Apothecaria. Partida 1. Primavera. Semana 7.

Vamos a continuar la partida 1 del juego Apothecaria. Ya estamos en la semana 7. En el pueblo poco saben sobre nosotros y apenas vienen a vernos, pero bueno, ya iremos cogiendo más reputación…

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Ya no somos novatas, porque hemos alcanzado una buena reputación. Vamos allá con el siguiente paciente.

Estado de la partida.

Apothecaria. Partida 1. Elaria

Nombre: Elaria.
Reputación: 11
Dinero: 54
Fecha: séptima semana de la primavera.

Objetos:

  • Un caldero para hervir ingredientes
  • Un alambique para destilar ingredientes
  • Un mortero para triturar ingredientes
  • Colmena que añade dulzura (disponibles 4/4)

Planteamiento de la semana

🧍 Carta de visitante: 9 de tréboles (monstruo)
🦠 Carta de enfermedad: 6 de picas
🐛 Enfermedad: Paso del Marinero. Una infección del oído interno que hace que los afectados se sientan como si estuvieran en un galeón en medio de una tormenta.
⚗️ Detalles de la cura: [INFECCIÓN⭐] [OÍDO⭐]
⚠️ Consecuencias: Tropiezan y se lastiman. Si puedes curar una [HERIDA] ahora mismo, pierdes 1 punto de Reputación. Si no puedes, pierdes 2 puntos de Reputación.
⌛ Tiempo límite: 4
🌿 Ingredientes para la cura: Silverleaf ⭐, Cueva del Héroe dificutad 4, y Deep Reed ⭐, en el Lago del Deshielo con dificultad 3.

Desarrollo

Era aún de madrugada cuando Thiriel se despertó de golpe y resopló en dirección a la puerta.

—Hay algo fuera —dijo con voz seca—. Y se está cayendo por el porche.

Elaria se frotó los ojos, y se descubrió tarareando El Lamento de los Peces Hastiados. Supuso que había estado medio soñando con la sirena que conoció aquel día en la roca… Sacudió un poco la cabeza para despertarse, se envolvió en una manta y abrió la puerta. Allí estaba: una criatura enorme y encorvada, con piel azulada y húmeda, alas plegadas como redes viejas, y patas de rana llenas de barro. Se tambaleaba a cada paso, como si caminara sobre un barco en plena tormenta.

—¿Puedo… quedarme aquí un momento? —dijo con voz temblorosa y espasmódica—. La tierra… no deja de balancearse.

Justo entonces, tropezó con una raíz y cayó de bruces contra el marco de la puerta con un quejido ronco y un sonido de huesos contra madera que resonaron en la madrugada. Elaria se inclinó y lo ayudó a incorporarse. Al tocarle el brazo, notó el calor de una hinchazón reciente.

—Estás herido —dijo—. Pero lo primero es estabilizar esa infección.

—No quería molestar… solo… dejar de oír las olas.

—No hay mar aquí —dijo Thiriel.

—Pero mi oído no lo sabe.

Apothecaria. Partida 1. Semana 7. El paciente

El golpe contra el marco de la puerta fue fuerte. La criatura cayó de lado, con las alas mal plegadas y una rodilla raspada. No gritó, pero sí soltó un gemido apagado que dejó claro que se había hecho daño. Elaria bajó los escalones del porche con rapidez, se arrodilló a su lado y examinó la pierna. La herida no era grave, pero estaba inflamada y sangraba un poco por el roce contra la piedra.

—Tranquilo —dijo—. Vamos a curar eso primero.

Thiriel se mantuvo cerca, observando en silencio. Con cuidado, Elaria ayudó al visitante a levantarse y lo llevó hasta la caseta de invitados. Lo hizo sentarse en el banco junto a la pared y sacó un cuenco de agua limpia, un paño y un pequeño frasco con ungüento de resina. Le limpió la herida, retiró la suciedad y aplicó la pomada sin hacer preguntas. Cuando terminó, se sentó enfrente de él, con la expresión seria.

—¿Desde cuándo tienes estos síntomas?

