Comencemos nuestra andadura al juego Conservas en el mes de Enero en el intento 1.
Antes de nada, si acabas de aterrizar y quieres hacerte una idea de qué va este juego, haz clic aquí para ir a la página donde más o menos explico de qué va. Y si quieres ir a la página oficial del juego, aquí tienes su enlace.
Y ahora, veamos de qué va este escenario antes de comenzar.
El escenario Enero en Conservas
Tema
Con el inicio del nuevo año llega un nuevo mercado. Tus primeros pedidos son sencillos, pero ten cuidado y trata de no sobrepescar en tu zona.
Preparación
Capital inicial: 10 monedas
Contenido para la bolsa: 5 sardinas, 5 zamburiñas, 10 fichas de agua.
Barco inicial (al azar entre 2): Percebe un olor
Objetivos financieros y de sostenibilidad
Estándar: 40 monedas, 4 sardinas, 4 zamburiñas
Difícil: 60 monedas, 6 sardinas, 6 zamburiñas.

Desarrollo del escenario
Día 1
El primer día del año amaneció con una bruma ligera que parecía querer ocultar los secretos del horizonte. El Percebe un olor, nuestra embarcación más humilde, se mecían con un crujido paciente, desperezándose del sueño invernal. Zarpamos con entusiasmo, con el olor a sal en los labios y la promesa de llenar las bodegas con la primera pesca de la temporada.
Pero el mar tenía otros planes. Eché las redes con la esperanza de verlas brillar de escamas plateadas, y lo único que devolvieron fue agua, goteando sobre la cubierta, impregnando nuestras botas, burlándose de nuestras ansias. Ni una sardina, ni una zamburiña. Nada. El silencio anegaba la cubita, y por un momento me pregunté si acaso el mar quería ponerme a prueba desde el inicio.
No podía dejarme doblegar. Con las pocas monedas que tintineaban en el cofre de la empresa, tomé una decisión arriesgada: adquirir el Bogavanti, un barco nuevo, imponente, con las entrañas anchas y las redes diseñadas para abrazar cardúmenes casi enteros. Un navío que, comparado con el Percebe, parecía un gigante dispuesto a devorar los secretos del océano. Y no me conformé con eso: reforcé también al viejo Percebe, que había demostrado su lealtad, dándole aparejos más firmes para que no quedara atrás.
Mientras tanto, bajo el manto de las olas, las sardinas se reunían en enjambres brillantes, danzando como una constelación bajo el agua. Las zamburiñas, más discretas, se aferraban al lecho marino, multiplicándose en su refugio secreto. Yo lo sabía: la abundancia estaba ahí, al alcance de la mano, esperando el momento oportuno para dejarse atrapar.
Cerré el día con la vista fija en el horizonte, convencido de que lo mejor estaba por llegar.

Día 2
Esta segunda mañana, el Percebe un olor y el Bogavanti zarparon juntos. El mar nos recibió con un oleaje sereno, aunque no generoso: las redes bajaban pesadas y, cuando al fin las recogíamos, no traían la abundancia soñada, pero sí lo suficiente para avivar nuestras esperanzas.
Entre cuerdas y sudor, conseguimos dos lotes de zamburiñas, firmes y brillantes como perlas escondidas en conchas de nácar, y un lote de sardinas, plateadas y nerviosas, reflejando la luz del amanecer como un puñado de monedas caídas del cielo. No era una barbaridad, pero sí suficiente para la empresa que empezaba a nacer.
De regreso al puerto, no quise que esas capturas fueran simplemente vendidas al peso. Algunas de las capturas las empleamos en perfeccionar la técnica del ahumado: el aroma intenso impregnó los talleres, llenando las vigas de un perfume que mezclaba humo y sal. Ver aquellas sardinas y zamburiñas transformadas, listas para viajar más allá de las costas, me llenó de un orgullo silencioso.
Vendimos uno de los lotes de zamburiñas, y por primera vez el tintineo de las monedas fue más dulce que cualquier canto de gaviota. Eran nuestros primeros beneficios, modestos pero sólidos.
Mientras tanto, bajo las aguas, las zamburiñas parecían ignorar nuestra mano humana. Se reproducían sin cesar, extendiendo sus colonias en los fondos marinos como si fueran campos infinitos.
Esa noche, al cerrar los ojos, aún podía oler el humo del taller y sentir en la lengua el sabor salado de la primera victoria. No era grande, pero era nuestra. Y sabía a futuro.

