Apothecaria. Partida 1. Primavera. Semana 9.

En la semana 9 de la partida 1 del juego Apothecaria, un nuevo monstruo llama a la puerta de Elaria. ¡Quiero que aparezca algún humano!

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A ver qué llama hoy a nuestra puerta.

Estado de la partida.

Apothecaria. Partida 1. Elaria

Nombre: Elaria.
Reputación: 13
Dinero: 122
Fecha: novena semana de la primavera.

Objetos:

  • Un caldero para hervir ingredientes
  • Un alambique para destilar ingredientes
  • Un mortero para triturar ingredientes
  • Colmena que añade dulzura (disponibles 3/4)
  • 1 Songberries ⭐ (trituradas para [HUMOR]). Añaden un punto de dulzura.

Planteamiento de la semana

🧍 Carta de visitante: K de tréboles
🦠 Carta de enfermedad: 6 de corazones
🐛 Enfermedad: Paso del Marinero. Una infección del oído interno que hace que los afectados se sientan como si estuvieran en un galeón en medio de una tormenta.
⚗️ Detalles de la cura: [INFECCIÓN⭐] [OÍDO⭐]
⚠️ Consecuencias: Tropiezan y se lastiman. Si puedes curar una [HERIDA] ahora mismo, pierdes 1 punto de Reputación. Si no puedes, pierdes 2 puntos de Reputación.
⌛ Tiempo límite: 4
🌿 Ingredientes para la cura: Silverleaf ⭐, Cueva del Héroe dificultad 4, y Deep Reed ⭐, en el Lago del Deshielo con dificultad 3.

Desarrollo

Era muy temprano aún, tanto que ni los mirlos había comenzado su canto. Thiriel, enroscado en su rincón favorito, levantó la cabeza.

—Ese sonido no es de lluvia, —dijo, entrecerrando los ojos— son pasos humanos.

Elaria, que revolvía un saco de pétalos secos, prestó más atención al sonido que se oía fuera de la cabaña. De pronto, un golpe sordo sacudió la puerta, sobresantándolos a ambos.

—¡Por todas las esporas de la luna…! —murmuró, dejando el saco y yendo a abrir.

Al otro lado, una criatura imponente y extrañamente desgarbada se desplomaba contra la valla de entrada. Parecía hecha de barro vivo: una silueta semihúmeda, con placas óseas sobresaliendo de los hombros, ojos grises y voz pastosa que emergía de una boca sin labios:

—Todo… se… mueve…

Trató de avanzar un paso, pero su pie falló el suelo y cayó de bruces, golpeándose la mandíbula contra una roca plana. Elaria corrió a su lado. El líquido oscuro que brotaba de su boca tenía más de saliva que de sangre, pero era un buen golpe.

—Thiriel, trae la gasa, y la poción de clavo y malva.— pidió Elaria mientras sacaba su pañuelo de romero y se dispuso a aplicárselo con firmeza en la zona afectada. — Esto va a doler.

Elaria, después de limpiar la herida, comenzó a hacerle preguntas.

—¿Desde cuándo te sientes así?

—Desde… hace tres días. El agua… se torció.

—¿Qué agua?

Apothecaria. Partida 1. Semana 9. El paciente.

—La del estanque cerca del viejo muelle, el que está detrás de las salinas. Quería beber, pero… todo giró. Me caí dentro, y desde entonces… es como estar en una balsa en mitad de un remolino.

Thiriel levantó la cabeza.

—Elaria, eso ya lo hemos oído antes.

Ella lo miró con el ceño fruncido.

Instalar a la criatura no fue fácil. Era pesada, no tanto por su considerable tamaño, que también, sino por la densidad de su cuerpo y la forma en que sus articulaciones se retorcían con cada mareo. Parecía una masa de barro viva, huesuda y tensa, que apenas podía distinguir arriba de abajo. Thiriel tuvo que empujar desde un flanco mientras Elaria guiaba a trompicones el andar del monstruo hacia la caseta de invitados. Lo acostaron sobre el camastro que ella mantenía listo para pacientes en cuarentena. Le colocaron una almohada bajo la cabeza y una infusión tibia en una taza de barro humeante sobre la mesa.

La criatura apenas habló, pero seguía murmurando fragmentos:

—El cielo se curva… no se si es arriba o abajo…

Elaria preparó un trapo empapado en esencia de malva y se lo colocó en la frente.

