con una imaginación desbordante que quería viajar más allá de las olas, hasta el fin del mar.
—¿Qué sabes sobre él?— siguió preguntando Saria.

La anciana frunció los labios, pensativa, como si rebuscara en su memoria.
—Dicen que su barco se hundió en la costa, no lejos de aquí.
—¿Y por qué sería importante eso?— dijo Veyne con cierta incomodidad.
La anciana lo miró con una leve sonrisa.
—Porque si buscaba algo… quizás haya dejado un último mensaje.
Los tres se miraron entre sí.
—¿Dónde está ese barco? — dijo Saria.
La anciana se giró lentamente y señaló hacia el mar.
—Apenas queda algo de él… pero si miran bien al atardecer, cuando la luz toca el agua de cierta manera… aún se pueden ver sus restos en las mareas bajas.
—¿Y nadie ha intentado recuperar lo que haya allí?— siguió preguntando Veyne con desconfianza.
—Muchos lo intentaron. Ninguno regresó.— respondió la anciana con media sonrisa.
—Claro, claro. Y supongo que hay maldiciones y espectros protegiéndolo.— exclamó Aren con cierto tono de mofa.
La expresión de la anciana se torno seria, y miró a Aren fijamente.
— El mar mismo protege lo que no quiere que encuentren.
La anciana los miró una última vez y luego se alejó, dejándolos con más preguntas que respuestas.
El sol comenzó a descender lentamente en el horizonte, tiñendo el cielo con tonos de naranja y violeta. La brisa marina se hizo más fresca, y el sonido de las olas rompiendo contra la costa se volvió un murmullo constante. Saria y Veyne caminaron por la playa, siguiendo la dirección que la anciana les había indicado. El agua retrocedía con la marea baja, dejando al descubierto afloramientos rocosos y restos de viejas embarcaciones que el mar no había terminado de tragar.
Aren los miró con burla antes de detenerse.
—Bueno, aquí os quedáis. No pienso jugar a la puesta de sol con los dos tortolitos.
Saria agachó la cabeza con una sonrisa en los labios, un poco azorada.
—No estamos aquí para ver la puesta de sol, Aren.
—No, claro —dijo él con tono burlón—. Pero seguro que se van a tomar su tiempo.
Veyne sonrió con diversión, pero no dijo nada.
Aren se estiró y comenzó a alejarse por la arena.
—Voy a ver a Kaelthar. En algún momento tendremos que explicarle a Edric que viajamos con un lobo gigante.
—No hagas ruido al acercarte. No queremos que te confunda con un monstruo y te coma de un bocado.
Aren alzó una mano en un gesto despreocupado mientras se dirigía al bosque cercano, , en dirección a donde Kaelthar los esperaba.
Vamos a hacer una tirada de vitalidad para ver si encuentran algo en el mar.
Tirada de dados: 1, 1 y 2.
Fracaso parcial.
El sol descendía lentamente, pintando el cielo con tonos de fuego y violeta mientras las olas rompían suavemente contra la costa. Saria y Veyne recorrieron la playa con la mirada fija en el mar, esperando encontrar alguna señal de los restos del barco. Pero no había nada. Nada más que agua, arena mojada y formaciones rocosas que sobresalían con la marea baja.
—Dijo que podríamos verlo con la luz del atardecer.— dijo Saria mirando fijamente al mar, intentando adivinar qué había bajo las olas.
—Bueno, tal vez la anciana estaba equivocada.— Veyne se paró, con las manos en sus caderas, inspeccionando la costa con un gesto pensativo.
—No lo creo. Ella estaba segura.— repuso Saria negando con la cabeza.
—Entonces… quizás estamos en el lugar equivocado.— dijo Veyne. —Podríamos preguntar más en el pueblo mañana. Quizás alguien más haya oído hablar de él.
—Sí… o podríamos seguir buscando en otro punto de la costa.
—Lo que quieras, jefa.
—Mañana lo intentaremos de nuevo.— dijo Saria suspirando mientras el sol desaparecía por el horizonte.
Veyne no se movió. No hizo intención de volver al pueblo. Seguía de pie, con las manos en las caderas observando a Saria con esa intensidad calculada que no necesitaba palabras. La brisa marina les acariciaba la piel mientras el sol terminaba de sumergirse en el horizonte. El reflejo dorado sobre las olas era hipnótico.
—Bueno… —dijo Veyne con un deje picarón en voz baja—. Aquí estamos, en la playa, con la puesta de sol. Aren nos mataría si supiera que, después de tanto fastidiarnos, terminó teniendo razón.— Veyne sonrió con picardía y dio un paso más cerca.
—Siempre tiene razón en esto, y lo sabe. Pero… no está aquí.— dijo Saria jugando con sus pies en la arena.
Las luces cálidas del ocaso proyectaban sombras largas sobre la arena, y el sonido de las olas, antes relajante, ahora parecía latir al ritmo de su propia respiración.
—No encontraremos el barco hoy —murmuró Veyne, bajando apenas la voz, como si estuviera probando el momento.
—No —susurró Saria.

