Continuemos la historia con la crónica de la Partida 1 del juego Her Odyssey, día 26.
Antes de nada, si acabas de aterrizar y quieres hacerte una idea de qué va el juego, haz clic aquí para ir a la página donde más o menos explico de qué va esto. Si prefieres ir directamente a la página oficial del juego, puedes hacer clic aquí (página en inglés).
Si no es el caso, gracias por regresar y leer esta historia.
Estadísticas iniciales

Estadísticas | Contadores | ||
---|---|---|---|
Vitalidad | 3 | Días favorables | 14 |
Rapidez | 3 | Días desfavorables | 11 |
Fortaleza | 3 | Esperanza | 13 |
El desafío de las cartas

Los corazones reflejan tierras de cultivo, prados, páramos. Una clave. Curiosidad. Consecuencias tardías. Un ejército. Una trampa. Una acusación. Un mal funcionamiento. Un reflejo del amor perdido del vagabundo.
Como el valor es 1, el desafío es el mínimo.
Desarrollo
Saria se despertó con la luz del sol filtrándose a través de los ventanales de la mansión, sintiendo el calor del cuerpo de Dagon a su lado. Durante un instante, todo le pareció perfecto. Su mundo, tan caótico en los últimos meses, había encontrado un remanso de paz entre aquellas sábanas de seda y la calidez del hombre que una vez fue su hogar.

Se estiró lentamente, contemplando el techo de la habitación adornado con molduras delicadas. Esto es real. Por primera vez en mucho tiempo, se sintió segura, protegida… feliz.
Pero entonces, recordó a sus compañeros de viaje. Veyne. Aren. Kaelthar. Los había dejado atrás. Los había abandonado sin pensar en ellos. ¿La estarían buscando? ¿Habrían asumido que había sido capturada de nuevo?
Se incorporó con suavidad, procurando no despertar a Dagon, pero él ya la observaba con una sonrisa adormilada.
—¿A dónde crees que vas tan temprano? —murmuró con voz rasposa, acariciándole el brazo con suavidad.
Saria titubeó, sintiendo su piel erizarse bajo su tacto. No quería irse. No quería alejarse de esta paz recién encontrada. Pero tampoco podía ignorar su conciencia.
—Tengo que volver a la posada —dijo con suavidad—. Dejé a unos amigos allí y seguramente estén preocupados por mí.
Dagon ladeó la cabeza con interés.
—¿Amigos? No mencionaste que viajabas con alguien.
Saria se mordió el labio. No le había dicho todo. La idea de hablarle de Aren, de la Orden, de su viaje y sus peligros… la aterraba. No quería ensuciar este momento con la realidad.
—No es nada importante —respondió, esquivando su mirada—. Son los viajeros que te comenté que conocí en el camino. Decidimos hacer juntos el trayecto hasta aquí.
Dagon asintió lentamente, sin borrar la sonrisa.
—¿Quieres que vengan? —preguntó, acomodándose en la cama—. Podemos almorzar juntos. Diles que traigan buen apetito, el cocinero prepara unos mariscos exquisitos.
Saria sintió alivio por su reacción.
—Sí, eso estaría bien —dijo, levantándose finalmente.
Dagon extendió la mano y tomó la suya, atrayéndola suavemente de vuelta a la cama.
—Dame un beso antes de irte —susurró con una sonrisa pícara.
Saria rió suavemente, inclinándose hacia él para rozar sus labios con los suyos en un beso tierno. Era demasiado fácil caer en él otra vez. Cuando finalmente se separó, Dagon la miró con un brillo divertido en los ojos.
—Dime en qué posada están y haré que mis sirvientes lleven sus cosas. Así no tienes que cargar con nada.
Saria le dijo la dirección. No tenía nada que ocultar. Además, no quería alejarse de Dagon y romper el hechizo de aquella mañana, donde el roce de la piel de Dagon contra la suya y la sensación de estar de nuevo en su hogar la envolvían en una seguridad que hacía meses no sentía.
Aún recostada en la cama, con su cabello revuelto sobre las almohadas y los dedos de Dagon dibujando suaves círculos en su brazo desnudo, pidió papel y tinta. Dagon chasqueó los dedos y, en cuestión de minutos, un sirviente entró con una bandeja, dejándola sobre una mesa cercana antes de desaparecer con la misma eficacia silenciosa con la que había aparecido.
