Seguimos con la historia con la crónica de la Partida 1 del juego Her Odyssey, día 30.
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Estadísticas iniciales

Estadísticas | Contadores | ||
---|---|---|---|
Vitalidad | 4 | Días favorables | 17 |
Rapidez | 3 | Días desfavorables | 12 |
Fortaleza | 4 | Esperanza | 13 |
El desafío de las cartas

Los tréboles sugieren tierras baldías, montañas, mar. Una maldición. Un cambio repentino de terreno. Un crimen. Un umbral. Codicia. Un extraño necesitado. Un idioma desconocido. Un desastre natural.
Como el valor es 2, el desafío es pequeño.
Desarrollo
La primera luz del amanecer filtró su resplandor anaranjado entre los árboles. El fuego se había reducido a brasas humeantes, y el aire tenía el fresco aroma del mar cercano. Saria fue la primera en despertar. No habían tenido interrupciones. La noche transcurrió tranquila, algo que no habían experimentado en mucho tiempo. Kaelthar se desperezó y sacudió la nieve de su pelaje antes de dar una vuelta alrededor del campamento, asegurándose de que todo estaba en orden. Nada los había seguido. Aren dormía profundamente, envuelto en su abrigo remendado, pero al notar el movimiento, gruñó algo ininteligible antes de abrir los ojos.
—¿Ya nos vamos?
Veyne, que ya estaba de pie recogiendo sus cosas, le lanzó una mirada burlona.
—A menos que prefieras que te carguemos.
—Podría considerarlo —murmuró Aren, pero se levantó lentamente, con los músculos aún resentidos.
Cuando terminaron de recoger el campamento, el grupo reanudó su viaje.
El paisaje había cambiado. La nieve comenzó a desvanecerse gradualmente a medida que descendían por los senderos boscosos. El sonido de las olas lejanas y el olor a sal se hicieron más intensos. El horizonte se abrió ante ellos unas horas después, y por primera vez en mucho tiempo, vieron el océano. Aren exhaló un silbido.
—Ahí está… la costa.

El sol del mediodía brillaba sobre el océano cuando el grupo descendió por un sendero pedregoso que los llevaba a una zona más baja del litoral. El sonido de las olas golpeando las rocas se mezclaba con el susurro del viento. Kaelthar se detuvo, olfateando el aire con inquietud.
Entre las rocas, no muy lejos de la orilla, un hombre yacía en la arena, su cuerpo parcialmente cubierto por algas y agua salobre.
—Está vivo —murmuró Saria al notar el leve movimiento de su pecho.
Se acercaron con cautela. El desconocido era alto, de piel curtida por el sol y el viaje, con ropas desgarradas y empapadas de agua salada. Su costado estaba ensangrentado por una herida profunda, y su respiración era irregular. Cuando Saria se agachó junto a él, los ojos del hombre se abrieron de golpe. Eran oscuros y afilados, pero al posarse sobre ella, se llenaron de algo entre miedo y reverencia.

