Her Odyssey. Partida 1. Día 25. Nada más importó.

Continuemos la historia con la crónica de la Partida 1 del juego Her Odyssey, día 25.

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Estadísticas iniciales

Partida 1 al juego Her Odyssey. Saria.
EstadísticasContadores
Vitalidad3Días favorables13
Rapidez3Días desfavorables11
Fortaleza3

El desafío de las cartas

Primer Comodín

El primer comodín es un Falso Regreso a Casa. Se llega a un lugar que cree que es su hogar perdido, o que puede ser un nuevo hogar, pero se ve frustrado de alguna manera.

Desarrollo

El traqueteo del carromato hacía que cada pequeña piedra en el camino se sintiera como un golpe seco contra la madera. Saria no recordaba haber dormido, aunque debía haberlo hecho en algún momento, pues el amanecer la sorprendió con los ojos hinchados y el cuerpo entumecido. La jaula en la que estaban encerrados sobre la parte superior del carromato era estrecha y fría, con barrotes gruesos que les impedían cualquier movimiento brusco.

Veyne se desperezó a su lado, su ceño fruncido en una mueca de cansancio. Aren, en cambio, observaba el horizonte con una expresión tensa. Sabía que el tiempo corría en su contra.

Puerto Goldran estaba a la vista.

La noche en la jaula fue interminable. Saria, Veyne y Aren intentaron descansar, pero el traqueteo del carromato y la amenaza inminente de lo que les esperaba en Puerto Goldran los mantenía en vilo.

Kaelthar no dejó de gruñir en su propia jaula, un sonido bajo, amenazante, que mantenía a los caballos nerviosos y a los soldados en guardia.

Pero cuando el sol despuntó en el horizonte, trayendo consigo la silueta imponente de Puerto Goldran, se presentó su oportunidad.

Hicieron una parada en el camino, un último descanso antes de la llegada. Los soldados se relajaron. Algunos se alejaron a lavarse en un pequeño arroyo cercano, otros comenzaron a desayunar y alimentar a los caballos.

Era ahora o nunca.

La jaula de Saria, Veyne y Aren seguía bajo vigilancia, pero con menos soldados de lo habitual.

Saria sintió la vibración de la perla en su bolsillo. «Nos está dando una oportunidad.» Cruzó una mirada con Veyne y Aren. No necesitaban palabras. Era el momento.

Saria deslizó su mano en el bolsillo y apretó la perla con fuerza. No sabía qué haría exactamente, pero la perla siempre había reaccionado ante el peligro, y ahora necesitaba que lo hiciera de nuevo. A medida que Saria se concentraba en la perla y en escapar, los barrotes se debilitaron levemente, un parpadeo en su estructura metálica, como si por un instante fueran menos sólidos de lo que parecían. ¡Ahí estaba la oportunidad!

Veyne y Aren forzaron el candado debilitado, y con un chasquido seco, la cerradura cedió.

Saria se deslizó fuera de la jaula con agilidad felina, seguida por Veyne y Aren. Los soldados seguían desprevenidos, ajenos a la fuga.

Avanzaron rápidamente hacia donde estaban los caballos atados. Se dedicaron a cortar las cinchas de las monturas. Luego, escogieron los más fuertes para ellos. Saria y Aren montaron rápidamente, mientras Veyne se encargaba de soltar a Kaelthar. Cuando la jaula de Kaelthar cedió, la bestia saltó con un rugido feroz, alertando al resto del campamento.

Los soldados gritaron alarmados, algunos corrieron por sus armas, otros intentaron detener a Kaelthar, pero la criatura se lanzó contra ellos como una sombra letal, dándoles el tiempo suficiente para huir.

Saria picó espuelas, el caballo se lanzó a la carrera, seguido de cerca por Veyne y Kaelthar. «¡Vamos, vamos!»

Era demasiado tarde para los soldados. Las flechas comenzaron a volar, pero la velocidad y el caos los protegieron. Algunos de los soldados intentaron perseguirlos a caballo, pero al intentar montar, con las cinchas rotas, se organizó tal caos que pudieron coger una ventaja considerable en dirección a Puerto Gondran.

El estruendo del campamento. Puerto Goldran se alzaba ante ellos, con sus murallas de piedra gris y sus torres que se perdían en la bruma matinal.

Los caballos jadeaban exhaustos bajo ellos, pero no había tiempo para detenerse.

Kaelthar frenó en seco al borde del bosque, girando su gran cabeza para mirar a Saria. «No puede entrar a la ciudad.» Lo entendió sin necesidad de palabras y se desvió hacia los bosques cercanos, ocultándose entre la maleza con la promesa silenciosa de que volvería cuando lo llamaran. Saria le dedicó una última mirada antes de que el bullicio de la ciudad los tragara por completo.