Saria se incorporó lentamente, sin muchas ganas de apartarse del calor de Dagon, y escribió unas líneas rápidas:
«
Veyne, Aren. Estoy bien. No os preocupéis por mí. Os he enviado ropas nuevas para que os cambiéis y un criado os esperará para llevaros hasta la casa de mi prometido. Comamos juntos. Tenemos mucho de qué hablar. S.
«
Dagon tomó la nota, la dobló sin leerla y se la entregó al sirviente que esperaba con paciencia.
—Dásela a los dos hombres de la posada que llegaron ayer junto a esta hermosa mujer. Llévale también los paquetes que ella trajo. Diles que los esperarás para traerlos a la mansión.
El sirviente asintió con una leve inclinación y desapareció por la puerta, dejando la estancia en un cómodo silencio.
Saria exhaló lentamente y se dejó caer nuevamente sobre el colchón. Dagon la observaba con esa sonrisa suya que siempre la había desarmado, una mezcla de ternura y posesividad que la hacía sentirse protegida, deseada.
—¿Era necesario? —murmuró él, acercándose para rozar sus labios con los suyos.
Saria suspiró suavemente contra su boca.
—No podía dejarlos tirados… Se preocuparían.
Dagon deslizó sus manos por su cintura, atrayéndola de nuevo hacia él.
—Podrías olvidarte de ellos… —susurró, besando su cuello con lentitud, con la paciencia de alguien que sabía exactamente lo que hacía—. Y centrarte solo en mí, en nosotros, como siempre debió ser.
Saria cerró los ojos, perdiéndose en su contacto, en la sensación de que el mundo entero desaparecía cuando él estaba cerca. Su viaje no parecía tan importante…
—Tenemos que parar— le susurró Saria a Dagon—. Tengo que prepararme…
Dagon respondió con un ronroneo, pero dejó que Saria se le escapase de entre las sábanas.
Tras lavarse y adecentarse, Saria se miró al espejo. Casi no podía reconocerse. ¿Quién era esa dama que la miraba desde su reflejo? Después de tantos días de viaje, el estar aseada, peinada y bien vestida se le había olvidado. Además, la expresión de felicidad que tenía en el rostro, ayudaba mucho.
Dagon la besó con suavidad mientras le susurraba lo preciosa que estaba, y justo cuando ya comenzaban a tropezar hacia la cama, el ama de llaves vino a buscarla para informarla de que sus invitados estaban llegando.
Dagon no estaba demasiado contento con la interrupción, pero se recompuso enseguida y le dijo a Saria que los esperaría en el comedor. Saria bajó a toda velocidad para recibirlos, todavía arrebolada por los arrumacos con Dagon. Cuando Aren y Veyne la vieron se quedaron boquiabiertos. Estaba espectacular.
Saria les contó por encima que había encontrado a Dagon y que esa era su casa, y que pensaba pasar allí «una temporada» con él. Ambos se miraron he hicieron una mueca rara que Saria ni siquiera percibió.
Luego les dijo que Dagon los esperaba en el comedor y que la acompañasen hacia allí.
Aren y Veyne se mantenían en silencio. No sabían muy bien qué decir o qué hacer entre las paredes de aquella mansión mientras caminaban tras Saria a través de los infinitos pasillos, con los pasos ahogados por alfombras de lujo y candelabros resplandecientes iluminando cada rincón con calidez. Saria irradiaba felicidad. Se giraba cada tanto para mirarlos, emocionada, completamente ajena a la forma en que sus acompañantes intercambiaban miradas cada vez más preocupadas.
Veyne apretó los dientes, incapaz de ocultar el desagrado que sentía por toda aquella puesta en escena. ¿Qué le había hecho ese hombre? Apenas habían pasado unas horas separados y la Saria indomable que conocía parecía haber desaparecido, envuelta en sedas, perfumes y promesas de estabilidad.
Finalmente, llegaron al comedor. Al entrar, Dagon estaba de espaldas a la puerta, junto al fuego de la chimenea. La luz danzante de las llamas proyectaba sombras largas en la lujosa habitación, y el ambiente tenía una calidez acogedora, como si realmente estuvieran en casa.
Saria apenas podía contener su felicidad. Caminó rápidamente hacia él, su vestido flotando con cada paso, sintiendo que cada segundo a su lado reafirmaba su decisión. Aquí pertenecía.