El extraño murmuró algo en un idioma desconocido. Su voz era débil, pero la palabra que dijo sonó casi como un título.
—…Guardiana.
Aren y Veyne intercambiaron una mirada.
—¿Acaba de llamarte guardiana? —susurró Veyne.
Saria no sabía como reaccionar. El hombre intentó moverse, pero su herida lo detuvo con un gruñido de dolor. Su mirada nunca se apartó de Saria. Dijo algo más, pero esta vez con más urgencia. Sus palabras eran ininteligibles, pero la forma en que las pronunciaba hacía evidente que estaba tratando de advertirles de algo.
—No entiendo… —Saria intentó calmarlo—. ¿Quién eres?
El hombre frunció el ceño, sin comprender. Kaelthar olfateó el aire de nuevo. Luego, levantó el hocico hacia el bosque detrás de ellos y emitió un gruñido bajo. Veyne notó su postura y tensó su arco.
—No está solo.
El hombre herido respiró agitadamente y, con esfuerzo, alzó una mano temblorosa para señalar hacia el bosque. Cuando Saria giró la cabeza para mirar hacia el bosque, varias figuras con máscaras blancas emergieron de entre los árboles, observándolos desde la distancia.
Saria se puso de pie de inmediato, interponiéndose entre el hombre herido y las figuras enmascaradas. Eran seis. Sus máscaras blancas, lisas y sin expresión, los hacían parecer espectros en la luz del atardecer. No hablaban, no hacían ruido, solo avanzaban lentamente desde el bosque, rodeándolos con una precisión inquietante. Kaelthar gruñó, con el lomo erizado y los colmillos al descubierto. Aren, aún cansado por la noche anterior, desenfundó su daga con una mueca de determinación. Veyne no dudó. Ya tenía una flecha en la cuerda, lista para disparar.
—Son demasiados —murmuró.
Saria apretó la empuñadura de su espada y dio un paso adelante.
—No vamos a dejarlos llevarse a este hombre.
Uno de los enmascarados alzó una mano, y de inmediato, los otros cinco se detuvieron. El líder—porque Saria estaba segura de que era el líder—dio un paso al frente, con una extraña fluidez en sus movimientos. Vestía de negro de pies a cabeza, con vendas cubriendo sus brazos y un cuchillo curvo en cada mano. El desconocido herido vio al enmascarado y comenzó a respirar más rápido. Intentó decir algo, pero su voz era apenas un susurro de pánico. El miedo en sus ojos era real. Estos hombres no lo querían vivo.
Si nos movemos con rapidez podemos evitar heridas…
Tirada de dados: 1, 2 y 4.
¡Éxito absoluto!
—¡Veyne! —gritó, justo cuando el líder de los enmascarados saltó hacia ella.
Veyne disparó. La flecha voló directo al pecho del líder. Pero el enmascarado la esquivó en el último instante con un giro imposible. Era rápido. Demasiado rápido.
Saria levantó su espada y bloqueó el primer golpe con su hoja. La fuerza del impacto casi le entumeció el brazo. Los otros cinco enmascarados se movieron al mismo tiempo. Iban directo a Aren y al herido. Kaelthar se lanzó como un relámpago, derribando a uno antes de que pudiera acercarse. Sus colmillos se cerraron en el antebrazo del enemigo, desgarrando la tela y la carne. Aren, aunque aún debilitado, esquivó el ataque de otro y contraatacó con una estocada rápida. Su daga rasgó el costado de su atacante, que soltó un gruñido. Veyne disparó otra flecha, alcanzando a un tercer enemigo en la pierna, haciéndolo caer. Pero los enmascarados no se detenían.
El líder presionó a Saria con una serie de ataques rápidos, obligándola a retroceder. Su estilo era preciso, letal. Saria bloqueó una y otra vez, pero comenzaba a perder terreno. El hombre herido intentó moverse, pero su cuerpo no respondía. Solo podía mirar con desesperación cómo la lucha se desataba a su alrededor.