* Se me olvidó cambiar el marcador de ronda antes de tomar la foto… pero es la ronda 2.
Día 3
El tercer día amaneció con un sol que arrancaba reflejos dorados en las olas. El Bogavanti, altivo y voraz, se lanzó a la faena como un depredador hambriento y regresó con las redes rebosantes de zamburiñas. Cuatro lotes enteros, todavía palpitando con el pulso del océano. A su lado, el veterano Percebe un olor apenas consiguió un modesto lote de sardinas.
En conjunto, no fue un mal día. El bullicio del puerto se mezcló con el olor a marisco fresco cuando desembarcamos la captura. Pronto las monedas empezaron a cambiar de manos: vendimos tres lotes de zamburiñas, y con ese caudal de plata tintineante tomé una decisión que cambiaría el rostro de nuestra flota.
Allí, en el astillero, aguardaba una embarcación peculiar, tan extraña por su nombre como por su sencillez. La llamaban «¿Te parece bonito?», un barco pequeño, casi frágil al lado del Bogavanti, pero con una virtud que lo hacía irresistible: sus costes de mantenimiento eran mínimos, casi nulos. Era caro de adquirir, sí, y su capacidad reducida despertaba burlas entre algunos marineros del puerto; pero algo en mí me dijo que esa humilde nave tenía un lugar en nuestra compañía. Y así, sin más, lo añadí a nuestra creciente familia de barcos.
No todo fue comercio y expansión. Con los dos lotes restantes de la jornada, decidimos apoyar el proyecto de Territorio abierto, una iniciativa que protege los fondos marinos y favorece la reproducción de las especies. Ver cómo parte de nuestra captura se devolvía, transformada en inversión para el futuro del mar, me llenó de orgullo, el de saber que no solo tomábamos del océano, sino que también le devolvíamos algo de lo suyo.
Al caer la tarde, con tres barcos meciéndose en el muelle y el eco de las gaviotas sobrevolando la bahía, sentí que la empresa empezaba a crecer más allá de los números. Prosperábamos, sí, pero también tejíamos un pacto con el mar: respetarlo para que nunca dejara de alimentarnos.

Día 4
El cuarto día fue un naufragio sin naufragio. El mar, que tantas veces me había sonreído, me dio la espalda con una frialdad glacial. El Percebe un olor, fortalecido con mejoras que lo habían puesto al nivel del Bogavanti, fue el único en salvar la honra de la flota: regresó con un único lote de sardinas, modesto y escurridizo.
El resto de los navíos… nada. Sus redes volvieron únicamente mojadas de agua de mar, gotas saladas que resbalaban como lágrimas sobre la madera. El Bogavanti, que apenas un día antes se había hartado de zamburiñas, bajó la cabeza, vencido. Y el recién llegado ¿Te parece bonito?, pese a su entusiasmo humilde, solo conoció el sabor de la derrota en su primera prueba.
Las cuentas no cuadraban. Con una sola captura, los beneficios del día iban a ser mínimos, casi ridículos. Y sin embargo, tomé una decisión que en otro momento habría parecido temeraria: sacrifiqué ese lote de sardinas y lo invertí en el estudio del mercado, en la preparación de ofertas y técnicas que, en el futuro, nos permitirán vender más y mejor. Era como plantar una semilla en tierra árida, confiando en que algún día brote.
Así terminó la jornada: las bodegas casi vacías, el aire impregnado de desaliento, los marineros con la vista baja. Pero yo sabía que bajo la superficie, invisible a nuestros ojos, el mar bullía de vida. Las sardinas seguían multiplicándose, las zamburiñas extendían sus colonias en silencio. Hoy fue un día nefasto, sí; pero la verdadera abundancia aún nos aguardaba, y cuando llegara, estaríamos listos para atraparla.

Día 5
El quinto día amaneció con un brillo distinto. El Bogavanti, siempre orgulloso y desafiante, desplegó sus redes con el vigor de un coloso y, una tras otra, las izó rebosantes de plata. Cuatro lotes de sardinas, resplandecientes al sol, saltaron sobre su cubierta como una lluvia de monedas.
El veterano Percebe un olor, nunca dispuesto a quedarse atrás, trajo consigo un lote de zamburiñas, modesto en número, pero de buena calidad. Sus marineros celebraron con gritos y carcajadas, agradecidos de que aquel barco, que ya parecía tener alma propia, siguiera demostrando su valía.
Y luego estaba el ¿Te parece bonito?. Pequeño, desgarbado, empeñado en gastar más saliva en comentarios burlones de los hombres del puerto que en resultados en sus redes. Volvió a casa con nada, ni una sardina, ni una concha, solo agua y un silencio incómodo. Al verlo llegar vacío por segunda vez, me mordí el labio con la duda punzante: ¿me habría equivocado al apostar por aquella embarcación destartalada? ¿Era un lastre disfrazado de promesa?
No tuve tiempo de sumirme en lamentos. La fábrica de conservas nos aguardaba, y esta vez opté por la vía más pragmática: vendimos todas las capturas. Las latas de sardinas ahumadas, brillantes y sabrosas, volaron de las mesas de venta; las zamburiñas, siempre deseadas, encontraron compradores ávidos. El tintineo de las monedas se convirtió en un coro alegre que resonó en los cofres y en los ánimos de la tripulación.
Cuando cayó la tarde, con las bodegas vacías pero el capital engordado, supe que aquel había sido un empujón económico vital para la empresa. El mar, caprichoso como siempre, nos había castigado ayer y premiado hoy. Miré al horizonte y luego a mi flota: el Bogavanti se alzaba como rey indiscutible, el Percebe mantenía su honor intacto, y el ¿Te parece bonito?… bueno, aún debía ganarse su lugar entre nosotros. Y aunque la duda mordía fuerte, en mi interior quedaba una chispa de esperanza para aquella embarcación.

