Prosigamos con el mes de febrero en el juego Conservas en el intento 1.
Antes de nada, si acabas de aterrizar y quieres hacerte una idea de qué va este juego, haz clic aquí para ir a la página donde más o menos explico de qué va. Y si quieres ir a la página oficial del juego, aquí tienes su enlace.
Y ahora, veamos de qué va este escenario antes de comenzar.
El escenario Febrero en Conservas
Tema
Al principio tus clientes querrán probar pequeñas muestras, pero cuando lo hagan seguro que se enamoran inmediatamente. Tienes que empezar con pedidos pequeños antes de pasar a ventas mayores para tus clientes más valiosos.
Preparación
Capital inicial: 12 monedas
Contenido para la bolsa: 6 sardinas, 5 mejillones, 4 zamburiñas, 8 fichas de agua.
Barco inicial (al azar entre 2): El Dorado
Objetivos financieros y de sostenibilidad
Estándar: 40 monedas, 6 sardinas, 7 zamburiñas, 8 mejillones, 4 mejoras
Difícil: 50 monedas, 8 sardinas, 9 zamburiñas, 10 mejillones y 5 mejoras.

Desarrollo del escenario
Día 1
El primer día de febrero amaneció con un cielo despejado, y el Dorado se lanzó al océano con la confianza que inspira un barco recién puesto a prueba. Sus redes, sin embargo, regresaron vacías. Desde la borda pude ver destellos plateados de sardinas y la oscuridad moteada de los mejillones bajo las olas, pero ni rastro de las zamburiñas. Ese silencio de conchas ausentes me hizo temer lo peor: ¿acaso estarían desapareciendo de nuestras costas? El rumor corría ya por las tabernas, entre pescadores viejos que juraban que el lecho marino se estaba vaciando de aquellas joyas.
No quise dejarme abatir por la mala fortuna del día. Con las monedas que la empresa tenía ahorradas tomé una decisión que heló la sangre de algunos de mis hombres por lo arriesgada: adquirimos un nuevo navío, el Pez Limoncello. Su precio era elevado, pero su promesa irresistible: una capacidad media suficiente para aspirar a mejores faenas, y un mantenimiento casi inexistente, como si el barco se alimentara solo del aire salobre y la espuma de las olas.
Al verlo anclado en el puerto, su nombre chispeante parecía un brindis en plena tormenta. Entre el Dorado, que buscaba aún su primera presa, y este nuevo aliado amarillo de nombre alegre, sentí que la flota respiraba esperanza pese al mal augurio de las zamburiñas ausentes.

Día 2
El segundo día de febrero trajo un aire distinto, cargado de sal. El Dorado, ansioso por redimirse de su primera jornada, y el recién llegado Pez Limoncello, alegre como su nombre, se hicieron a la mar juntos. Esta vez el mar se mostró más generoso: entre ambas embarcaciones regresamos con dos lotes de sardinas y dos lotes de mejillones, un botín modesto pero suficiente para que el puerto se llenara de voces y risas.
Aun así, la sombra de las zamburiñas seguía pesando. Ninguna cayó en nuestras redes, ni siquiera una concha rota como testimonio de su existencia. Algunos marineros juraron haber visto un banco lejano, brillando como estrellas en la ondulación del agua, pero tan pronto como apareció, se desvaneció en la distancia, como un espejismo. El rumor creció en cubierta: ¿se estaban escondiendo, o realmente comenzaban a escasear?
En el mercado tomé decisiones pragmáticas. Los dos lotes de sardinas se enlataron y vendieron con rapidez, pues su brillo plateado siempre atrae manos dispuestas a pagar. También dimos salida a un lote de mejillones, cuyas conchas oscuras y olor profundo conquistaron a clientes exigentes. El segundo lote, en cambio, lo invertimos en una campaña local de publicidad, un esfuerzo por colocar nuestras conservas en boca de todos. El puerto se llenó de carteles y aromas, y las tabernas comenzaron a hablar de nuestras sardinas y mejillones como si fueran la novedad del año.

Día 3
El tercer día nos recibió con un mar sereno, y la fortuna volvió a sonreírnos. Entre el Dorado y el Pez Limoncello izamos las redes pesadas de plata y conchas: dos lotes de sardinas y un lote de mejillones, un botín que no dudamos en transformar de inmediato en conserva. El humo del ahumado y el chisporroteo de las brasas impregnaron el taller con su fragancia espesa, y poco después aquellas latas salieron hacia el mercado, donde fueron recibidas con el entusiasmo de clientes cada vez más numerosos.
Pero lo que más avivó nuestro ánimo no fue el dinero tintineando en el cofre, sino lo que vimos mar adentro. Allí, entre destellos y sombras, aparecieron al fin los bancos de zamburiñas. No cayeron en nuestras redes todavía, como si jugaran a esconderse, pero su simple presencia fue un bálsamo. Supimos entonces que no se habían extinguido ni huido, sino que quizás estaban reproduciéndose en secreto, aguardando el momento de volver a colmar las costas.
Aquella visión renovó la esperanza de la tripulación. Los hombres hablaban con un brillo distinto en los ojos, como si hubieran vislumbrado un tesoro futuro. Y yo, al contemplar las olas que se cerraban sobre los bancos ocultos, sentí que el mar nos estaba dando una nueva oportunidad.

