Conservas. Marzo. Intento 1

Ya estamos en marzo en el juego Conservas en el intento 1.

Antes de nada, si acabas de aterrizar y quieres hacerte una idea de qué va este juego, haz clic aquí para ir a la página donde más o menos explico de qué va. Y si quieres ir a la página oficial del juego, aquí tienes su enlace.

Y ahora, veamos de qué va este escenario antes de comenzar.

El escenario Marzo en Conservas

Tema

El negocio va bien… ¡es hora de expandirse!

Sigue haciendo crecer tu base de clientes, y al mismo tiempo amplía tu flota. Vas a necesitar una cantidad considerable de barcos en el puerto para poder sacar beneficios.

Preparación

Capital inicial: 10 monedas

Contenido para la bolsa: 5 mejillones, 5 zamburiñas, 5 pulpos y 8 fichas de agua.

Barco inicial (al azar entre 2): Camarón de la Isla

Objetivos financieros y de sostenibilidad

Estándar: 40 monedas, 3 pulpos y 4 barcos.

Difícil: 55 monedas, 5 pulpos y 5 barcos.

Conservas. Marzo. Intento 1. Preparación

Desarrollo del escenario

Día 1

El primer día de marzo zarpamos con el Camarón de la Isla, majestuoso y poderoso, capaz de devorar el horizonte con su sola presencia. La tripulación estaba convencida de que sería una jornada memorable, que las bodegas se llenarían de mejillones, zamburiñas y quizá hasta algún pulpo oculto en las grietas del fondo.

Pero el mar se mostró esquivo. Tras horas de faena y redes lanzadas una y otra vez, lo único que conseguimos arrancarle fue un único lote de zamburiñas, brillante pero solitario. Los hombres murmuraban en cubierta, algunos con decepción, otros con un humor amargo: ¿para esto habíamos desplegado al coloso de nuestra flota?

En vez de vender aquella pequeña captura, tomé una decisión distinta. Invertimos las zamburiñas en la elaboración de un informe meteorológico, un estudio detallado de vientos, mareas y corrientes. La idea era clara: comprender mejor las entrañas del mar, anticipar sus caprichos y localizar los lugares donde las presas abundaran. No era un gasto inmediato que se tradujera en monedas, pero sí una apuesta por el futuro.

Y aún hubo una decisión más, nacida del cálculo y la audacia. Con los ahorros acumulados, me lancé a ampliar la flota con un navío peculiar: El Dorado. No era demasiado grande, y su precio resultaba elevado, pero tenía una virtud irresistible: un mantenimiento nulo, como si se alimentara solo de la brisa marina. Al verlo amarrado en el puerto, su nombre resplandecía como una promesa, un talismán para tiempos de incertidumbre.

Conservas. Marzo. Intento 1. Día 1

Día 2

El segundo día de marzo nos trajo, al fin, la recompensa que el primero nos había negado. El Camarón de la Isla y El Dorado lanzaron sus redes al amanecer, y al recogerlas el júbilo se desató en cubierta: pulpos, grandes y resbaladizos, se enredaban en las cuerdas con sus tentáculos firmes, luchando por volver al abismo. Entre ambas embarcaciones logramos tres lotes completos, un botín que hacía tiempo esperábamos.

No hubo dudas ni titubeos. En cuanto tocamos puerto, los lotes pasaron directo a la fábrica. El humo de las calderas y el chisporroteo de los hornos trabajaron sin descanso hasta convertir aquella masa palpitante en conservas de pulpo, que volaron en el mercado con la avidez de los clientes que saben reconocer un manjar.

Ese día no hubo más historias ni complicaciones: solo el aroma intenso del pulpo recién enlatado, el tintineo de monedas entrando en el cofre, y la satisfacción de haber sentido, aunque fuera por unas horas, que el mar estaba de nuestro lado.

Conservas. Marzo. Intento 1. Día 2

Día 3

El tercer día de marzo amaneció con el mar dócil y generoso. Las redes bajaron una y otra vez, y cuando fueron izadas, el júbilo recorrió a la tripulación: cinco lotes en total, nada menos que cuatro de zamburiñas y uno de pulpos, un festín marino que hizo brillar las cubiertas con plata y nácar.