—Toma, descansa. Intenta no moverte, porque si te giras vomitarás. No es broma, lo aprendí de la mala manera hace años con un gnomo en celo y una rueda de queso giratoria.

Thiriel la miró en silencio.

—No preguntes —dijo ella, saliendo con él hacia el porche.

Cerró la puerta suavemente tras de sí y respiró hondo. Entonces, apoyada en la baranda de la cabaña, comenzó a repasar lo que acababa de pasar.

—Thiriel, es exactamente la misma afección que la criatura de hace dos semanas. El Paso del Marinero.

—El de los pies de pato y los oídos temblorosos.

—Ese mismo. No sé si aquel bebió agua de algún sitio, pero ambos vienen de la misma zona, por lo que es probable que haya alguna masa de agua contaminada.

Abrió su diario de cuero, hojeó hasta el registro correspondiente y comparó los casos.

—Puede que esto tenga un origen común, y no me gusta.

Thiriel bajó la cabeza y se rascó con una garra el cuello.

—¿Vamos a buscar ingredientes… o vamos a avisar a alguien?

Elaria se giró hacia el bosque, donde los árboles comenzaban a entonar su canto de hojas al viento.

—Vamos a recoger ingredientes. Si se nos presenta algún nuevo caso, haremos las preguntas correctas y decidiremos si ir a avisar a alguien.

Hacia La Cueva del Héroe

El sendero hacia la Cueva del Héroe se volvía más empinado con cada metro. El suelo, aún húmedo por las lluvias recientes, obligaba a Elaria a clavar bien el bastón entre piedras sueltas y raíces expuestas. Llevaba la capa recogida y los guantes puestos desde hacía rato.

Thiriel volaba bajo, atento a los cambios en el terreno. La entrada a la cueva era modesta, apenas una grieta amplia entre dos salientes rocosos, pero una vez dentro, se ensanchaba en profundidad.

En vez de utilizar una antorcha, Elaria usó una piedra de luz envuelta en paño blanco para reducir el resplandor y conservar la oscuridad parcial: el Silverleaf necesitaba sombra casi total para crecer, y brillaba débilmente cuando no recibía luz directa. Avanzaron en silencio, pasando por formaciones minerales y charcos estancados que reflejaban la luz. El aire estaba frío, húmedo, con olor a roca mojada y moho.

En una de las cámaras secundarias, más baja y estrecha, Elaria se detuvo junto a una pared. Justo en la base de la pared, allí donde se unía al suelo, había un grupo de hojas delgadas y plateadas que reflejaban la luz como metal puro. Eran las que buscaba. Sacó su navaja de hoja curva, se arrodilló con cuidado sobre una piedra seca, y evaluó el borde de corte.

—Tienen el filo de un cuchillo recién afilado —murmuró—. Si las toco sin guantes, me rajarán los dedos.

Con el cuchillo en una mano y unas pinzas planas en la otra, cortó dos hojas largas desde la base, sin dañar el resto del tallo. Las introdujo en un pequeño estuche de madera encerada, con una base húmeda de lino frío, para evitar que se deshidrataran.

—Silverleaf conseguido —dijo en voz baja, más para sí que para Thiriel.

— He escuchado algo más adelante —dijo el dragón olisqueando el aire—. Escuché un gruñido leve, como de un animal pequeño, creo.

Elaria se giró hacia el pasillo lateral que se abría a la derecha de la cámara.

—¿Uno de los cerditos?

—Probablemente.

Apothecaria. Partida 1. Semana 9. Silverleaf.

Guardó el estuche de Silverleaf en la alforja, revisó el nudo de su capa y avanzó con pasos firmes, iluminando apenas lo suficiente para ver el suelo. Thiriel caminaba detrás. A unos quince metros, tras unos bloques de piedra, lo vio. Efectivamente era uno de los cerdito. El pobre estaba embarrado y temblando por el frío del interior, con restos de raíces colgando de la boca, la piel llena de barro, y los ojos brillando con reflejo rojo por la luz indirecta. Estaba intentando meterse bajo una roca plana. Elaria se acuclilló lentamente.

—Pssst… ven aquí.

El cerdito no huyó, sino que se quedó quieto, observándola.

—Tiene el tobillo derecho torcido —dijo Thiriel al acercarse—, lo mismo no puede caminar.

Ella sacó una cuerda de lino suave y se la pasó con cuidado por debajo del cuerpo, atándola al cuello con un nudo suelto.

