Her Odyssey. Partida 1. Día 31. El Durmiente.

Seguimos con la historia con la crónica de la Partida 1 del juego Her Odyssey, día 31.

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Estadísticas iniciales

Partida 1 al juego Her Odyssey. Saria.
EstadísticasContadores
Vitalidad4Días favorables18
Rapidez2Días desfavorables12
Fortaleza4Esperanza13

El desafío de las cartas

A de Picas

Las picas sugieren bosques, acantilados, desiertos. Un cambio repentino en el clima. Restos. Una emboscada. Un juramento. Un malentendido. Dudas y desesperación. Una extraña bestia. Un enfrentamiento con la sombra del vagabundo.

Como el valor es 1, el desafío es el más bajo.

Desarrollo

La primera luz del sol se filtró a través de las rocas que protegían su improvisado campamento. La brisa marina era fresca, calmada. El sonido de las olas rompiendo contra la costa llenaba el aire, como si el mundo despertara con tranquilidad. Pero en el interior del refugio, la tensión era palpable. El extraño herido había despertado. Sus ojos oscuros recorrieron el campamento con un brillo febril, hasta que finalmente se posaron en Saria. Y en cuanto la vio, murmuró esa palabra de nuevo.

—Guardiana…

Aren se inclinó un poco hacia él, tratando de parecer menos intimidante.

—No te preocupes, no vamos a hacerte daño —dijo en voz baja—. Pero necesitamos saber quién eres.

El extraño parpadeó varias veces mientras recuperaba la conciencia. Su respiración era entrecortada, su cuerpo débil, pero sus ojos estaban llenos de urgencia. El herido se incorporó con dificultad, apoyándose en los codos. Miró a Saria, luego a los demás, con una mezcla de confusión y algo más… respeto, tal vez.

Las palabras que salieron de su boca eran desconocidas, un idioma gutural y fluido, con sonidos que parecían ondular como las olas del mar.

—Tha’ven suharas el’velun…

Saria frunció el ceño.

—No entendemos…

El hombre ladeó la cabeza, sorprendido. Parecía esperar que lo comprendieran.

—Nashik el’Guardiana?

Saria se tensó. Allí estaba la palabra de nuevo.

—¿Por qué me llamas así? ¿Qué significa «Guardiana»?

El hombre parpadeó. No entendía sus palabras. Probó de nuevo, con un tono más urgente.

—El’velun’dras Nashik Durmiente. Trampa.

Veyne chasqueó la lengua.

—Esto no nos lleva a ninguna parte.

Tirada de dados

Aren suspiró y se agachó junto a él, señalando el suelo.

—Si no nos entiendes… dibújalo.

El hombre respiró pesadamente, pero su desesperación era evidente. Con manos temblorosas, tomó un trozo de madera del suelo y, con la punta, comenzó a raspar la superficie, dibujando algo. El grupo se acercó, observando en silencio. Primero, trazó una líneas verticales, luego agua sobre las líneas y siluetas de personas bajo el agua también.

—Eso… ¿es la Ciudad Hundida?— dijo Aren con el ceño fruncido en una mueca de concentración.

— ¡Hundida! — repitió el extraño asintió con un gesto rápido y nervioso.

Luego, dibujó algo más. Un círculo con marcas extrañas. Dentro, un rostro sin rasgos definidos. Cuando terminó de trazarlo, levantó la mirada hacia ellos con terror.

—Trampa.

—¿La ciudad hundida no es un refugio? ¿Es una trampa? — le preguntó Saria.

El hombre la miró, pero no respondió. En su rostro se leía frustración. No podía explicarles más allá de esos símbolos. Aren se inclinó hacia él y apuntó al círculo con la criatura encerrada.

—¿Qué es esto? ¿Un monstruo? ¿Algo real?

El extraño cerró los ojos un momento, tratando de encontrar la forma de hacerlos entender. Levantó una mano con los dedos extendidos y luego, con un movimiento lento, la cerró en un puño.

—¿Sellado? ¿Encerrado? — preguntó Saria intentando gesticular como si estuviese presa por unos barrotes.