—Dagon —llamó con dulzura, colocándose a su lado y tomando su mano con confianza—. Ven, quiero presentarte a mis amigos.
Dagon sonrió antes de girarse… pero en el mismo instante en que lo hizo, un sonido de pasos atropellados llenó la habitación. Aren estaba completamente blanco. Su cuerpo entero se tensó como si un espectro de su pasado hubiera aparecido de repente frente a él. Sus ojos se abrieron de par en par, una mezcla de terror e incredulidad deformando su expresión, mientras reculaba torpemente hacia la puerta del comedor, que ya habían cerrado los sirvientes, y tropezando con ella. El silencio fue tan denso que Veyne se sintió sofocado por la sensación de peligro inminente.

Dagon lo observó con una sonrisa que no se inmutó en absoluto, como si supiera exactamente lo que estaba ocurriendo.
—¡Aren! —dijo con familiaridad— ¡Qué coincidencia encontrarte aquí!
Aren intentó hablar, pero su voz se quebró. Sus labios temblaron antes de finalmente soltar las palabras que lo cambiaron todo:
—Lord Iskander.
El mundo de Saria se detuvo. Su pecho se apretó en un doloroso nudo. Su mente, que hasta hace un segundo estaba llena de sueños y certezas, se rompió en mil pedazos. Miró a Aren, luego a Dagon, esperando que alguien desmintiera lo que acababa de escuchar. Pero Dagon no lo hizo. En su lugar, simplemente suspiró con resignación… y sonrió.
Si Dagon lo hubiera negado, si hubiera intentado dar cualquier excusa, ella… ella lo habría creído. Pero no lo hizo, no lo negó. Su sonrisa tranquila ya no era plácida, sino inquietante. Saria retrocedió, apartándose de él.
—Saria —su voz sonaba como siempre, como la del hombre que amaba, pero ahora sentía veneno en cada sílaba.— No tienes que hacer esto más difícil de lo que ya es.
Ella retrocedió otro paso.
Dagon alzó las manos, como si no fuera una amenaza.
—Si me das la perla y decides quedarte conmigo, tus amigos podrán irse sin consecuencias. Te lo prometo.
La perla. Saria sintió el peso del pequeño objeto en su bolsillo, pero ahora se sentía como si llevara el destino entero en la palma de la mano. Si este momento hubiera ocurrido antes, tal vez habría confiado en Dagon. Tal vez se la habría entregado sin dudar, creyendo que la guardaría en un lugar seguro.
Pero no ahora. No después de esta mentira. No después de saber quién era realmente.
—Dagon… —su voz apenas era un susurro—. ¿Por qué?
Él suspiró y dio un paso hacia ella.
—Porque el mundo necesita orden, Saria. El equilibrio debe ser restaurado, y la perla… la perla es la clave.
Ella negó con la cabeza, incapaz de aceptarlo.
—¿Y qué hay de todo lo que vivimos juntos? ¿Era todo una mentira?
Dagon la miró fijamente, y por primera vez, su expresión cambió, convirtiéndose en una expresión de dolor, como si las palabras de Saria lo hubiesen herido en lo más profundo de su ser. Fue real, lo que hacía que aún doliese más.
—No.
Esa única palabra fue peor que cualquier mentira. Él aún la amaba, y quería que estuviesen juntos. Apretó los dientes, su mente buscando desesperadamente una salida, una forma de escapar.
Dagon notó su conflicto y sacudió la cabeza con pesar.
—La casa está rodeada. —Su tono era casi… doloroso.— Mis hombres esperan mi señal. No quiero que esto se vuelva desagradable, pero…
El mensaje era claro. Dagon lo tenía todo pensado para hacerse con la perla y ella había caído en su trampa sin pensarlo. Era una pesadilla. Si Dagon daba la orden, todo estaría perdido y saldrían mal parados.
Saria apretó la perla en su mano, sintiéndola latir contra su piel como un corazón desesperado.
Dagon la miraba con esa misma ternura con la que solía mirarla en Azul Profundo. Todavía tenía la esperanza de que ella podía elegirlo por el amor que le profesaba.
—Saria… dame la perla —su voz era suave, como si la suplicara—. Y olvida todo esto.
Si hubiese estado sola en este camino seguramente le hubiese dicho que sí. Pero no ahora. Ahora tenía amigos que confiaban en ella. No podía fallarles.