—Tercer cerdito de primavera —dijo, mientras se lo colocaba a Thiriel sobre el lomo con esfuerzo.

—Quedan tres —respondió Thiriel.

Apothecaria. Partida 1. Semana 9. Thiriel cargado con el cerdito.

Thiriel cargó al cerdito sobre él con resignación. No era liviano, pero al menos no se resistía ni se movía, sino que se dejaba llevar con el cuerpo laxo y las patas colgando, haciendo ruidos suaves de resoplido y ronquido. El camino hacia el pueblo estaba firme, sin barro reciente, y la brisa arrastraba olor a leña húmeda y cera derretida. Al llegar al cercado de madera, el granjero los vio desde lejos y salió de detrás de una pila de leña con una hacha en la mano, se la guardó en el cinturón al reconocerlos, y caminó a paso rápido hasta la valla.

—¡Dime que eso es Nuez! —exclamó, casi sin aliento.

Elaria lo sostuvo por el lomo y lo acercó.

—Lo encontramos en la Cueva del Héroe. No preguntes cómo llegó hasta allí.

El hombre lo tomó con firmeza, con los brazos firmes de quien ha criado animales desde chico. Mientras lo revisaba por encima y le rascó detrás de las orejas. El cerdito chilló con gusto.

—Este es el más chico de la camada. Tiene frío y puede creo que se ha torcido una pata, pero no es nada serio por lo que puedo observar.

El granjero miró a Elaria con los ojos ligeramente húmedos, y les pidió que esperasen un momento y se marchó. Se giró hacia la valla, llevándose al cerdito envuelto en su chaqueta. Al poco volvió con un pequeño hatillo lleno de magdalenas.

—Esto es un pequeño tentempié por cuidar tan bien de Nuez. ¡Nuestro trato sigue en pie!

Elaria asintió.

—Volveremos si los encontramos.

El granjero ladeó la cabeza y se limpió las manos con un trapo de lino. Sin más, se dio la vuelta y regresó al establo, el cerdito ya chillando por comida desde dentro.

Thiriel, que había hecho un pequeño vuelo para desentumecer su espalda y estirar las alas, aterrizó junto a Elaria.

—Tres de seis. Te estás ganando esa parcela.

Hacia el Lago del Deshielo

El aire en el Lago del Deshielo seguía igual de frío y húmedo que la última vez. Elaria avanzaba con paso medido por el margen este, cruzando una zona donde el terreno se volvía más lodoso, salpicado por juncos muertos y restos de escarcha reciente. Thiriel volaba más bajo esta vez, atento al suelo.

—El casco estaba unos doscientos metros más al oeste. Aquí no había nada cuando vinimos.

—Lo recuerdo —respondió Elaria—. Esta curva estaba limpia, y el barro no tenía pisadas.

Entonces lo vieron. Un guante enorme, desgastado, de cuero oscuro y curtido, reposaba medio sumergido en una hondonada del terreno, como si una mano descomunal hubiese intentado coger agua del lago y luego la hubiese soltado. Los dedos estaban extendidos, rígidos, como atrapados en el gesto de sostener algo muy grande. El borde del guante estaba rasgado, y aunque no había sangre, había marcas: líneas profundas en la tierra, como de arrastre, y huellas circulares a medio borrar por la lluvia. Elaria se acercó despacio.

—Este no es otro objeto abandonado al azar —dijo—. Ha sido usado.

Thiriel aterrizó sobre una roca plana, sin dejar de mirar alrededor.

—¿Y qué hace aquí? ¿Dejó el casco al oeste y el guante aquí?

—¿O se lo arrancaron? —murmuró Elaria.

Inspeccionó el guante sin moverse más de lo necesario. En la parte interior de la palma, aún se veían marcas de presión, como si hubiese sostenido algo con fuerza.

—Esto pertenece a un ser gigante que ha estado moviéndose. Incluso puede que no esté solo. No lo podemos ignorar. Si volvemos a ver algo más, tendré que avisar al consejo del pueblo porque puede representar un problema si se acerca más de la cuenta.

Thiriel observó en silencio unos segundos, luego movió la cola con un leve golpe.

Apothecaria. Partida 1. Semana 9. El guante gigantesco.

—Vamos por el junco.

Elaria asintió.