—Desde hace tres noches. Todo empezó con un zumbido en el oído. Luego, todo se movía. Me levantaba y sentía que el suelo se inclinaba. Me tropecé muchas veces y me caí varias más.

—¿Dolor? ¿Náuseas?

—A veces. Pero lo peor es que nada se está quieto, todo se balancea. Es como estar en un barco, pero sin el barco.

Elaria asintió. Era un caso claro de Paso del Marinero, una infección del oído interno mágica. Si no se trataba a tiempo, podía provocar caídas más graves y una desorientación permanente.

—Escúchame —dijo mientras le ajustaba una manta—. Lo que tienes no se cura solo. Necesito dos ingredientes específicos y no los tengo aquí. Mañana al amanecer saldré a buscarlos. Mientras tanto, no te muevas. Quédate en esta caseta, no intentes caminar. Si necesitas algo, haz sonar esta campanilla. Yo estaré en la cabaña.

—Gracias —dijo el visitante, con la voz baja.

—Te lo advierto: si vuelves a caerte y te abres la cabeza, no habrá poción que lo arregle.

El monstruo asintió sin rechistar. Elaria apagó el farol, cerró la puerta y volvió a su cabaña.

Thiriel se sentó junto al hogar.

—¿Lago primero o cueva? —preguntó.

—Lago —respondió Elaria—. El Deep Reed es más fácil de encontrar. Necesito encontrar al menos uno de los dos ingredientes antes del mediodía.

Thiriel asintió.

—Entonces nos vamos a la cama pronto… como que ya, ¿no?.

—Sí. Mañana toca mojarse.

Hacia el Lago del Deshielo

Elaria remaba con calma. El lago estaba en silencio, y el aire húmedo de la mañana apenas movía la superficie del agua. A lo lejos, un pequeño bote flotaba junto a un grupo de juncos. Al acercarse, distinguió la figura de un enano de barba clara, con una caña de pescar bien cuidada y una caja metálica a su lado.

—Buenos días —dijo el enano al verla—. Siempre es buena señal ver una barca bien guiada. Si te apetece parar un momento, no molestas.

Elaria asintió y acercó la barca, amarrándola brevemente a una rama baja.

—¿Buena pesca? —preguntó mientras observaba la caña.

—Hoy no, pero no me quejo. Tengo provisiones, y hay más cosas que hacer en este lago además de pescar.

—Nosotros estamos buscando Deep Reed, pero no hemos tenido suerte por ahora.— le contó Elaria.

El enano hizo un gesto hacia el este.

—Por esa zona, justo donde el agua parece más opaca, deberías poder encontrarlo. No está muy profundo, pero no se ve fácilmente… Si ves burbujas pequeñas y continuas subiendo recto, está ahí.

Elaria lo agradeció con un leve movimiento de cabeza.

—¿Herbolaria? ¿Curandera? —preguntó el enano.

—Algo así.

Apothecaria. Partida 1. Semana 7. El enano

—¿Mucho trabajo últimamente?

—Bastante. Hace poco tuve que tratar a un paciente con labios morados, lleno de verrugas, voz alterada y convicción firme de que besar una rana le cambiaría la vida.

El enano soltó una breve carcajada.

—¡No me digas! ¿y le cambió?

—Le dio fiebre, vómitos y una erupción que le cubría hasta las orejas.

—La magia y la desesperación nunca se han llevado bien. Aunque reconozco que hay algo entrañable en la gente que todavía espera milagros —dijo el enano, encogiéndose de hombros.

—No siempre es fácil decirles que no los hay —respondió Elaria.

Durante unos minutos intercambiaron historias breves. El enano no pidió nombres ni detalles, más interesado en la conversación que en la curiosidad. Antes de irse, le ofreció su caja de ingredientes.

—Tengo materiales comunes del lago. Si necesitas algo y tienes con qué cambiar, lo hablamos. Si no, no pasa nada.

Elaria miró el contenido, aunque por ahora no parecía necesitar más que el Deep Reed.

—Gracias —dijo—. Con las indicaciones que me has dado, ya tengo suficiente.

—Suerte ahí abajo. El lago parece tranquilo, pero siempre guarda algo.