Todo fue directo a la fábrica. El humo de los hornos y el golpe de las máquinas se mezclaban con el aroma intenso de marisco, hasta que cada lote quedó encerrado en sus latas relucientes. Y luego, sin demora, las conservas cruzaron al mercado, donde fueron recibidas con entusiasmo, dejando tras de sí un avance económico prometedor.

Con esa riqueza acumulada, me lancé a una nueva apuesta: ampliar la flota. Así llegó a nosotros una embarcación singular, pequeña y vivaz, con un nombre que despertaba sonrisas: el Cuqui Shark. No era grande, y requería cierto mantenimiento, pero su presencia era necesaria; cada barco añadido era un paso hacia nuestro objetivo, una pieza más en el engranaje de la empresa que seguía creciendo con firmeza.

El día terminó con el puerto rebosante de vida y el muelle adornado con una flota que ya empezaba a imponer respeto.

Conservas. Marzo. Intento 1. Día 3

Día 4

El cuarto día de marzo fue un triunfo rotundo. En total, seis lotes variados acabaron sobre nuestras cubiertas: mejillones oscuros, zamburiñas brillantes y pulpos inquietos, que se retorcían en nuestros barcos. Y lo mejor de todo fue el estreno del Cuqui Shark, que en su primera salida regresó victorioso, arrancando vítores y aplausos de la tripulación.

Con semejante abundancia, y el colchón económico de los días anteriores, tomé una decisión atrevida. En lugar de separar las especies en productos distintos, en la fábrica nos atrevimos a crear un nuevo producto combinado: mejillones, zamburiñas y pulpos, unidos en una conserva que parecía contener en sí misma la esencia del mar. El aroma era intenso, el sabor contundente, y el resultado… un éxito inmediato en el mercado. Las gentes del puerto se agolpaban para conseguir aquellas latas, y el rumor de su calidad corría de boca en boca con rapidez.

Tras la venta, aún nos quedaban tres lotes disponibles, y decidimos reinvertirlos en el futuro de la empresa. Primero, dotamos a nuestras embarcaciones de iluminación nocturna, lámparas que arrojaban haces de luz sobre la cubierta y permitían faenar con seguridad bajo el manto de las estrellas. Y después, dimos un paso más ambicioso: invertimos en marketing internacional. Con ello, nuestras conservas podrían viajar más allá de nuestras costas, abriendo mercados nuevos allí donde el nuestro ya comenzaba a saturarse.

Y como si todo ello no fuera suficiente, ese mismo día dimos un paso más en la expansión de la flota: adquirimos una nueva embarcación de tamaño mediano, con un nombre que arrancaba sonrisas y cejas alzadas en el puerto: el Trabalenguado. Tenía algo de mantenimiento, sí, pero su presencia era necesaria, una pieza más en el engranaje de nuestra empresa que seguía creciendo sin descanso.

Tras ese día, dejé de ser un pescador para convertirme en un empresario del mar, conocido a nivel mundial.

Día 5

En el quinto día de marzo, las embarcaciones regresaron cargadas hasta los topes, y al desembarcar pudimos contar la magnitud de la jornada: ocho lotes en total, nada menos que cinco de mejillones, dos de pulpos y uno de zamburiñas. El muelle se llenó de voces y exclamaciones, y por un momento parecía que toda la bahía había acudido a contemplar nuestro regreso.

Con semejante abundancia, tuve que decidir el destino de cada captura. Esta vez opté por la prudencia: no adquirimos nuevas embarcaciones ni emprendimos mejoras, pues lo que el mercado ofrecía no me quedaba claro que nos aportara nada nuevo a lo que ya teníamos. En cambio, llevamos nuestra pesca a la fábrica, donde los hornos rugieron y el humo se mezcló con el bullicio de los marineros.

De aquella faena nació otra remesa de conservas combinadas, mezcla de mejillones, zamburiñas y pulpo, un producto que ya se había convertido en seña de identidad de nuestra empresa. El resto de los lotes se enlató de manera tradicional y fue vendido en el mercado, donde desaparecieron con la misma rapidez con la que llegaron.

Nuestro capital empresarial creció de forma asombrosa, y la tripulación celebraba en el puerto como si el propio mar hubiera querido bendecirnos. Nuestro nombre ya no era solo conocido, sino que ya empezaba a ser respetado.