Saria tomó la iniciativa. Tiró de su camisa y lo besó con la misma intensidad con la que solía entrar en una pelea. Veyne se rió contra sus labios antes de responder con la misma voracidad. Sus manos la atraparon por la cintura y la atrajeron contra él sin delicadeza, como si temiera que si la soltaba, todo se desvanecería. La arena fría bajo sus pies contrastaba con el calor de sus cuerpos. Las caricias se volvieron más urgentes. Las bocas, más hambrientas. El atardecer fue testigo de la forma en que se rindieron el uno al otro sin reservas.
Después de que la brisa marina enfriara sus cuerpos y la última luz del sol desapareciera en el horizonte, Saria y Veyne recogieron sus ropas y emprendieron el camino de regreso. No hablaron mucho en el trayecto. No era necesario. Veyne sonreía de lado con esa expresión satisfecha, relajada, como si el mundo tuviera más sentido ahora. De vez en cuando, su mano rozaba la de Saria. Saria, en cambio, mantenía su actitud tranquila. No se apartó, pero tampoco reconoció nada abiertamente.
En la posada, esperándolos con una jarra en la mano, estaba Aren. Cuando los vio entrar, apoyó los codos en la mesa con una sonrisa pícara.
—Bueno, bueno… ¿Cómo estuvo su paseo romántico?
Saria se sentó sin darle el gusto de reaccionar.
—No encontramos el barco —dijo con calma.
Veyne se dejó caer en la silla con una sonrisa aún más amplia.
—Pero encontramos otra forma de pasar el tiempo.
Saria le lanzó una mirada de advertencia, pero Veyne solo se rió y tomó su jarra. Aren negó con la cabeza, divertido.
—Sabía que esto iba a pasar. Lo supe desde el momento en que se miraron en la montaña.
—¿Y tú? ¿Cómo está Kaelthar?— preguntó Saria.
Aren estiró las piernas y se sirvió un poco más de bebida.
—Está bien. Más que bien, de hecho. Me regaló un conejo que cazó.
—Vaya, eso sí es un gesto de cariño.— dijo Veyne con una carcajada.
Aren sonrió con orgullo.
—Se lo di al posadero para que nos preparara algo decente. Así que esta noche, cenamos bien.
Saria suspiró con satisfacción.
—Por fin, una buena noticia.
El tabernero se acercó en ese momento con un plato humeante. El conejo había sido asado a la perfección, con hierbas y un ligero aroma a vino.
—Aquí tienen. Un regalo de su amigo.
Saria tomó su copa y miró a Aren.
—Mañana volvemos a buscar el barco.
—Sí, sí —respondió Aren con desinterés—. Pero esta noche, disfrutemos la comida… y celebremos su pequeña aventura amorosa.
Veyne levantó su jarra con diversión.
—Brindo por eso.
Saria se sonrojó y bajó la mirada hacia la mesa, pero no dijo nada. En el fondo, sabía que Aren tenía razón.

Estadísticas finales
Tiradas de dados: 4. Puntuación Omén: 7. Día desfavorable.

Estadísticas | Contadores | ||
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Vitalidad | 3 | Días favorables | 20 |
Rapidez | 2 | Días desfavorables | 13 |
Fortaleza | 3 | Estadísticas | 13 |
Saria y Veyne se están dando un homenaje últimamente.
Hasta luego, gente!
Her Odyssey. Partida 1. Día 32. El benefactor.
La luz del alba trajo consigo el sonido de las olas rompiendo contra la orilla y el crujido de la…
Her Odyssey. Partida 1. Día 34. Llega una sombra.
El sol apenas comenzaba a iluminar las calles del pueblo cuando Saria, Veyne y Aren bajaron a desayunar al salón…