Día 6
El sexto día amaneció con el murmullo típico de un puerto. Y fue entonces cuando, al fin, el humilde ¿Te parece bonito? rompió con la mala racha de fracasos: sus redes, que hasta ahora habían regresado vacías, emergieron esta vez chispeando de vida, repletas de un lote de sardinas relucientes. No era mucho, pero ahí estaba el primer triunfo de un barco que muchos habían dado por inútil.
El verdadero protagonista, sin embargo, fue el veterano Percebe un olor, que desplegó toda su experiencia y nos regaló tres lotes de sardinas y uno de zamburiñas, un botín tan generoso que la cubierta parecía un festín de plata y nácar. El orgulloso Bogavanti, que días atrás había sido rey indiscutible, apenas consiguió un lote de sardinas, y se quedó mudo bajo las burlas cariñosas de los marineros.
Al regresar al puerto, el bullicio se mezcló con el aroma de las brasas y el humo: transformamos nuestra pesca en conserva y vendimos cinco lotes de sardinas, cuyo eco metálico en el cofre nos dio un nuevo respiro económico.
Con un gesto que nació más del corazón que de la aritmética, destinamos otro lote de sardinas y el de zamburiñas a apoyar una piscifactoría, un proyecto que asegura la repoblación de los pequeños ejemplares en el mar.
Así, al caer la tarde, la empresa había ganado en fuerza y el océano en vida. Las monedas llenaban los bolsillos, las especies se multiplicaban bajo las aguas, y hasta el más pequeño de nuestros barcos había demostrado que también tenía un lugar en esta historia. ¡Un día redondo!

Día 7
El séptimo día llegó con solemnidad, con el cierre de un ciclo. La flota entera partió confiada: el Bogavanti con su porte orgulloso, el veterano Percebe un olor que tantas veces había demostrado su temple, y el joven ¿Te parece bonito?, que ya empezaba a dejar atrás las dudas sobre su valía. Esta vez, los tres regresaron con buenas capturas, las bodegas casi llenas del fruto salado de las olas.
El éxito económico de los días pasados se hacía sentir; el cofre rebosaba con el tintineo de las monedas, y esa prosperidad me permitió mirar más allá de la inmediatez. Compré una licencia que nos garantizaba mayor capacidad, y sobre la marcha se hicieron mejoras en los barcos. También destinamos parte del esfuerzo a rehabilitar la zona de pesca, devolviendo al mar lo que tantas veces le habíamos arrancado. Plantamos así una semilla invisible, asegurando que las sardinas y las zamburiñas sigan multiplicándose en las entrañas del océano, listas para nutrirnos en los meses venideros.
Al caer la tarde, con los barcos balanceándose suavemente en el muelle y el aire impregnado de humo y sal, caí en la cuenta de que el mes había concluido.
El mes se cerró con el rumor de las olas como telón de fondo y la certeza de que esta empresa conservera no era ya solo un sueño naciente, sino una realidad forjada entre humo, monedas… y el latido profundo del mar.

Cumplimiento de objetivos
Era hora de hacer balance: empezamos con un barco modesto y diez monedas; terminamos con tres navíos, una economía floreciente y un mar aún vivo y generoso.
Habíamos aprendido que no todo es captura ni venta, que la prosperidad se mide también en lo que se devuelve, en los pactos silenciosos que uno firma con la naturaleza.
Estos han sido los resultados botenidos:
Capital final: 40 monedas
Contenido de la bolsa: 5 sardinas, 6 zamburiñas, 11 fichas de agua.
Barcos finales 3: Percebe un olor, Bogavanti y ¿Te parece bonito?

Hemos superado el nivel en dificultad estándar.
Hemos superado el primer nivel en dificultad estándar! Más adelante, seguro que vuelvo a probar para intentar pasármelo en dificultad difícil…
Hasta luego, gente!
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