Una vez alejados del área del guante gigante, Elaria y Thiriel siguieron bordeando el lago hasta llegar a una zona más familiar: una pequeña lengua de tierra que se adentraba en el agua, flanqueada por piedras planas y una hilera de juncos bajos que crecían en zigzag. Allí, en zonas donde el hielo había empezado a ceder desde hacía semanas, el agua era poco profunda y clara, el barro del fondo tenía vetas grisáceas, y algunas burbujas subían a la superficie de forma regular. Elaria se quitó las botas, se arremangó la falda, y se metió con cuidado en el agua. El fondo cedía bajo sus pies, pero no tanto como para desequilibrarla.

—Busca tallos gruesos, con sección triangular —dijo sin mirar a Thiriel—. El color debe ser entre oliva y vino.

Thiriel sobrevolaba el agua con lentitud, en silencio. A los pocos pasos, Elaria encontró uno. Lo reconoció por el tacto aceitoso de la hoja. Usó su cuchillo de mango largo para cortar el tallo desde la base, lo sostuvo con ambas manos para evitar que el barro lo contaminara, y lo depositó en una bolsa de lino húmedo que llevaba preparada.

—Uno bueno y joven. El aceite estará limpio —murmuró.

Encontró un segundo un poco más adelante, más maduro. Lo tomó también, ya que dos tallos bien conservados bastaban para preparar el tratamiento si se hacía con precisión. Cuando salió del agua, se secó las piernas con una tela gruesa y guardó la bolsa en su zurrón.

—Tenemos lo que necesitamos —dijo, mientras se calzaba de nuevo.

Thiriel la observó desde una roca cercana.

—¿Y ahora?

Elaria miró el lago. El guante gigante seguía allí, distante pero visible desde su ángulo.

—Ahora volvemos a casa. Ese paciente necesita la poción antes de que vuelva a intentar caminar y se parta el cráneo. Y después…

—Después —repitió Thiriel—, hablaremos del gigante.

Elaria asintió. El viento soplaba más frío que antes y el agua no parecía tan tranquila como en otras ocasiones.

La vuelta a casa y la preparación

No tardó mucho en volver. El Lago del Deshielo quedaba a un par de horas, y con los ingredientes en el zurrón y el cerdito entregado, la tarde aún no había caído del todo. Entraron en casa sin decir palabra, Elaria se quitó la capa, y dejó el frasco con el Deep Reed sobre la mesa. Ya había preparado esa poción antes, no hace mucho, y recordaba perfectamente todos los pasos.

Lo hizo todo en silencio, con movimientos precisos. Vertió la mezcla en el frasco, lo selló, lo etiquetó y lo dejó en la mesa. Luego se abrigó con su capa y salió hacia la caseta de invitados con la poción en su mano.

La entrega

Elaria empujó con el hombro la puerta de la caseta de invitados. Llevaba en una mano una taza y en la otra el frasco de poción envuelto en tela para que no se enfriase demasiado. Dentro, el aire era templado. El paciente, recostado aún sobre el colchón bajo, no se había movido desde la mañana. Seguía cubierto con una manta hasta el pecho, pero tenía los ojos abiertos, fijos en el techo, con las pupilas dilatadas y la piel sudada.

—¿Te mareas menos?

—No, yo diría que incluso más —respondió con voz pastosa.

Elaria dejó la taza sobre la mesa y desató con cuidado el envoltorio de tela. El frasco brillaba con reflejos verdosos bajo la luz del farol colgado en la pared.

—Tómalo despacio. Sabe fuerte y está un poco caliente, pero es mejor así.

El monstruo asintió con lentitud, mientras se incorporaba trabajosamente hasta quedar sentado con la espalda apoyada en la pared. Tomó el frasco con ambas manos y se lo llevó a los labios, bebiéndoselo de un solo trago para acabar rápido.

—¿Qué tal el sabor?

El paciente frunció el ceño.

—Tierra… metal… y algo como… savia amarga. Asqueroso.

—Buena señal —dijo Elaria.

Dejó la tela usada sobre una silla, observándolo en silencio. El paciente comenzó a pestañear más despacio, sus hombros se aflojaron, y su respiración se volvió más regular.

—¿Y ahora?

—Aguanta diez minutos —respondió Elaria—. Si no vomitas, podemos darlo por bueno.

Pasados los diez minutos, Elaria se volvió hacia la puerta.

—Descansa, no te levantes. Mañana verás como podrás volver a tu camino y las cosas no estarán girando a tu alrededor.