Día 4
El cuarto día nos regaló un espectáculo de plata viva. El Dorado y el Pez Limoncello trabajaron como un dúo afinado, y las redes emergieron pesadas con cuatro lotes de sardinas, que al volcarse sobre las cubiertas brillaban como un río de monedas derramado por los dioses del mar. La tripulación reía y gritaba, pues no había mayor alegría que ver las bodegas colmadas tras jornadas de incertidumbre.
Las zamburiñas siguieron mostrándose en la lejanía, cada vez más frecuentes, asomando en destellos que nos encendían la esperanza. Pero aún no se dejaron atrapar.
Al llegar al puerto, tomé decisiones que marcarían el rumbo de la empresa. Dos lotes de sardinas se convirtieron en conserva y volaron en el mercado, cambiando su brillo por el tintineo alegre de las monedas. Los otros dos lotes, sin embargo, no fueron a la venta. Decidí invertirlos en redes secundarias, un sistema que nos permitirá clasificar mejor las capturas y aprovechar cada especie con mayor eficacia.
Esa tarde, mientras el humo de las sardinas aún flotaba sobre el puerto, contemplé nuestras nuevas redes extendidas como alas. Y en lo profundo, las zamburiñas seguían aguardando, multiplicándose como un secreto que pronto habría de revelarse. Estaba seguro de ello.

Día 5
El quinto día no trajo la abundancia de jornadas pasadas. El mar, caprichoso como siempre, se mostró avaro y solo el Dorado logró regresar con algo digno de mención: dos lotes de mejillones, oscuros y pesados. El Pez Limoncello, en cambio, volvió con las redes colmadas de agua y silencio.
Las zamburiñas ya eran visibles en casi cada rincón del litoral. Brillaban bajo las aguas como estrellas marinas, invitándonos a tomar lo que estaba a un palmo de nuestras redes. Y sin embargo, preferimos contenernos. Había en sus bancos un aire de fragilidad, de ciclo aún inconcluso. Dejarlas reproducirse en paz fue una decisión difícil, pero necesaria: un pacto tácito con el océano.
Con lo poco conseguido, decidí dividir sabiamente. Un lote de mejillones lo transformamos en conserva y lo vendimos en el mercado, arrancando algunas monedas para mantener el pulso de la empresa. El otro lo invertimos en algo menos tangible pero vital: la elaboración de un estado meteorológico del mar. Las aguas andaban revueltas, y necesitábamos comprender los vientos, las mareas y los presagios que se dibujaban en las nubes para anticipar futuros peligros. Fue un gasto que muchos tildaron de innecesario, pero yo lo sentí como un salvavidas para nuestra tripulación.
Y aún hubo lugar para un gesto audaz. Con parte de nuestras reservas me lancé a una compra ambiciosa: un barco de gran capacidad, de bodega ancha y redes capaces de abrazar cardúmenes enteros. No era barato, y su mantenimiento nos exigiría disciplina, pero sabía que la flota lo necesitaba. Así, bajo el murmullo del puerto, dimos la bienvenida al «Camarón de la Isla», que se alzó en el muelle como un gigante entre sus hermanos menores.
La jornada cerró con la sensación de haber sembrado futuro en tierra incierta: pocas capturas, sí, pero más previsión, más conocimiento… y un nuevo coloso en nuestra flota.

Día 6
El sexto día amaneció con un resplandor distinto. El Dorado, el Pez Limoncello y el imponente Camarón de la Isla zarparon juntos, y por primera vez la flota entera regresó con las bodegas plenas de vida. En total, dos lotes de zamburiñas, un lote de mejillones y otro de sardinas brillaban sobre las cubiertas, un mosaico marino fruto del equilibrio entre paciencia y recompensa.
Los marineros no podían ocultar sus sonrisas. Algunos confesaban que habían visto cardúmenes enteros y que habían tenido que resistir la tentación de arrasarlos. Recordaban mis órdenes: no esquilmar la costa. Y cumplieron. Las redes, cargadas lo justo, eran un testimonio de disciplina y respeto; una pesca medida, sin codicia, que aseguraba el mañana.
La fábrica de conservas no tardó en rugir con su ajetreo. El ambiente se llenó con el aroma intenso de las zamburiñas y los mejillones, que fueron enlatados y vendidos con rapidez en el mercado. Las sardinas, en cambio, tuvieron otro destino: las transformamos en el corazón de una campaña de productos en oferta, diseñada para atraer aún más clientes y multiplicar beneficios.