El hombre asintió de inmediato. Sí.

—¿Y si el sello se rompe? ¿Y si el monstruo se libera? —preguntó Veyne mientras lanzaba miradas nerviosas a Saria, mientras hacía como que rompía los barrotes que la retenían.

El extraño apretó la mandíbula. Con un gesto brusco, cruzó el dibujo del sello con una línea y luego trazó olas alrededor.

—¿El mar… se lo traga todo? — preguntó Saria incrédula.

El hombre golpeó la arena con la mano. Sí.

—No me gusta esto —dijo Aren en voz baja—. Si esto es cierto, significa que la Ciudad Hundida no es solo un lugar peligroso… es un peligro para todos.

Saria volvió a mirar al extraño. Aún faltaban respuestas.

—¿Por qué me llamaste «Guardiana»? —insistió.

Los ojos del hombre brillaron con algo que no pudo descifrar. Respeto. Miedo. Fe. Con su última fuerza, escribió algo en la arena junto a él. Una palabra que apenas lograron reconocer. «El Durmiente.»

Saria sintió su garganta secarse.

—¿Qué es eso?

El extraño abrió la boca para responder y su cuerpo se tensó de golpe. Sus ojos se abrieron de par en par en un espasmo de terror y, un segundo después, su cuerpo se desplomó sin vida sobre la area, sin hacer ni un solo ruido.

El grupo quedó paralizado.

—¿Qué demonios…? —murmuró Aren, tocando su muñeca para buscar pulso. No había.

Veyne miró el cadáver con incredulidad.

—No lo entiendo. No estaba tan herido como para morir así.

Ni sangre ni señales de una herida mortal. Simplemente… murió. ¿Algo lo había silenciado antes de que pudiera decir más? Los tres se quedaron en silencio, mirando los dibujos y palabras que había hecho antes de morir… «El Durmiente.»

Veyne se pasó una mano por el rostro.

—No puede ser…

Saria sintió que la frustración la ahogaba. Había estado tan cerca. Aren se quedó inmóvil, mirando al muerto.

—No fue por la herida —murmuró—. Algo lo mató. Algo que no pudimos ver.

Saria apretó los puños. Era como si algo lo hubiera silenciado antes de que pudiera hablar más. Como si El Durmiente no quisiera ser nombrado.

El viento marino soplaba con fuerza cuando el grupo se puso de pie, rodeando el cuerpo sin vida del extraño. No podían dejarlo allí, abandonado como un trozo de madera a la deriva.

Saria apretó los labios. No sabían su nombre, no conocían su historia, pero sí sabían que había muerto tratando de advertirles algo.

Veyne suspiró, cruzando los brazos.

—No nos queda mucho tiempo. Si esos enmascarados tenían aliados, podrían seguirnos.

—Lo sé —respondió Saria—. Pero no podemos simplemente dejarlo aquí.

Kaelthar empezó a excavar en la arena con sus patas, ayudando a hacer un hoyo lo suficientemente profundo para enterrar al extraño. Aren observó el cadáver en silencio. Era una víctima de algo más grande, algo que aún no entendían. Cuando el agujero estuvo listo, colocaron el cuerpo con cuidado y cubrieron la tumba con arena y piedras. Saria tomó una de las máscaras de los enmascarados muertos y la dejó sobre la tumba, boca abajo. Un símbolo de que lo que él temía ya no podía alcanzarlo.

—No sé si nos advertiste por miedo o por deber —murmuró—, pero no vamos a ignorarlo.

El viento pareció aullar a su alrededor. Un susurro entre las olas.

Tomaron sus pertenencias y siguieron adelante.

—Ahí está —dijo Aren en voz baja.

Ante ellos, la costa se extendía con playas de arena blanca y acantilados erosionados por el tiempo. El océano, vasto, infinito, parecía un espejo azul que se extendía hasta donde la vista alcanzaba. El sol del mediodía lo hacía brillar como una superficie de cristal en movimiento.

