Her Odyssey. Partida 1. Día 27. Todo perdido.

Continuemos la historia con la crónica de la Partida 1 del juego Her Odyssey, día 27.

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Estadísticas iniciales

Partida 1 al juego Her Odyssey. Saria.
EstadísticasContadores
Vitalidad3Días favorables15
Rapidez2Días desfavorables11
Fortaleza3Esperanza13

El desafío de las cartas

3 de Diamantes

Los diamantes sugieren pueblos, ciudades. Una enfermedad. Una vivienda abandonada. Un falso amigo. Un espejismo o ilusión. Desconfianza. Rumores y mentiras. Un accidente. Una revelación.

Como el valor es 3, el desafío es bajo.

Desarrollo

El bosque aún susurraba con la voz del viento cuando llegó el amanecer. Habían escapado, pero no todos sus problemas había acabado: no les quedaba de nada. Lo poco que habían traído se quedó en Puerto Goldran. Y con la Orden pisándoles los talones, no podían arriesgarse a entrar a una aldea cualquiera y abastecerse.

—Hay que cazar —dijo Aren con voz ronca.

—O pescar —agregó Veyne.

Saria no dejaba de darle vueltas a la cabeza. Puerto Goldran era un puerto enorme, con muchísimos barcos. Si querían escapar de verdad, si querían ir a la ciudad hundida… necesitaban embarcar en uno de ellos. Pero como no podían arriesgarse a entrar de nuevo en la ciudad, tenían que buscar otro puerto, en alguna aldea perdida, que no estuviese vigilado por la Orden. Tendrían que encontrar un capitán lo suficientemente valiente —o lo suficientemente necio— como para llevarlos.

Pero todo eso era para después. El objetivo número uno era sobrevivir, encontrar algo de comer y tratar de sanar las heridas…

Tirada de dados

Pensaron recolectar algunos frutos en el bosque, pero no les sirvió de nada. Las bayas estaban marchitas. Intentaron entonces cazar, pero igualmente, las huellas de animales se perdían en la maleza y no vieron ninguna presa ni de lejos. La pesca tampoco se les dio bien, ya que el río más cercano era poco profundo y no se veía ningún pez bajo la superficie.

El hambre se convirtió en una sombra que los perseguía.

El sol estaba en su punto más alto cuando el grupo llegó a una pequeña cala apartada. El sonido de las olas rompiendo contra las rocas y la brisa salada en el aire fueron un alivio tras los días de huida y tensión. Por primera vez desde su escape de Puerto Goldran, Saria pudo respirar con tranquilidad.

Kaelthar se sacudió el polvo de su pelaje y se dejó caer junto a ellos, extenuado. Aren fue el primero en hablar:

—Aquí deberíamos estar seguros por un tiempo.

Saria asintió, aún sintiendo el peso de la daga que había usado contra Dagon. Cada vez que cerraba los ojos, volvía a ver su rostro, el shock en su expresión, la sangre en sus manos.

—Tenemos que decidir qué hacer —dijo Veyne, rompiendo el silencio—. No podemos quedarnos aquí para siempre.

—Pero tampoco podemos seguir viajando así —intervino Aren—. Estamos agotados, no tenemos provisiones.

Saria pasó una mano por su cabello, aún revuelta en sus pensamientos.

Decidieron quedarse un día entero en aquel refugio.

Veyne se encargó de encender una fogata y buscar madera seca. Aren se entregó a la tarea de reunir provisiones y Kaelthar patrulló los alrededores, asegurándose de que nadie los seguía.

Mientras tanto, Saria se acercó al borde del agua. Se quitó las botas y dejó que las olas le acariciaran los pies. El mar siempre le había dado paz. Azul Profundo podía estar lejos, pero aquí, en esta pequeña cala, se sintió un poco más cerca de casa.

Entonces, sacó la perla de su bolsillo y la sostuvo en la palma de su mano.

—¿Qué se supone que debo hacer ahora? —susurró.

Cuando cayó la noche, cenaron en torno a la fogata. Por primera vez en días, rieron un poco. Se permitieron olvidar, aunque fuese solo por unas horas. No eran perseguidos. No estaban huyendo. Solo eran cuatro viajeros descansando junto al mar.

Pero Saria sabía que no podía guardar silencio por más tiempo. Suspiró, jugando con la comida entre los dedos. La luz del fuego proyectaba sombras en su rostro, haciendo imposible ocultar su preocupación.