El enano le entregó un poco de Baba de Almeja (Slime Shell), mientras le decía:

—Lo saqué de entre unas rocas esta mañana. Es resbaloso, pero útil si sabes cómo tratarlo. A mí me da asco, la verdad.

Elaria lo aceptó respetuosamente.

— Con esto ya tengo para la mitad de la cura, ¡muchas gracias!

Thiriel miró hacia el punto que indicó el enano.

—Entonces, ¿a por el junco?

Elaria se despidió del enano con un breve asentimiento. Guardó con cuidado el Slime Shell en una bolsa de lino sellada y giró la barca lentamente en dirección al punto señalado. El lago estaba especialmente quieto en esa zona. Las burbujas que ascendían desde el fondo eran pequeñas, regulares y casi perfectamente alineadas con la superficie. Thiriel se inclinó un poco hacia un costado, observando en silencio.

—Es aquí —dijo Elaria.

Se quitó las botas, se arremangó los pantalones y se deslizó al agua. El fondo era lodoso, pero no profundo. Al avanzar con cuidado entre las algas, notó cómo una de ellas se diferenciaba claramente del resto. No por su tamaño, sino por la textura aceitosa y los tallos que sobresalían en ángulo casi recto hacia la superficie. Sacó una pequeña herramienta con mango de hueso y cortó el tallo con precisión. El aceite que se liberó al momento confirmó que era lo que buscaba: un ejemplar sano de Deep Reed.

Volvió a la barca con paso firme, se secó los brazos con un paño y colocó el junco en una caja de madera con fondo de cera húmeda.

—Listo. Ya tenemos lo que necesitamos. Voy a sustituir el Silverleaf por el Slime Shell y así no tendremos que viajar hasta la Cueva del Héroe, que el tiempo apremia.

Thiriel se sacudió el agua que le había salpicado al subir.

—¿Volvemos a casa?

—Sí. Si no tardamos, esta noche puedo preparar la poción.

El agua volvió a cerrarse detrás de ellos.

La vuelta a casa y la preparación

Al llegar al embarcadero, Elaria ató la barca con rapidez y recogió los frascos, cajas y paños con movimientos ya mecánicos. Sabía que debía preparar la poción esa misma tarde, antes de que el paciente empeorara. Mientras caminaban hacia la cabaña, el aire se enfriaba. Los árboles se mecían con suavidad y las primeras luces del interior de la casas comenzaban a filtrarse por las rendijas.

Thiriel olfateó el aire.

—Sigue en la caseta. No se ha movido.

—Mejor. No quiero volver a tenerlo que curar si se cae otra vez.

Elaria abrió la puerta principal, se quitó el abrigo, encendió el fuego del hogar y se fue hasta la caseta de invitados a ver como iba su paciente. Empujó la puerta con cuidado, sin hacer ruido. En el interior, el paciente dormía. Estaba cubierto con la manta hasta el pecho, la cabeza ladeada hacia un lado. Su respiración era algo irregular, pero tranquila. Con el ceño fruncido, un ligero movimiento de su cuerpo, apenas perceptible, marcaba el vaivén interno que aún lo afectaba. Elaria se acercó despacio, sin despertarlo. Apoyó una mano sobre su frente unos segundos: no había fiebre.

—Ya casi está —susurró.

Salió igual de silenciosamente y cerró la puerta tras de sí. Al girarse, Thiriel la esperaba junto al umbral de la cabaña.

—¿Todo en orden?

—Sí. Vamos a preparar la cura antes de que despierte.

Entraron juntos en la cocina. El fuego ya había arrancado. Era hora de empezar.

Elaria colocó el caldero sobre el fuego. Mientras comenzaba a calentarse, colocó sobre la mesa de piedra los dos ingredientes que había traído del lago: el Deep Reed, aún brillante por la humedad, y el Slime Shell, cuidadosamente sellado en lino húmedo.

—Esto no va a oler bien —comentó Thiriel, acurrucado junto a la chimenea.

—Nop.—respondió Elaria, ya concentrada.