A lo lejos, sobre una colina junto a la costa, se alzaba un pequeño poblado. Saria entrecerró los ojos para ver mejor. No parecía una ciudad fortificada, sino un asentamiento costero. Casas de madera con techos de paja, pequeños botes amarrados en la orilla, y lo que parecía ser un mercado al aire libre cerca del centro.

—Bueno… No esperaba encontrar un pueblo aquí.— dijo Veyne cruzándose de brazos.

—No me quejo. Después de todo lo que hemos pasado, una cama decente y comida caliente no suenan nada mal.— exclamó Aren.

Kaelthar, en cambio, no parecía convencido. Se quedó en la parte trasera del grupo, observando el poblado con las orejas tensas.

—No bajemos la guardia —dijo Saria finalmente—. No sabemos quiénes viven ahí… ni si han oído hablar de nosotros.

Ambientación de la partida 1 del juego Her Odyssey

El grupo se mantuvo en la costa, observando el poblado a la distancia mientras el sol descendía lentamente sobre el horizonte. Las sombras comenzaban a alargarse, y con la llegada de la noche, el instinto de precaución se impuso sobre la curiosidad.

—No entraremos hasta el alba. —Saria tomó la decisión sin dudar.

Veyne asintió, sin apartar la vista de la aldea.

—Buena idea. Las cosas siempre se complican cuando cae la noche.

Aren, aunque visiblemente cansado, no discutió.

—Siempre podemos acampar aquí y esperar a que haya luz. Si el pueblo es seguro, lo sabremos en la mañana.

Kaelthar dejó escapar un gruñido bajo, como si estuviera de acuerdo con la decisión. Aún no confiaba en ese lugar.

Se alejaron lo suficiente de la costa para no llamar la atención, pero aún podían ver el mar desde la elevación donde montaron su campamento. El fuego, pequeño y discreto, apenas rompía la oscuridad. Veyne y Aren se acomodaron cerca de la hoguera, revisando sus armas y mochilas. Las provisiones escaseaban, pero podrían reabastecerse en el pueblo si todo salía bien. Kaelthar patrulló los alrededores antes de tumbarse en el suelo con las orejas en alerta.

Saria miró hacia la costa. Desde la distancia, las luces del poblado brillaban con calidez.

—Parece tranquilo —murmuró.

Veyne se rió por lo bajo.

—Eso pensábamos de las montañas, ¿recuerdas?

Se turnaron para hacer guardia, al igual que la noche anterior. Kaelthar tomó el primer turno, sus ojos brillando en la penumbra mientras observaba la aldea desde la distancia. Nada se movió. No había enmascarados acechando entre los árboles. No había sombras susurrantes. Solo el sonido del mar y el viento entre las ramas.

El fuego del campamento ardía suavemente, lanzando destellos anaranjados contra la piel de Saria mientras hacía la última guardia de la noche. Era un momento de calma inusual. Aren dormía profundamente, agotado por las heridas y el viaje. Kaelthar, aunque alerta, se mantenía tumbado en el suelo, su respiración acompasada con la brisa marina. Por primera vez en días, no había peligro inmediato acechando en las sombras. Saria miró hacia el cielo. Las estrellas estaban más brillantes aquí, lejos del peso de las montañas y la oscuridad de la tormenta.

—¿En qué piensas? —preguntó Veyne en voz baja.

Saria giró la cabeza hacia él, sobresaltada. No esperaba encontrarlo despierto, y además, estaba más cerca de lo habitual.

—En muchas cosas —respondió, con una leve sonrisa cansada—. Demasiadas para ordenarlas en mi cabeza.

Veyne esbozó una media sonrisa.

—Apuesto a que una de esas cosas es el pueblo.

—Tal vez. —Saria exhaló despacio—. Pero también pienso en lo que hemos dejado atrás.

Veyne no apartó la mirada de ella. Había algo diferente en su expresión.

—Yo también pienso en eso —dijo en voz baja—. Y en lo que viene después.

Saria lo observó en silencio. No era la primera vez que Veyne se mostraba así con ella. Pero esta vez… no intentó disimularlo. Levantó una mano lentamente, rozando con suavidad el dorso de los dedos contra la mano de Saria.