Thiriel estaba esperando fuera, enrollado en el banco del porche.

—¿Funcionó?

Elaria asintió.

—Sí. Pero es el segundo. Y hay un patrón.

—El agua.

—No estoy segura —dijo pensativa.

Miró hacia la línea del bosque, donde el viento soplaba sin prisa, sin orden.

—No me gusta que la misma enfermedad aparezca dos veces sin contacto directo y de forma tan seguida.

Thiriel ladeó la cabeza.

—¿Y qué haremos si hay un tercero?

—Preparar más frascos, avisar al pueblo, y luego buscar la fuente del problema.

El diario

ElariaLa luz del hogar era tenue, apenas lo suficiente para ver sin tropezar con la mesa. Elaria dejó los guantes sobre el respaldo de la silla y soltó la capa sin cuidado en la esquina. Thiriel ya se había echado junto al fuego, enroscado con la cola sobre el morro. Sobre la mesa, el diario de pociones seguía abierto por la última página escrita. Elaria lo miró durante unos segundos y luego lo cerró lentamente con una sola mano.

—Esta poción ya la tengo registrada, no la voy a volver a escribir —murmuró, más para sí que para el dragón.

Apagó la lámpara, se sirvió un poco de agua y cruzó la estancia descalza. Estaba muy cansada. Se dejó caer sobre el colchón del altillo sin desvestirse. Thiriel resopló suavemente.

—¿No vas a apuntar ni una nota?

—Hoy no —respondió ella sin abrir los ojos—. La receta ya está y estoy agotada.

Una ráfaga de viento golpeó suave contra las contraventanas. Y luego, silencio.

Descanso

El desayuno fue silencioso, como solían ser los que no comenzaban con golpes en la puerta ni gemidos de dolor. Solo el crujir del pan y el vapor de la infusión llenaban el aire templado de la cocina. Thiriel estaba enrollado sobre su cojín, con una pata colgando y la cabeza girada hacia la ventana abierta.

—¿No hay nadie fuera? —preguntó con desconfianza.

Elaria negó con la cabeza mientras secaba su taza con un trapo seco.

—Ni mensajeros. Ni monstruos tambaleantes. Absolutamente nadie.

Thiriel ladeó el hocico.

—¿Y eso no te preocupa?

—Un poco sí. Pero también es un alivio —respondió ella, colocando la taza en su sitio.

Se dirigió al estante, revisó su inventario de plantas con una mirada rápida, y resopló.

—No me queda ningún ingrediente en casa, y me gustaría tener alguno en la reserva por si hay algo urgente que tratar…

Thiriel se desperezó, desplegando lentamente las alas.

—¿Entonces salimos?

—Sí, a la montaña. Aprovechando que nadie ha llegado hoy. Y si de paso encontramos otro cerdito, mejor.

El dragón ya estaba volando en círculos sobre la entrada cuando Elaria cerró la puerta de un tirón, ajustándose la capa con una mano y cargando su zurrón con la otra.

La niebla bajó de golpe como una sábana gris deslizándose por la ladera de la montaña. Elaria se ajustó la capa y avanzó bordeando una pared de roca, con el bastón marcando el suelo cada tres pasos. Thiriel volaba más bajo, con sus alas salpicadas por pequeñas gotas.

—Si empieza a llover fuerte tendremos que buscar refugio —dijo, girando la cabeza hacia ella.

—Lo sé. Y en cinco minutos, el suelo será un lodazal —respondió Elaria.

La lluvia comenzó a caer de repente. No tuvieron que buscar mucho ya que al girar el saliente del risco, el paisaje se abrió repentinamente: una cueva amplia bajo un voladizo natural, con una alta entrada y el suelo liso. Lo inesperado fue que ya había alguien dentro. Una rodilla del tamaño de un tonel sobresalía por la sombra, y al levantar la vista, Elaria distinguió una silueta enorme, encorvada dentro del abrigo rocoso: un fomoriano de la montaña, piel grisácea y pelo recogido en una trenza gruesa que le cruzaba el pecho como un cinturón. El gigante los vio antes de que hablaran.

—¿Hace frío abajo? —preguntó con voz grave, pero amable.

Elaria asintió, sin moverse.

—Solo un poco. Pero lo peor es la lluvia. Hemos buscado regugio en este lugar sin saber que había alguien.