Puerto Gondran era una ciudad de contrastes, un crisol de culturas, comercio y oportunidades que se alzaba a orillas de un mar que jamás dormía. A diferencia de las ciudades costeras pequeñas, donde la vida seguía el ritmo de las mareas, Puerto Gondran latía con su propio pulso, alimentado por el incesante flujo de mercancías, marineros y viajeros que llegaban desde los rincones más lejanos del mundo.

Las calles adoquinadas vibraban con la actividad de mercaderes y artesanos, cuyas voces se mezclaban con el sonido de las gaviotas y el choque de las olas contra los muelles. Las tiendas y mercados desbordaban de productos exóticos: sedas traídas del este, especias de islas lejanas, armas forjadas con técnicas desconocidas y amuletos de tierras que pocos habían oído mencionar.

El puerto en sí era un espectáculo en movimiento. Barcos de vela majestuosos, carabelas mercantes y pequeñas embarcaciones pesqueras compartían espacio en el muelle, descargando y cargando sin descanso. Estibadores trabajaban sin tregua, y capitanes discutían los precios de las mercancías con comerciantes de ojos avispados.

Pero no todo era comercio. Bajo la opulencia de los barrios de comerciantes, donde se alzaban casas de piedra con balcones floridos y tabernas llenas de historias, se escondía un mundo de sombras y secretos. En los callejones cercanos al puerto, donde la luz de los faroles apenas llegaba, las apuestas ilegales, el tráfico de información y los negocios turbios prosperaban entre aquellos que no podían—o no querían—vivir bajo las reglas del comercio tradicional.

En una ciudad con tanta vida, la Orden no podía moverse con tanta libertad. Demasiados ojos. Demasiada gente. Eso les daba ventaja.

Se ocultaron entre la multitud, bajando de los caballos y abandonándolos en un establo cercano.

Eligieron un alojamiento discreto en los barrios bajos. La taberna «El Faro Rojo» no destacaba, un sitio discreto y con un posadero que no hacía preguntas mientras tuvieses monedas para pagar. Pidieron una habitación pequeña, alejada de la calle principal. «No hay lujos, pero aquí estamos a salvo.» Veyne cerró la puerta con firmeza, Aren revisó las ventanas. Todo en orden, ahora estaban a salvo.

Todavía era temprano, la ciudad seguía en pleno movimiento. Los barcos entraban y salían del puerto, los vendedores gritaban sus ofertas, y el aroma a pescado y sal impregnaba el aire.

Saria decidió que lo primero que tendrían que hacer es cambiar sus vestimentas por otras que no llamasen tanto la atención, sobre todo por el uniforme hecho jirones de Aren. «Un nuevo disfraz, una nueva oportunidad.»

Decidieron que lo mejor es que Saria y Veyne fueran a comprar nuevas ropas, mientras Aren los esperaría descansando en la habitación.

Veyne fue hacia los muelles, mezclándose con los marineros y pescadores, y así de paso comprar algo de comida.

Saria optó por la zona comercial. Tras pasar por la puerta de varias tiendas, optó por una en la que había vestidos para señoras elegantes, pero no ostentosos, y trajes para caballeros muy correctos.

Tras esto, caminó entre los puestos del mercado central, envuelta en su nuevo disfraz. La ropa femenina y elegante que había comprado la hacía parecer una dama más entre la multitud. «Si la Orden busca a una fugitiva de la montaña, no reconocerán a una mujer refinada que pasea por el mercado.» Llevaba el cabello cubierto con un velo liviano, las telas flotaban con cada paso, y sus manos estaban ocupadas con pequeñas bolsas de especias y frutas secas que había comprado.

Todo iba bien… Hasta que lo vio.

Estaba en el mercado, comprando especias en un puesto callejero, con la misma calma con la que lo había visto tantas veces en Azul Profundo. Saria se quedó helada. Dagon.

Tirada de dados

Su cuerpo reaccionó antes de que su mente pudiera procesarlo, y sin darse cuenta, se acercó a él. Cuando sus miradas se encontraron, Dagon no dudó ni un segundo.

—Saria.

Se acercó a ella, con una sonrisa cálida, con un gesto tierno, como si el tiempo no hubiera pasado. Y sin previo aviso, la besó. Fue un beso suave, tierno, como si los años que habían pasado separados nunca hubiesen existido. Como si ella nunca se hubiera ido. Un beso que trajo consigo todos los recuerdos de su antigua vida. Las manos de Dagon la sujetaron con firmeza, rodeando su cintura, atrayéndola hacia él. Y por un instante, Saria se permitió olvidar todo. Solo existía ese momento.

Ambientación de la partida 1 del juego Her Odyssey

—No puedo creer que estés aquí —susurró, con los ojos brillantes—. Pensé que nunca volvería a verte.