Entonces, el líder de los enmascarados habló.
—Guardiana…
Usó la misma palabra que el desconocido.
Saria detuvo un nuevo golpe del lider con su espada, desviando la hoja curva del enemigo. El impacto retumbó en su brazo, pero ella no vaciló. No podía perder. Con un giro rápido, Saria bajó la rodilla y cortó hacia arriba. Su hoja rasgó el abdomen del enmascarado, partiendo sus vendajes oscuros y abriendo una herida profunda. El líder se estremeció, su respiración agitada. Pero incluso herido, aún quería luchar. Con un segundo corte, su espada encontró su cuello. El enmascarado se desplomó sin un sonido.
Uno menos.
Kaelthar había derribado a otro, su hocico manchado de sangre. Los enmascarados, aunque rápidos, no estaban preparados para enfrentar la furia de un lobo. Con un último mordisco brutal, el cuerpo dejó de moverse. Veyne disparó su última flecha y la vio impactar en la garganta de otro enemigo. El enmascarado cayó sobre la arena con un estertor, su máscara ahora rota. Aren, aunque debilitado, acabó con el suyo con una daga bien colocada en el corazón.
El último enemigo intentó huir. Pero Saria lo alcanzó antes de que pudiera desaparecer en la espesura. Un tajo en la pierna lo derribó, y su cuerpo cayó pesadamente sobre la arena, dejando un rastro de sangre. Veyne se acercó rápidamente y le quitó las armas. El enmascarado temblaba, su respiración entrecortada. La herida en su abdomen era mortal. No viviría mucho más. Saria se agachó junto a él y lo agarró por el cuello de su túnica oscura.
—Dime por qué me llamasteis guardiana.
El enmascarado jadeó, pero no dijo nada. Saria lo sacudió con más fuerza.
—¡Dime qué significa!
El enmascarado abrió la boca. Una sola palabra acudió a sus labios:
—«Velador…»
Saria frunció el ceño.
—¿Velador? ¿Qué significa eso?
El enmascarado intentó tomar aire, pero su cuerpo se estremeció en un último espasmo. Su cabeza cayó a un lado. Murió sin responder. El silencio cayó sobre el campo de batalla. Veyne, aún con el arco en mano, observó el cuerpo sin expresión.
—Eso no fue un ataque al azar.
Aren, apoyándose en una rodilla, miró al hombre herido, que los observaba con ojos muy abiertos.
—Él sabe algo. —Dijo Aren, señalando al desconocido—. Nos reconoció. Ellos nos reconocieron.
Saria miró los cuerpos de los enmascarados esparcidos por la arena. No tenían insignias, no llevaban símbolos, solo aquellas máscaras blancas sin expresión. Y todos habían muerto sin revelar lo que sabían. Excepto uno. El hombre herido. Pero cuando Saria se arrodilló junto a él, su respiración era débil y errática. No estaba muerto, pero apenas era consciente.
—No reaccionará por ahora —dijo Veyne, limpiando su cuchillo con un trapo—. Si queremos respuestas, tendremos que esperar.
Aren suspiró y se dejó caer sobre la arena, agotado.
—¿Y si no despierta?
Saria no respondió de inmediato. Sabía que la posibilidad estaba ahí. Su herida no era superficial, y el esfuerzo de huir había drenado sus fuerzas.
—Lo llevaremos más adentro —dijo Saria al fin—. No podemos quedarnos aquí. Si hay más de ellos, podrían encontrarnos.
Veyne asintió y miró alrededor. Había un pequeño saliente rocoso cerca de la playa, con suficiente cobertura como para ocultarse.
—Podemos acampar ahí. Si algo se mueve en la noche, lo sabremos antes de que nos alcancen.
Saria y Aren levantaron al hombre con cuidado. No era fácil, pero lograron moverlo sin empeorar su estado. Cuando llegaron al refugio improvisado, Saria revisó sus heridas con más calma. Tenía fiebre, pero aún vivía. Veyne preparó una pequeña fogata, usando la mínima cantidad de leña posible para no llamar la atención. El fuego era necesario, pero el humo podía delatarlos. Aren se apoyó contra una roca y exhaló con cansancio.
—Así que… estamos cuidando a un desconocido que nos teme o nos venera y que es perseguido por gente que nos llama «guardiana» y «velador».
Veyne bufó.
—Suena como un plan sólido.
Kaelthar cazó para ellos, así es que cenaron bien. Hicieron guardia para pasar la noche, por si volvían los enmascarados, pero nada sucedió. Todo tranquilo hasta la mañana. El peligro parecía haberse desvanecido con la luz del día, pero ninguno de ellos estaba dispuesto a bajar la guardia. Kaelthar, con su instinto de cazador, había desaparecido en la espesura. Cuando regresó, traía entre sus fauces un par de presas frescas, suficientes para alimentar a todos. Veyne limpió la carne con rapidez y la asó sobre la pequeña fogata que mantenían oculta entre las rocas. El aroma del alimento caliente trajo un poco de alivio al grupo.
Aren comió en silencio, su cuerpo aún resentido por las heridas. Saria se quedó cerca del hombre herido, asegurándose de que su fiebre no aumentara. Su respiración seguía irregular, pero al menos no empeoraba.
—Tiene suerte de haber sobrevivido tanto tiempo con esa herida —comentó Veyne entre bocado y bocado.
—Nosotros también tuvimos suerte —respondió Saria con voz baja, lanzando una mirada a los cadáveres de los enmascarados, que ahora eran solo sombras en la arena.
La conversación se fue apagando con el crepitar del fuego. Nadie se sentía lo suficientemente seguro como para relajarse del todo. Se turnaron para hacer guardia. El primero fue Veyne, luego Saria, y finalmente Aren. Kaelthar permaneció despierto, sus ojos ámbar fijos en la penumbra del bosque, sus orejas atentas a cualquier sonido extraño. Pero la noche permaneció en calma.
Nada vino por ellos.

Estadísticas finales
Tiradas de dados: 6. Puntuación Omén: 2. Día favorable.

Estadísticas | Contadores | ||
---|---|---|---|
Vitalidad | 4 | Días favorables | 18 |
Rapidez | 2 | Días desfavorables | 12 |
Fortaleza | 4 | Esperanza | 13 |
Y ahora ninjas enmascarados… ¿Qué más puede pasar?
Hasta luego, gente!
Her Odyssey. Partida 1. Día 29. Ni bestia, ni hombre.
El viento aullaba con una ferocidad implacable, sacudiendo el viejo puesto de vigilancia como si intentara arrancarlo de la ladera…
Her Odyssey. Partida 1. Día 31. El Durmiente.
La primera luz del sol se filtró a través de las rocas que protegían su improvisado campamento. La brisa marina…