El gigante se hizo a un lado y con un gesto simple les ofreció parte del espacio seco. El suelo estaba cubierto con pieles gruesas de cabra y ramas aromáticas.

—Entrad. No muerdo si no tengo hambre y he comido hace poco.— dijo con una especie de risotada.

Thiriel dudó, pero Elaria avanzó con paso firme y se sentó junto a una piedra lisa. El gigante la observó unos segundos, y luego, sin más protocolo, se puso a hervir agua en lo que a ella le parecía una marmita, pero que seguramente para el gigante no sería más que un pequeño cazo.

—¿Cómo os llamáis? —preguntó.

—Él es Thiriel y yo me llamo Elaria.

—Yo soy Moarn —respondió el gigante—. No soy el único por aquí, pero soy el más tranquilo.

El té que preparó sabía a corteza y humo. Hablaron de cosas simples: del clima, de la escasez de cabras salvajes ese año, de los ríos que se secan cuando no deberían.

—¿Sabes algo de los objetos grandes que hay esparcidos por el valle? —preguntó Elaria, después de un rato—. Hemos visto un casco y un guante que están abandonados junto al lago.

Moarn asintió muy despacio.

—Uno de los míos pasó por aquí hace tiempo. No se quedó, pero se le perdieron algunas cosas. Digamos que su fuerte no es la memoria, y se fue quejándose de que le había robado su casco.

—¿Volverá a buscar sus cosas?

—No lo sé. Yo no me muevo mucho y no estoy al tanto de las noticias sobre los míos.

Elaria asintió, sin querer insistirle más.

La lluvia duró un par de horas. Cuando amainó, Moarn se levantó y se estiró hasta tocar el techo de la cueva con la espalda.

—Podéis volver cuando queráis. Siempre hay sitio para quien sabe escuchar y no hace preguntas inútiles.

Elaria sonrió.

—Gracias. Lo recordaremos.

La lluvia había limpiado el aire. Tras despedirse del gigante, Elaria y Thiriel descendieron unos metros por una ladera rocosa hasta una zona donde las grietas filtraban humedad constante. El suelo no era fangoso, pero sí blando en las hendiduras, ideal para ciertos brotes.

—La otra vez el Silverleaf crecía cerca de roca oscura, en sombra parcial —recordó Elaria, deteniéndose junto a una grieta en la base de una formación plana.

Thiriel planeó en espiral sobre una zona en descenso. Allí, junto a la raíz expuesta de un árbol encorvado, el terreno era húmedo, frío y en penumbra casi todo el día. Elaria se agachó con cuidado y las vio. Las hojas de Silverleaf tenían un brillo opaco, pero distinto del resto. Al rozarlas con la herramienta de hueso, sintió la rigidez de sus bordes.

—Estas son jóvenes, algo más flexibles, menos propensas a cortarte.

Con movimientos lentos y medidos, cortó tres hojas completas y las depositó en un estuche de madera con base de musgo húmedo. Revisó con la vista una zona más alta, pero no encontró más. Con tres hojas bien conservadas, ya podía reponer su inventario básico.

—Suficiente por ahora.

Thiriel ya se había posado sobre una roca a esperarla, enrollado como si llevase allí media hora.

—¿Algo más que quieras recolectar?

—Pues la verdad es que sí…

La orilla norte del Lago del Deshielo seguía tan irregular como siempre, con bancos de barro que cedían bajo el peso y tramos de agua estancada donde se acumulaban hojas viejas. Elaria caminaba con el bastón por delante, tanteando el terreno, mientras Thiriel volaba bajo, atento a las burbujas.

—Ahí, donde el barro se hunde en capas y huele a musgo fermentado —dijo Elaria, señalando una zona donde el agua apenas llegaba al tobillo.

Se arremangó la falda, se quitó las botas y avanzó hasta un punto donde los tallos delgados se alzaban con la inclinación exacta.

—Color correcto, textura aceitosa… Son jóvenes —dijo tras tocarlos.

Cortó dos tallos de Deep Reed con la cuchilla de hoja curva. Al apretarlos con los dedos enguantados, soltaron el característico olor: una mezcla de barro húmedo y savia amarga. Los depositó en un estuche con lino húmedo y cera fresca.

—Dos bastan por ahora.

Thiriel, desde una roca, observaba el entorno.

—¿Y ese ruido?