—Saria… —su voz era apenas un susurro—. ¿Alguna vez has pensado en lo que pasará cuando todo esto termine?

Saria sintió su pecho encogerse ligeramente. No era una pregunta fácil. Había pasado tanto tiempo luchando, sobreviviendo, moviéndose de un lugar a otro, que el concepto de un «después» le parecía casi irreal. Pero ahora, con Veyne tan cerca… por primera vez, se permitió pensar en ello.

—Tal vez —admitió en voz baja.

Ambientación de la partida 1 del juego Her Odyssey

Veyne sonrió suavemente y apretó su mano, entrelazando sus dedos con los de ella. Saria no se apartó. No quería hacerlo. El fuego crepitó entre ellos, y su calor no era lo único que Saria sentía en su piel. La cercanía de Veyne era diferente esta vez, más tangible, más intensa. Sus dedos seguían entrelazados con los de ella, y aunque podría haberlos soltado, no lo hizo. No quería hacerlo.

La observó en silencio por un momento, como si estuviera esperando que ella diera el primer paso… o que lo detuviera. Pero Saria no se movió. Al contrario, se inclinó más hacia él. Veyne tomó eso como una respuesta y con lentitud, levantó una mano y la deslizó por su mejilla, con una suavidad inesperada en alguien tan acostumbrado a la batalla.

—Saria… —su voz fue un murmullo bajo, casi temeroso de romper el momento.

Ella no contestó con palabras. No lo necesitaba.

Cuando finalmente sus labios se encontraron, fue como si el mundo se redujera a ese instante. La guerra, los misterios, el peligro de lo que los esperaba en el pueblo… todo quedó atrás. Veyne la besó con el mismo fervor con el que luchaba: decidido, intenso, con una emoción contenida demasiado tiempo. Y Saria le respondió de la misma manera. Se aferró a él, permitiéndose olvidar, por un momento, todo lo demás. Aquí, ahora, solo importaban ellos. Cuando se separaron, sus frentes quedaron apoyadas la una contra la otra, sus respiraciones entremezcladas.

Veyne sonrió levemente, sin soltarla.

—Creo que ya sé lo que quiero cuando todo esto termine.

Saria sonrió también, con el pulso aún acelerado.

—Todavía no hemos terminado, Veyne.

El beso no fue suficiente. No podía ser suficiente. Todo el tiempo que habían pasado juntos, luchando, protegiéndose el uno al otro, enfrentando la muerte una y otra vez… todo había estado construyéndose hasta este momento. Cuando Saria tiró de Veyne con más fuerza, él no dudó en responder. Sus manos encontraron su cintura, recorriéndola con la misma intensidad con la que la había sujetado en batalla, pero esta vez no era para defenderla… era para sentirla. El calor del fuego no era nada comparado con lo que ardía entre ellos. Los murmullos se perdieron entre las sombras de la noche, mientras la fogata chisporroteaba a su lado, lanzando destellos dorados sobre su piel.

Las mantas fueron apartadas, la arena fría se convirtió en un lecho improvisado, y el sonido de las olas rompiendo contra la costa se mezcló con los susurros entrecortados, los jadeos sofocados, el roce de piel contra piel. Veyne la tomó con la misma pasión con la que la miraba en cada batalla. Saria lo recibió con la misma fiereza con la que empuñaba su espada. Y en esa noche, en ese instante, el mundo dejó de importar.

Cuando el alba comenzara a teñir el cielo… ¡qué importaba eso ahora! Era su momento.

Ambientación de la partida 1 del juego Her Odyssey

Estadísticas finales

Tiradas de dados: 8. Puntuación Omén: 1. Día favorable.

Partida 1 al juego Her Odyssey. Saria.
EstadísticasContadores
Vitalidad4Días favorables19
Rapidez2Días desfavorables12
Fortaleza3Esperanza13

Uy uy uy, veremos a ver como acaba esto… mezclar placer y negocios nunca fue una buena idea…

Hasta luego, gente!

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