Her Odyssey. Partida 1. Día 42. El mar no olvida.

El sol del mediodía bañaba la costa con su luz abrasadora cuando Saria, Veyne y Kaelthar llegaron a su destino. Frente a ellos, la Bahía de los Condenados se extendía como una cicatriz en la tierra. Era una ciudad grande y bulliciosa, pero sucia. Las calles eran un caos de tablones de madera carcomida y calles de arena pisoteada. Las casas se alzaban unas sobre otras, improvisadas, construidas con más desesperación que técnica. Un laberinto de callejones oscuros, pasarelas de madera tambaleantes y muelles repletos de barcos en peor estado que las casas.

Her Odyssey. Partida 1. Día 39. El precio de la lealtad.

El amanecer trajo consigo el peso de la realidad. No tenía margen de error. Debía entrar en Velmanar cono una viajera más, como si no hubiese estado huyendo, como una viajera más. Ató su daga con firmeza contra su pierna, debajo de su ropa. No podía entrar armada a plena vista. Envolvió la perla en un trozo de tela dentro de su bolsa, para evitar robos indeseados. Se aseó un poco, usando el agua de su cantimplora, y se peinó. Ahora ya tenía el aspecto de una viajera, pero no de una pordiosera.

Her Odyssey. Partida 1. Día 38. Decisiones difíciles.

Saria despertó sobresaltada, con la risa de Lysandre aún resonando en su mente. Aren y Veyne no habían acudido, no habín escapado, y si no actuaba pronto, podría perderlos para siempre. Se sentó en silencio junto a Kaelthar, observando la luz dorada filtrarse entre las hojas del bosque. Mientras más lo pensaba, más se hundía en la culpa. Los había dejado atrás.

Her Odyssey. Partida 1. Día 35. Los caídos.

Saria, Veyne y Aren se levantaron temprano, listos para explorar los restos del barco hundido. Sabían que la marea baja no duraría todo el día, y si querían encontrar algo, tenían que actuar rápido.
El trayecto no fue fácil. Para llegar hasta la ensenada donde descansaban los restos de la embarcación, tuvieron que atravesar un terreno rocoso y traicionero, siguiendo senderos angostos que zigzagueaban por los acantilados

Her Odyssey. Partida 1. Día 34. Llega una sombra.

El sol apenas comenzaba a iluminar las calles del pueblo cuando Saria, Veyne y Aren bajaron a desayunar al salón de la posada. La noche había sido tranquila, pero la relación entre Saria y Veyne ya no era la misma. Saria estaba cada vez más cálida con él. Veye, por su parte, le robaba toques sutiles a su mano cuando nadie miraba, inclinaba su cabeza un poco más cerca cuando le hablaba, y, de vez en cuando, su sonrisa tenía un matiz que solo ella entendía.

Her Odyssey. Partida 1. Día 33. Paseos y susurros.

El amanecer trajo consigo un día despejado. El mar reflejaba la luz con un resplandor dorado, y la brisa salada se colaba entre las calles del pueblo, mezclándose con el aroma del pescado fresco y la madera mojada de los muelles. Saria, Veyne y Aren decidieron aprovechar el día sin prisas, explorando la ciudad y sus alrededores tranquilamente. Caminaron por la orilla del mar, dejando que las olas mojara sus botas. Recorrieron el mercado, donde los mercaderes locales vendían mariscos, especias traídas de otros puertos y ropa de lino sencilla. Se detuvieron en la plaza, donde los niños jugaban entre barriles apilados y los ancianos observaban la vida pasar.

Her Odyssey. Partida 1. Día 32. El benefactor.

La luz del alba trajo consigo el sonido de las olas rompiendo contra la orilla y el crujido de la brisa marina entre las palmas. La noche había pasado sin incidentes, pero para Veyne y Saria, las cosas habían cambiado. Veyne no se separaba de ella. Desde el momento en que despertaron, su mirada la seguía con una intensidad suave pero inconfundible. Cada gesto suyo tenía una familiaridad que antes no estaba allí. Se inclinó más de la cuenta cuando le pasó su espada. Rozó su mano innecesariamente cuando le dio un trozo de pan. Incluso cuando caminaban junto a Aren y Kaelthar, se mantuvo cerca, su hombro rozando el de ella de vez en cuando.

Her Odyssey. Partida 1. Día 31. El Durmiente.

La primera luz del sol se filtró a través de las rocas que protegían su improvisado campamento. La brisa marina era fresca, calmada. El sonido de las olas rompiendo contra la costa llenaba el aire, como si el mundo despertara con tranquilidad. Pero en el interior del refugio, la tensión era palpable. El extraño herido había despertado. Sus ojos oscuros recorrieron el campamento con un brillo febril, hasta que finalmente se posaron en Saria. Y en cuanto la vio, murmuró esa palabra de nuevo.