Elaria alzó la vista. Un pequeño chapoteo se escuchaba detrás de un arbusto bajo, junto al remanso más tranquilo del lago. Se acercó despacio y al apartar las ramas, lo vio. Un cerdito embarrado, más grande que los dos anteriores, se había metido en el agua y estaba intentando beber… pero cada vez que se inclinaba, resbalaba y caía de hocico.

—Mira qué tenemos aquí… —murmuró Elaria.

Se acuclilló, sacó una cuerda y le habló en voz baja.

—No voy a hacerte daño. Solo sacarte de aquí antes de que te fusiones con el barro.

El cerdito la miró, chilló brevemente y se dejó atar sin mucho esfuerzo. Tenía el lomo mojado y las patas llenas de barro, pero estaba sano.

—Cuatro de seis —dijo Thiriel.

Elaria ajustó la cuerda a la mochila para llevar al animal sin que se escapara mientras el cerdito chillaba resignado.

El camino hacia High Rannoc cruzaba una zona de cultivos en barbecho y una hilera de frutales aún en flor. Elaria caminaba sin apuro, con el cerdito atado a la mochila con un nudo seguro pero flojo. El animal resoplaba de vez en cuando, sin protestar demasiado. Thiriel iba planeando bajo, lanzando miradas frecuentes hacia el cielo. Al llegar al corral, el granjero ya estaba allí, reparando una cerca con alambre y una piedra pesada. Al verlos, dejó las herramientas y se acercó de inmediato.

—¡El Marrón! —dijo con una mezcla de alivio y exasperación.

El cerdito chilló al reconocerlo y trató de escapar… en la dirección contraria. Elaria lo sujetó antes de que se le soltara la cuerda.

—Lo encontramos metido en el lago, patinando como si buscara caracoles.

El granjero lo tomó en brazos y lo inspeccionó de arriba abajo. Luego miró a Elaria con una expresión que mezclaba agradecimiento y derrota.

—No sé cómo sigues encontrándolos. Cada vez están más lejos.

—Tengo buen oído —respondió, señalando a Thiriel.

—Queda poco. Pero cuando los tengas todos, lo prometido es deuda.

—Faltan dos—dijo Elaria, revisando mentalmente los lugares visitados.

El camino de vuelta fue tranquilo, sin sobresaltos ni criaturas saliendo de la maleza. Solo el sonido de las botas de Elaria marcando el ritmo sobre el suelo firme, y el leve aleteo de Thiriel que ya no volaba tan alto como por la mañana. Al llegar a la cabaña, el sol descendía por detrás del bosque y su luz entraba oblicua por las rendijas de las contraventanas, marcando líneas doradas sobre el suelo de piedra. Elaria abrió la puerta con un empujón suave, dejó el zurrón sobre la mesa y colgó su capa húmeda en el perchero.

—Ingredientes nuevos, cerditos devueltos y ni un solo paciente con fiebre líquida o lengua partida —dijo, más para sí que para Thiriel.

El dragón ya estaba enrollado en su rincón, pero no dormía, la seguía con la mirada. Elaria se lavó las manos con agua de hierbas, sacó los estuches de recolección y comenzó a colocar los ingredientes que había encontrado. Luego limpió el mortero, repasó el diario de pociones de la bruja anterior y barrió las hojas secas que se habían colado por debajo de la puerta. El aire en la cabaña olía a madera tibia, lavanda y barro seco.

Thiriel estiró una garra.

—¿Y si nadie viene mañana?

Elaria se encogió de hombros.

—Entonces por fin descansarás de verdad.

—¿Y tú?

—Organizaré los frascos por color, o por olor, o por forma.

El dragón resopló suavemente y Elaria sonrió.

La casa estaba en orden.

Pues no las tenía todas conmigo hoy porque era muy poco tiempo del que disponíamos, pero nos ha dado tiempo hasta de encontrar cerditos. ¡Genial!

Hasta luego, gente!

Apothecaria. Partida 1. Primavera. Semana 10.

Apothecaria. Partida 1. Primavera. Semana 10.

La tarde había pasado sin sobresaltos. Elaria estaba clasificando raíces en la mesa larga, envuelta en el silencio suave del hogar, mientras Thiriel dormía enrollado sobre su cojín. Solo el crujido ocasional de la madera y el murmullo del viento entre los árboles llenaban el aire, hasta que algo golpeó la pared lateral de la cabaña con tal fuerza que hizo temblar los estantes. Tres frascos cayeron.

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