Día 6

El sexto día de marzo fue un auténtico pleno, una sinfonía perfecta entre mar y flota. Cada barco regresó triunfante, sus redes colmadas de vida. Cuando terminamos de contar las capturas, el asombro nos recorrió a todos: nueve lotes en total, tres de cada especie :mejillones, zamburiñas y pulpos.

La fábrica rugió como un gigante despierto. Decidimos transformar toda la pesca en nuestras ya célebres conservas combinadas, ese producto que había conquistado el mercado y que se había convertido en la bandera de la empresa. El aroma de mariscos mezclados impregnaba cada rincón del taller, y al poco tiempo las latas volaban en el mercado como si fueran tesoros. El éxito era absoluto, y la gente hablaba de nuestras conservas con un fervor que rozaba la devoción.

Con semejantes beneficios, era imposible no pensar en expansión. Fue entonces cuando incorporamos a la familia un barco largamente deseado: el Pez Limoncello. De tamaño mediano y precio elevado, sí, pero con una gran virtud: cero coste de mantenimiento.

Al caer la tarde, el puerto era un hervidero de risas y canciones. Los marineros bebían en las tabernas, la cuenta de la empresa estaba boyante, y yo sentía que marzo se había convertido en una sucesión de milagros. ¡Esto pintaba genial!

Día 7

El séptimo día de marzo me encontré sin palabras, porque la única explicación posible era que el mar nos había tomado cariño. Un total de doce lotes llenaron nuestras bodegas, un caudal de vida que desbordaba las cubiertas y arrancaba gritos de incredulidad a los marineros. Era un nuevo pleno, un regalo inmenso de las aguas.

En la fábrica, once de esos lotes tomaron rumbo directo hacia el humo y el hierro. Allí nacieron tres remesas de mejillones, una de pulpo y un lote combinado, todos enlatados con el esmero que ya era la firma de nuestra compañía. El mercado los recibió con entusiasmo desbordante, como si cada conserva llevara dentro no solo el sabor del mar, sino también la reputación que poco a poco íbamos consolidando.

Pero quise que aquel día no quedara reducido a cifras y ventas. Con el lote restante tomé una decisión distinta: lo invertí en una jornada de convivencia para las familias de mis empleados. Alquilamos embarcaciones de recreo, nos adentramos mar adentro, vimos saltar delfines entre las olas y compartimos un banquete sencillo bajo el sol. Risas, canciones y abrazos recorrieron la cubierta, y los lazos de amistad entre los míos se hicieron más fuertes que cualquier cabo o cadena.

Porque entendí que no todo en esta empresa eran barcos, redes y monedas. Cuidar a la gente es tan importante como cuidar del mar, y la gente, cuando se siente valorada, devuelve ese cuidado con trabajo, lealtad y una alegría que hace crecer hasta a los barcos mismos. Aquella noche, mientras el puerto descansaba bajo la luna, supe que el verdadero tesoro del día no había sido el pleno de capturas, sino la certeza de que mi tripulación y yo éramos ya una gran familia.

Cumplimiento de objetivos

Marzo fue el mes en que el mar nos abrazó con abundancia y la compañía alcanzó un nuevo nivel. Las bodegas se llenaron una y otra vez, los barcos crecieron en número. Nuestras conservas combinadas se convirtieron en el estandarte de la empresa. Por otra parte, aprendimos a cuidar del mar y de nuestra gente, a equilibrar la ambición con el respeto.

Estos han sido los resultados obtenidos:

Capital final: 65 monedas

Contenido de la bolsa: 7 pulpos, 1 zamburiña, 3 mejillones y 10 fichas de agua.

Barcos finales 5: Camarón de la Isla, El Dorado, Cuqui Shark, Trabalenguado y Pez Limoncello.

Número total de mejoras adquiridas: 4

Conservas. Febrero. Intento 1. Final económico

Hemos superado el nivel en dificultad Difícil.

Vamos viento en popa. El mes de marzo lo hemos superado algo ajustados en presupuesto, en lo que es conservación lo hemos bordado. No se nos da mal esto de las conservas…

Hasta luego, gente!

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