Tomó el Slime Shell y lo trituró con el mortero de hueso hasta formar una pasta densa, que comenzó a burbujear. Lo vertió en el agua del caldero, que reaccionó con un leve siseo y un olor metálico, parecido al de una tormenta marina. Después, cortó el tallo del Deep Reed en tres secciones y lo estrujó con las manos enguantadas. El aceite oscuro que salió de los tallos se mezcló con la base ya en ebullición. La mezcla cambió lentamente de color, de un gris opaco a un verde opalescente con reflejos azulados.

Elaria removió con la cuchara, observando cómo los ingredientes se unían. Cuando la consistencia fue la adecuada, retiró el caldero del fuego y vertió el contenido en un frasco de vidrio con fondo esmerilado. Lo selló con cera de pino y grabó en el cristal una runa simple: la del equilibrio interior.

—Está lista —dijo en voz baja.

Thiriel se levantó y estiró las alas.

Apothecaria. Partida 1. Semana 7. Manos a la obra.

—Entonces, entreguémosla antes de que vuelva a marearse con sus propios sueños.

La entrega

La puerta de la caseta crujió al abrirse. Dentro, el aire estaba tibio y en penumbra. El paciente estaba ahora medio despierto, aunque visiblemente agotado. Se había incorporado un poco, apoyando la espalda contra la pared de madera, pero mantenía una mano en el pecho y la otra en la sien. Le costaba mantener la mirada fija. Elaria se acercó con el frasco en las manos.

—Ya la tengo.

Él no dijo nada, pero asintió levemente. Elaria le ayudó a sentarse un poco más recto y destapó la poción. El olor era tenue, salino, con un leve fondo a resina.

—Sabe a fondo de cueva —dijo ella, medio en broma—. Pero hará efecto rápido.

El paciente aceptó el frasco y bebió ávidamente. Tosió un poco al principio, pero luego su cuerpo se relajó. Cerró los ojos unos segundos.

—¿Sientes algo? —preguntó Elaria.

—No todo da vueltas —respondió al cabo de un momento. Su voz seguía grave, pero más clara.

Elaria le cubrió los hombros con la manta que se le había deslizado. La piel de su frente estaba menos pálida, y su pulso parecía más estable.

—Descansa. Lo peor ha pasado.

Thiriel, que se había quedado en la entrada, observaba en silencio. Solo cuando Elaria salió y cerró la puerta, se permitió un leve murmullo:

—Ese parecía más aliviado que agradecido.

—No todos lo expresan igual —dijo Elaria.

—No ha sido mala jornada. Un ingrediente regalado, y el junco justo donde te dijeron.

Elaria asintió.

—Es raro cuando todo sale según lo previsto.

—No voy a quejarme —respondió Thiriel.

El diario

Entraron nuevamente en casa.

Después de recoger un poco las cosas y hacerse una infusión, Elaria se sentó junto a la ventana con el diario y la pluma preparados para dejar constancia de su nueva poción.

Luego, se terminó su infusión con calma y se relajó.

Descanso

La lluvia había llegado al fin. Era una llovizna constante y menuda que acariciaba el tejado con dedos ligeros. Elaria se había despertado tarde, y no se había apresurado a encender el fuego del caldero ni a revisar recetas. Solo se sirvió una infusión caliente y se quedó un rato en el umbral de la puerta, viendo cómo las gotas marcaban caminos lentos sobre las hojas.

Thiriel dormitaba cerca del hogar, enroscado sobre su cojín. Se movía solo para acomodarse, dejando escapar algún resoplido que empañaba los cristales.

Durante el día, Elaria ordenó con calma los ingredientes que le quedaban, anotó observaciones en los márgenes de su diario, y dejó secar una rama de musgo de malva colgada junto a la ventana. Afuera, los pájaros apenas cantaban.

No hubo pacientes y nadie llamó a la puerta.

Al caer la noche, Elaria compartió un trozo de pan dulce con Thiriel, en silencio. No hacía falta decir nada. La casa estaba en orden, el paciente curado, y la bruma envolvía el jardín.

Esta semana ha sido tranquila y sencilla de superar, aunque al principio pensé que sería difícil porque solo teníamos 4 unidades de tiempo para resolverla. También ha influido un poco la suerte de encontrar al enano de la barca con el ingrediente… No ha estado nada mal.

Hasta luego, gente!

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