Saria no pudo responder de inmediato. Su mente seguía atrapada en lo que acababa de suceder. Sintió su corazón tamborilear en su pecho. Era real. Estaba con Dagon.

Había soñado muchas veces con ese reencuentro. Había imaginado todas las reacciones posibles que podrían darse por parte de él: odio, resentimiento, preguntas y más preguntas pidiendo explicaciones… Pero en su lugar, Dagon la había besado como si todo estuviera bien. Como si ella nunca se hubiera ido.

Saria no lo pensó. No lo razonó. Simplemente se aferró a Dagon. Hundió su rostro en su cuello, cerró los ojos y sintió su calor. Sintió su aroma, familiar y nostálgico, como las olas rompiendo contra las rocas en Azul Profundo. Como los días en que aún no tenía miedo. «¿Cuánto tiempo había pasado desde que alguien la abrazaba así?» Él no preguntó por qué se había ido. No la apartó. Solo la sostuvo con más fuerza. Y así, envuelta en un abrazo que la hacía sentir segura, quiso olvidarse de todo lo demás.

Cuando finalmente se separaron, Dagon sonrió, deslizando una mano por su mejilla con la familiaridad de otro tiempo.

—Sigues siendo la misma. —murmuró, con ternura.

Saria rió suavemente, con la voz temblorosa.

—Tú también.

Mentira. Dagon ya no era el mismo. Y ella tampoco. Pero Saria no quería pensar en eso ahora. No quería pensar en nada más que no fuese que lo había encontrado y él la seguía queriendo.

—Ven, caminemos. —dijo Dagon con naturalidad, tomándola de la mano como si los últimos años no hubieran pasado—. Hay tanto que quiero contarte…

Y así, sin darse cuenta, Saria fue arrastrada de nuevo a su pasado.

Saria no pensó en la Orden. No pensó en Aren o Veyne, ni en Kaelthar esperando fuera de la ciudad. Solo pensó en él. En cómo su mano aún encajaba con la suya. En cómo su voz le erizaba la piel, igual que antes. En cómo su presencia la envolvía, como si nada en el mundo pudiera hacerle daño mientras él estuviera allí. «¿Por qué me fui?»

Caminaban juntos por el mercado, como dos amantes que se reencuentran después de una larga ausencia. Dagon le hablaba con la misma calidez de siempre, sin reproches, sin preguntas incómodas. Como si jamás se hubiera ido.

—Han pasado tantas cosas, Saria… —dijo él con una sonrisa, pasando un brazo por su hombro con una familiaridad devastadora—. No sabes cuánto he pensado en ti.

Saria sintió su pecho oprimirse. No sabía si era por la emoción o por la culpa.

—Yo también te extrañé —susurró.

Y era verdad.

Dagon la guió entre los puestos del mercado, hablándole de cosas triviales. De los cambios en la ciudad, de la prosperidad que había traído el comercio con los pueblos del norte. De lo mucho que le gustaría que ella viera Azul Profundo ahora. Saria sonrió, casi con tristeza. «Azul Profundo ya no es mi hogar.» Pero no lo dijo. No quería romper el hechizo de ese momento.

—Cuéntame más —pidió, aferrándose a su brazo.

Quería seguir escuchándolo.

Siguieron caminando hasta que salieron del bullicioso mercado y llegaron a una parte más tranquila de la ciudad. Las casas eran grandes y elegantes, con jardines cuidados y balcones de madera tallada que daban al mar. Saria sintió su corazón latir con fuerza cuando Dagon la guió hasta una imponente mansión de piedra blanca y con amplios ventanales que reflejaban el sol de la tarde. Saria no pudo evitar quedarse boquiabierta.

—¿Todo esto… es tuyo? —preguntó ella, todavía incrédula.

Dagon sonrió con orgullo, guiándola hacia dentro.

—Empecé como un simple pescador… pero con esfuerzo y un poco de astucia, me convertí en el dueño de una flota entera. Ahora mis barcos viajan por todas partes, comerciando con las islas del este y los reinos del norte.

Saria recorrió el interior con la mirada, maravillada. Las paredes estaban decoradas con mapas antiguos y pinturas de océanos lejanos. Los muebles eran de maderas exóticas, talladas con delicadeza. Todo olía a sal y especias, a riqueza bien ganada. Dagon había construido un imperio. Un hogar.

Él se giró para mirarla directamente a los ojos.

—Quiero que te quedes, Saria.— Su voz era firme, pero dulce. Una súplica sin desesperación, una oferta sincera.—Podemos empezar de nuevo aquí. Construir algo juntos. No tienes que seguir huyendo.— Dagon tomó sus manos entre las suyas.— Aquí estarás segura. Podemos tener una vida tranquila. Criar a nuestros hijos junto al mar, verlos correr por los muelles mientras nuestros barcos zarpan al horizonte.