—Tengo que contaros algo —anunció de repente, con voz tensa. Aren y Veyne la miraron con atención.—Se trata de Dagon —continuó.— Necesito contaroslo.

El nombre cayó como una piedra en el agua. Aren apretó la mandíbula, pero no dijo nada. Veyne se inclinó hacia adelante, con los codos sobre las rodillas, esperando.

—Lo conocí cuando aún vivía en Azul Profundo —dijo ella, con un hilo de voz—. Lo amaba. Con todo mi corazón. Pensé que nunca más volvería a verlo… y cuando lo encontré en Puerto Goldran…—Su voz se quebró.—Creí que había recuperado todo lo que había perdido. Creí que… que aún podía tener un hogar.

Veyne no apartó la vista de ella. Aren entrelazó los dedos, escuchando en silencio.

—Si me hubiera pedido la perla, se la habría dado sin dudar —confesó Saria—. Pero lo hizo así. Me mintió. Me manipuló. Y…—Se abrazó a sí misma, sintiendo la herida fresca en su interior.—Y lo apuñalé.

Aren desvió la mirada hacia la arena. Veyne, sin embargo, no reaccionó de inmediato.

—No tenías opción —dijo, finalmente.

—Eso no cambia lo que siento —susurró Saria—. Él… él lo era todo para mí.

La confesión quedó suspendida en el aire, pesada, como una nube de tormenta.

—Saria —dijo Aren, con voz baja pero firme—, yo también amaba a alguien. Y la perdí.

Ella levantó la mirada, viendo como Aren tenía una sonrisa triste en el rostro.

Veyne la estaba observando con intensidad.

—Si quieres dejarlo todo, lo entiendo —dijo—. Pero si decides seguir adelante… no estarás sola.

Saria cerró los ojos. Y por primera vez desde que huyó de Puerto Goldran, lloró de verdad. Kaelthar se acercó a ella y apoyó su gran cabeza en su regazo.

Ambientación de la partida 1 del juego Her Odyssey

El fuego crepitaba suavemente, iluminando los rostros de Saria, Veyne y Aren con un brillo cálido y vacilante. La confesión de Saria aún flotaba en el aire, pesada pero liberadora. Se sentía como si finalmente hubiera soltado un peso que la estaba ahogando. Kaelthar se removió un poco, su gran cuerpo extendido junto al grupo. A pesar de su tamaño, sus movimientos eran tranquilos, como si entendiera que su presencia traía consuelo. Aren se quedó en silencio por un largo rato, mirando las llamas como si estuviera perdido en sus propios pensamientos. Finalmente, suspiró y se recostó sobre la arena, cruzando los brazos detrás de la cabeza.

—Por lo menos, aquí podemos ver las estrellas —murmuró, tratando de romper la tensión.

Saria esbozó una sonrisa leve.

—Sí… aquí todo parece menos… abrumador.

Veyne la observó de reojo. Sabía que ella estaba procesando muchas cosas a la vez. No solo había perdido a Dagon, sino también la posibilidad de la vida que había soñado con él. Estaba de luto por un amor que nunca podría ser. Sin decir nada más, se acercó a Saria y, con un gesto suave y sin presionarla, la rodeó con un abrazo. Ella se tensó al principio, sorprendida por el contacto. Pero en cuanto sintió el calor de su cuerpo, la calidez de sus brazos envolviéndola, toda la tensión se disipó. Se dejó caer contra él, apoyando la cabeza en su pecho.

—No estás sola —murmuró él.

Saria cerró los ojos y dejó escapar un suspiro largo, hundiendo los dedos en la tela de su camisa. Kaelthar se levantó y rodeó la fogata, tumbándose junto a ellos como si también quisiera ser parte de la protección silenciosa. Aren, al otro lado del fuego, sonrió con suavidad.

—Mañana será otro día —susurró Veyne, acariciando su cabello con un gesto ausente.

Saria no respondió. Ya se había quedado dormida en sus brazos.

El fuego siguió crepitando, y el sonido del mar marcó el ritmo de su respiración pausada. Paz.

Ambientación de la partida 1 del juego Her Odyssey

Estadísticas finales

Tiradas de dados: 3. Puntuación Omén: 3. Día favorable.

Partida 1 al juego Her Odyssey. Saria.
EstadísticasContadores
Vitalidad2Días favorables16
Rapidez2Días desfavorables11
Fortaleza3Esperanza:13

Saria está totalmente destrozada. Tiene que volver a recomponerse…

Hasta luego, gente!

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