Día 7
El séptimo día fue un torbellino de abundancia, un regalo inesperado del mar. Después del amanecer, los tres barcos regresaron cargados hasta los topes. En total, tres lotes de sardinas, tres de zamburiñas y dos de mejillones se amontonaban sobre las cubiertas, desprendiendo un olor intenso a sal y a vida recién arrancada del océano. Los marineros se miraban incrédulos, incapaces de contener las carcajadas y los vítores: era, sin duda, la mejor pesca que recordábamos.
Pero en medio de la euforia, mantuve la cabeza fría. No todo iban a ser beneficios. Los mejillones y un lote de zamburiñas fueron destinados a algo mayor, invirtiéndolos en dos ámbitos distintos, pero desde mi punto de vista muy necesarios: por una parte, cursos de pesca ética para nuestros hombres, enseñándoles a leer los ritmos del mar y a tomar solo lo justo, y por otra, instalación de focos nocturnos en los barcos, que nos permitirán faenar con seguridad incluso bajo el manto de la luna.
El resto de la captura sí pasó por la fábrica. El humo del ahumado y el golpeteo de las máquinas no se detuvo en toda la jornada, hasta que las sardinas y zamburiñas en conserva estuvieron listas para volar al mercado. Y allí, como era de esperar, fueron recibidas con entusiasmo, llenando nuestros cofres de monedas y consolidando el prestigio de nuestra empresa.
Aquella noche, con la tripulación celebrando entre risas, supe que no solo habíamos conseguido un ingreso extraordinario, sino que estábamos construyendo algo más grande: una compañía que aprendía a prosperar sin olvidar que el mar es un socio.

Día 8
El octavo día amaneció con presagios de abundancia. El mar estaba sereno, y todo indicaba que sería una jornada fértil. Sin embargo, algo había cambiado en nuestros hombres, ya que racias a los cursos recibidos, habían aprendido a leer el pulso del océano con ojos más sabios y a escuchar la voz de sus compañeros antes de lanzarse ciegamente a la captura.
Así ocurrió que el Dorado decidió no faenar aquel día cuando se comunicaron con sus compañeros, que tenían ya las bodegas repletas de capturas. Sus redes permanecieron plegadas, y su tripulación, lejos de mostrarse frustrada, observaba el horizonte con calma, convencida de que proteger la riqueza del mar era tan valioso como llenarse de peces.
Mientras tanto, el Limoncello y el Camarón regresaban orgullosos, cargados de sardinas plateadas y zamburiñas brillantes. Fue un espectáculo ver las bodegas colmadas. Parte de esas capturas las transformamos en conserva y se vendieron en el mercado, donde los compradores nos esperaban con ansias. El resto fue destinado a mejoras en la compañía, pequeñas inversiones que reforzaban la solidez de nuestra empresa y aseguraban un futuro más estable.
Y así, entre humo de talleres, risas de marineros y cofres que resonaban con el chocar de las monedas, llegó el final del mes. No solo habíamos cumplido con nuestros objetivos, sino que lo hicimos antes de que la pesca concluyese.
Nuestra flota había encontrado el equilibrio entre la ambición y el respeto.

Cumplimiento de objetivos
Febrero quedó en nuestra memoria como un mes de equilibrio y madurez: aprendimos a prosperar con una flota en expansión, a invertir en mejoras y formación, y sobre todo a escuchar al mar. Cumplimos nuestros objetivos con creces, no solo en monedas, sino en confianza: la empresa salió fortalecida y el océano, respetado.
Estos han sido los resultados obtenidos:
Capital final: 82 monedas
Contenido de la bolsa: 12 sardinas, 11 zamburiñas, 11 mejillones y 7 fichas de agua.
Barcos finales 3: El Dorado, Pez Limoncello y Camarón de la isla.
Número total de mejoras adquiridas: 7


Hemos superado el nivel en dificultad Difícil.
Pues ya le vamos cogiendo el tranquillo a esto de las conservas. Este ha sido el primer nivel que he superado en dificultad difícil y de manera bastante holgada. Muy divertido, por cierto.
Hasta luego, gente!
Conservas. Enero. Intento 1
Comenzamos el año en enero del Conservas en nuestro intento 1. Hay que pescar sardinas y zamburiñas, pero sin esquilmar el océano para preservar las especies.
Conservas. Marzo. Intento 1
Y ya estamos en marzo en el modo campaña del juego conservas, intento 1. En este escenario ¡tenemos pulpos! E inventaremos nuevos estilos de latas de conservas que harán las delicias de nuestros consumidores


