El sol del mediodía bañaba la costa con su luz abrasadora cuando Saria, Veyne y Kaelthar llegaron a su destino. Frente a ellos, la Bahía de los Condenados se extendía como una cicatriz en la tierra. Era una ciudad grande y bulliciosa, pero sucia. Las calles eran un caos de tablones de madera carcomida y calles de arena pisoteada. Las casas se alzaban unas sobre otras, improvisadas, construidas con más desesperación que técnica. Un laberinto de callejones oscuros, pasarelas de madera tambaleantes y muelles repletos de barcos en peor estado que las casas.