Saria sintió su corazón acelerarse, imaginándose su nueva vida, una vida sin peligros, sin persecuciones, sin oscuras amenazas… Una vida con él.

Tirada de dados

Levantó la mirada, y en sus labios se dibujó una pequeña sonrisa.

—Sí.

Dagon la abrazó con fuerza, riendo contra su cabello.

—Sabía que lo entenderías —susurró—. Sabía que esto era lo que querías.

Ambientación de la partida 1 del juego Her Odyssey

Saria cerró los ojos, apoyando su cabeza en su pecho, inspirando profundamente. Había prometido que dejaría atrás su pasado, que comenzaría de nuevo con Dagon, pero… No podía construir algo sobre mentiras. Se sentaron en la gran sala de la casa, con la brisa marina entrando por los ventanales. Dagon sirvió una copa de vino y se acomodó en un sillón frente a ella.

—Quiero saberlo todo —le dijo con una sonrisa—. Quiero saber qué ha sido de ti todo este tiempo.

Saria jugueteó con la copa entre sus manos. Había tantas cosas que contar… pero también tanto que no podía decir. Así que comenzó desde el principio. Le habló sobre su huida de Azul Profundo. Sobre cómo la Orden la persiguió. Sobre la perla y su conexión con el antiguo sello. Sobre los secretos enterrados bajo el océano.

Omitió a Aren y a Veyne. No le habló de cómo se conocieron, ni de lo mucho que había llegado a confiar en ellos. Para Dagon, solo eran dos viajeros que se cruzaron en su camino.

Tampoco mencionó a Kaelthar. No lo veía necesario.

Pero le habló de Lysandre. De cómo la encontró en el bosque, de cómo parecía una mujer indefensa… y de lo que realmente era.

—Era un súcubo —murmuró—. Nos tendió una trampa en el pantano, casi no lo contamos.

Dagon frunció el ceño.

—Un súcubo… nunca pensé que vería uno en esta región.

Saria asintió.

—Por suerte, escapamos a tiempo. Después de eso, encontramos refugio con una pareja de ancianos. Nos dieron cobijo, comida… incluso nos ayudaron con información.

Dagon la escuchó con atención, su mirada reflejando sorpresa y preocupación a partes iguales. Cuando ella terminó de hablar, él se levantó, caminó hasta la ventana y miró hacia el puerto.

—Has pasado por mucho —dijo al fin—. Más de lo que imaginaba.

Él la guió hasta un balcón que daba al mar. La brisa marina acarició su rostro mientras observaba los barcos anclados en el puerto. Se colocó a su lado y tomó su mano con suavidad, besando con ternura sus dedos.

Saria se quedó a pasar la noche.

En ningún momento pensó en si Veyne o Aren la estaban buscando. Incluso se olvidó de Kaelthar. Solo existían Dagon y ella, en su hogar. Volvía a tener una familia.

La noche fue un sueño hecho realidad para ella. Se dejó envolver por la seguridad de aquel lugar, por la calidez de los brazos de Dagon. Las sombras del pasado parecían desvanecerse entre las sábanas de seda, entre susurros y caricias que la hacían olvidar todo lo demás. El mundo exterior ya no existía.

No pensó en Veyne ni en Aren.

No pensó en Kaelthar, que esperaba en algún lugar del bosque, leal como siempre.

No pensó en la Orden del Mar, ni en la ciudad hundida, ni en la perla que seguía guardada en su morral, olvidada en un rincón de la habitación.

Solo estaba Dagon.

Su voz. Sus manos. Su presencia envolviéndola como un refugio cálido en medio de la tormenta.

Pasaron las horas sin prisas, sin urgencias. La noche fue solo de ellos dos.

Cuando los primeros rayos de sol se filtraron por los ventanales, Saria se removió entre las sábanas y entreabrió los ojos. Dagon aún dormía a su lado, su respiración tranquila, su brazo rodeándola con una suavidad que la hizo sonreír.

Había vuelto a casa.

Ambientación de la partida 1 del juego Her Odyssey

Estadísticas finales

Tiradas de dados: 5. Puntuación Omén: 6. Día desfavorable.

Partida 1 al juego Her Odyssey. Saria.
EstadísticasContadores
Vitalidad3Días favorables14
Rapidez3Días desfavorables11
Fortaleza3Esperanza13

En las reglas no viene si los comodines son días favorales o desfavorables. Además, a partir de aquí este contador deja de tener sentido, pero bueno, para que me cuadre el número de días con los contadores, yo voy a decir que el día es favorable, aunque no varíe el resto de estadísticas, porque Saria la verdad es que se lo está pasando bastante bastante bien…

Hasta luego, gente!

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