Dagon extendió la mano hacia ella, con esperanza, con confianza, y en el último momento, Saria deslizó la mano libre hasta su cinturón. Su mano rozó el frío metal de la daga que los ancianos le habían dado.
—Lo siento —susurró.
Y entonces, clavó la daga en su costado. Los ojos de Dagon se abrieron mientras miraba a Saria con una expresión de total sorpresa. Su boca se abrió en un grito que jamás llegó a salir. Saria sintió el calor de la sangre en sus manos.
Dagon tropezó hacia atrás, tambaleándose como si no pudiera procesar lo que había pasado.
—Tú… —su voz era un susurro ahogado—. Saria…
Se derrumbó sobre la mesa con un ruido sordo.
Saria quiso gritar, pero no podía. No había tiempo. No había espacio para dudar.
Veyne reaccionó primero. Tomó su muñeca y tiró de ella. Aren corrió hacia la ventana. La abrió de un golpe. Y sin pensarlo dos veces… los tres saltaron.
Cayeron pesadamente sobre la hierba húmeda del jardín, rodando por el suelo antes de poder levantarse.
—¡Al puerto! —jadeó Veyne, sin soltar la muñeca de Saria.
Ella apenas podía respirar. Pero corrió. Corrió como nunca antes en su vida.
Comenzaron a llegar gritos desde el interior de la mansión, pero la confusión reinaba en el ambiente. Nadie había visto nada, nadie había escuchado nada.
Un rugido sacudió la ciudad. Un rugido salvaje. Familiar. Los guardias de la Orden que patrullaban las calles se detuvieron en seco, mirando en derredor confundidos, aterrados.
Saria lo supo de inmediato. Kaelthar estaba allí, en las afueras, esperándolos. Veyne y Aren también lo comprendieron, si Kaelthar estaba allí, tenían una oportunidad de escapar.
Las luces de Puerto Goldran eran un espejismo brillante, pero no podían quedarse en la ciudad. Ya no. La mansión de Dagon —Lord Iskander— y la ciudad al completo en breve estaría llena de enemigos. La Orden rondaba por todas partes.
Debían salir de la ciudad, llegar a los bosques.
—¡Vamos! —exclamó Aren.
Se lanzaron a la carrera. Las calles estaban repletas de gente confundida, ya que nadie entendía aún lo sucedido. Pero pronto la ciudad se enteraría de lo que había ocurrido: unos forasteros habían atacado a un noble respetable de la ciudad para robarle e incluso le habían intentado dar muerte.
Y cuando eso pasara… sería demasiado tarde para huir.
Veyne iba a su lado, su rostro tenso. Aren mantenía el ritmo, con la vista fija en las calles a su alrededor, buscando cualquier peligro.
Y entonces… el caos estalló. Un guardia de la Orden los vio primero.
—¡Eh! —gritó, llevándose la mano a la espada— ¡Alto ahí!
Saria no se detuvo. No podía. Aren giró sobre sus talones y lo embistió con el hombro. El guardia cayó de espaldas contra unos barriles.
—¡No paréis! —gruñó Aren, corriendo tras ellos.
Vamos a hacer una tirada de rapidez, a ver si consiguen escapar de sus perseguidores.
Tirada de dados: 2, 3 y 4.
¡Éxito absoluto!
Los tres se adentraron en un callejón estrecho. Los pasos de los soldados comenzaron a resonar tras ellos. Los habían visto y no iban a soltar a su presa. El callejón terminaba en una pared.
—¡Nos han acorralado! —gruñó Veyne soltando una maldición.
Saria miró a su alrededor. Había una escalera de hierro oxidada en un edificio cercano. Una salida.
—¡Por aquí! —exclamó, señalando hacia arriba.
Aren fue el primero en saltar. Treparon con toda la velocidad que sus cuerpos les permitieron. Cuando los guardias llegaron al callejón, lo único que vieron fue la sombra de Saria perdiéndose en los tejados.

Los tres corrieron, saltando de tejado en tejado, con la adrenalida llenando sus venas. La ciudad se extendía bajo ellos, y más allá, en la distancia, estaba el bosque, donde Kaelthar los esperaba. Saria incluso creyó vislumbrar su inmensa silueta en la linde del bosque, sus ojos brillando en la oscuridad, esperándolos.
Saria no podía mirar atrás. Si lo hacía, si permitía que su mente volviera a la mansión, a Dagon gimiendo en el suelo, a su mirada traicionada, a la sangre oscura cubriéndole las manos… se quebraría. No podía permitirse quebrarse, aún no. Veyne iba a su lado, jadeando. Aren, apenas unos pasos detrás.
Las alarmas no tardarían en sonar en toda la ciudad.
Ahora mismo, su único objetivo era llegar hasta Kaelthar, su única certeza en este mundo era él. Y luego huir, huir y no volver jamás.
—¡Vamos, vamos! —gruñó Veyne, aferrando su brazo y tirando de ella.
Descendieron por una fachada hasta una calle principal. El puerto quedaba a su izquierda, con las embarcaciones meciéndose en el agua. Por un instante, una idea cruzó su mente. Podrían huir por mar. Pero no, debían ir al bosque donde Kaelthar los esperaba.
Y entonces, la alarma estalló, con el rugido de un cuerno sonando en la distancia.
—¡Nos han descubierto! —exclamó Aren.
Saria aceleró el paso. No importaba. Ya los perseguían. No importaba. Lo único que importaba era llegar al bosque.
Sataron por encima de un muro bajo, corriendo entre callejones, apartaron barriles, evitaron soldados, con los soldados de la Orden pisándoles los talones, cada vez más cerca.
—¡Allí! ¡Al bosque! —gritó Veyne, señalando la linde de los árboles.
—¡Corre, Saria! —gritó Aren.
Y Saria corrió. Saltó sobre un tronco caído. Los arbustos arañaron sus piernas. Los árboles los envolvieron en sombras. El bosque los devoró. Y el mundo de Puerto Goldran desapareció detrás.
Saria no podía sentir su cuerpo. Sólo corría. Sus pies apenas tocaban el suelo. Las ramas latigaban su rostro. Su respiración era un eco lejano en sus oídos. No pensaba. No sentía. No podía.
Dagon… La daga… Sangre en sus manos. El recuerdo se aferraba a ella como un espectro.
Kaelthar los guiaba.
El silencio era lo peor, porque la dejaba pensar. Pensar y recordar lo sucedido. No quería recordarlo, no quería volver a pensar en eso nunca más.
—Nos hemos perdido —murmuró Aren, con la voz tensa al cabo de un tiempo.
Veyne se desplomó contra un árbol, pasando una mano por su rostro sudoroso.
—No importa. Mientras no nos encuentren…
Kaelthar se movió entre ellos.
Saria bajó la mirada. El recuerdo de Dagon inundó nuevamente sus pensamientos. Bueno, no Dagon, Lord Iskander, la persona que había tratado encerrarla, la persona que quería romper el sello, que haría cualquier cosa por hacerse con la perla. Y sin embargo… el recuerdo de sus labios quemándole la piel, el recuerdo de su voz… Y ella lo había apuñalado, lo había dejado morir… Las imágenes inundaban su mente a una velocidad vertiginosa.
—Saria… —murmuró Veyne, mirándola con cautela.
Ella temblaba. No podía parar de temblar.
—Estoy bien —mintió.
Nadie le creyó, pero nadie dijo nada.
Aren encendió un pequeño fuego y se dejó caer junto a él.
—Tenemos que decidir qué hacer. No podemos vagar sin rumbo.
—Kaelthar puede guiarnos —dijo Saria, con la voz apenas un susurro.
—¿A dónde? —preguntó Aren.
Saria cerró los ojos.
—Nos alejaremos de la Orden primero —intervino Veyne—. Y luego… decidiremos.
Saria no respondió, con la mirada perdida en las figuras danzantes del fuego. Pero en su mente no veía el fuego, veía los ojos de Dagon, su traición, y su amor.

Estadísticas finales
Tiradas de dados: 9. Puntuación Omén: 1. Día favorable.

Estadísticas | Contadores | ||
---|---|---|---|
Vitalidad | 3 | Días favorables | 15 |
Rapidez | 2 | Días desfavorables | 11 |
Fortaleza | 3 | Esperanza | 13 |
Como los gatos por los tejados… ¡Será mal bicho el Dagon de las narices!
Hasta luego, gente!
Her Odyssey. Partida 1. Día 25. Nada más importó.
El traqueteo del carromato hacía que cada pequeña piedra en el camino se sintiera como un golpe seco contra la…
Her Odyssey. Partida 1. Día 27. Todo perdido.
El bosque aún susurraba con la voz del viento cuando llegó el amanecer. Habían escapado, pero no todos sus problemas…