Apothecaria. Partida 1. Primavera. Semana 6

Vamos a continuar la partida 1 del juego Apothecaria. Ya estamos en la semana 6. Seguimos sin conocer a mucha gente en el pueblo, aunque nuestra reputación está subiendo estupendamente. Al menos hemos construido una colmena en nuestra cabaña que nos dará dulzura para las pociones.

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¡A por la sexta semana!

Estado de la partida.

Apothecaria. Partida 1. Elaria

Nombre: Elaria.
Reputación: 10
Dinero: 34
Fecha: sexta semana de la primavera.

Objetos:

  • Un caldero para hervir ingredientes
  • Un alambique para destilar ingredientes
  • Un mortero para triturar ingredientes
  • Colmena que añade dulzura (disponibles 4/4)

Planteamiento de la semana

🧍 Carta de visitante: Reina de picas
🦠 Carta de enfermedad: 5 de tréboles
🐛 Enfermedad: Pecho de Yeti. El vello del pecho del afectado crece más largo y grueso hasta convertirse en una capa similar al pelaje. Por alguna razón, también hablan en voz mucho más baja. Aunque es bueno en invierno.
⚗️ Detalles de la cura: [PELO⭐] [PULMONES⭐]
⌛ Tiempo límite: 13
🌿 Ingredientes para la cura: Wigfish⭐⭐⭐, dificultad 3, y Gas Weed ⭐, con dificultad 3, ambos en el Lago del Deshielo.

Desarrollo

El sol se filtraba en haces tenues entre las ramas altas del bosque. Elaria caminaba sin rumbo dando un paseo sin ninguna intención por el bosque. Thiriel, a su lado, avanzaba en silencio, olfateando la tierra húmeda y deteniéndose de vez en cuando a observar cómo una hoja giraba en espiral hacia el suelo.

—Te estás ablandando —dijo de pronto el dragón —. Salimos a pasear y no llevas ni siquiera un frasco vacío…

—Estoy intentando desconectar —replicó Elaria—. ¿Puedo hacerlo por un cuarto de día sin que el mundo se derrumbe?

—Por supuesto. ¿Pero eso no fue justo lo que dijiste la última vez?

—¿Cuál de todas?

—La de la rana, la de las verrugas, la de la infusión de algas dulces…

—…Touché.

Justo en ese momento, un ruido gutural y torpe irrumpió entre los arbustos cercanos. Algo entre un grito frustrado, un rugido amortiguado y una tos exagerada.

Fueron a ver qué podía haber causado ese ruido, y cuando lo vieron…

—Oh no. No. No me digas que es…

—¡No es lo que parece! ¡Esta vez no toqué nada raro!

Una figura emergió de los helechos: alta, cubierta de una maraña de pelo pectoral que escapaba como maleza de entre los pliegues de una chaqueta demasiado abierta. Era él, el eterno paciente, el de las malas decisiones y los sueños románticos demasiado literales.

—¿Por las raíces del roble… otra vez tú? —murmuró Elaria.

—¡Recaída! ¡Transformación involuntaria! ¡Mutación pilosa! ¡Llámalo como quieras! —dijo él, jadeando—. ¡Pero mírame! ¡Parece que llevo un mapache muerto al cuello!

Thiriel entrecerró los ojos, lo inspeccionó como si fuera una extraña criatura de pantano… y luego habló con calma:

—¿Esta vez le diste todo tu amor a una oveja o a un perro?

El paciente balbuceó:

—No besé nada. Solo dormí en un charco. Puede que hubiera algas. Tal vez un sapo mirándome. No lo sé. Fue una noche difícil.

—Claro. Una clásica noche difícil, de las que acaban con voz de volcán y pecho de yeti —comentó Thiriel con sorna.

Elaria se frotó el puente de la nariz.

—¿Qué parte de «no te acerques a cosas que croan o brillan» no entendiste?

—Iba camino de tu cabaña… ¿Me ayudarás otra vez…? —preguntó él —. Esta vez no es por amor, es por supervivencia social. He empezado a atraer colibríes. ¡Colibríes, Elaria!

Thiriel se volvió hacia Elaria.

Apothecaria. Partida 1. Semana 6. El torpe

—Yo voto por dejarlo aquí mismo, que se una a la fauna local. Tal vez evolucione.

—Thiriel…

—¡Solo digo lo que todos pensamos!

Elaria suspiró. Luego se giró y dijo:

—Vamos, tengo que pasarme por casa y coger unas cuantas cosas, luego iremos al Lago del Deshielo. Tengo que buscar una planta y un pez. Si colaboras, puede que te salves de parecer un tapiz.

—¡Gracias! —exclamó él, corriendo tras ellos. Varias hojas secas se le pegaron al pecho con un flop húmedo.

Hacia el Lago del Deshielo

Habían avanzado buena parte de la tarde, bordeando el Lago del Deshielo en dirección a una ensenada donde solían crecer algunas de las algas que necesitaban. El aire era frío, pero el sol derramaba una luz dorada que hacía brillar la superficie del agua como vidrio líquido. Fue Thiriel quien se detuvo primero.

—¿Eso es un búnker en el agua? —preguntó, entornando los ojos.

—No —dijo Elaria, entre asombrada y alerta—. Es un casco de tamaña gigante.

Apothecaria. Partida 1. Semana 6. El casco

Sobre la hierba húmeda de la orilla descansaba un casco de metal bruñido, del tamaño de una pequeña cabaña, con grabados arcanos apenas visibles entre la herrumbre y líquenes. A pesar de su edad aparente, resplandecía tenuemente bajo el sol. Una pluma roja del tamaño de un abeto sobresalía del penacho. Varias aves pequeñas anidaban en su interior, ajenas por completo a su procedencia.

—¿Quién dejaría esto aquí? —murmuró Elaria.

—Alguien de más de diez metros —respondió Thiriel, acercándose con cautela.

Elaria tocó el borde de metal con la punta de los dedos. Estaba tibio.

—¿Crees que volverá? —preguntó.

—Espero que no mientras estemos aquí —replicó Thiriel—. Pero si lo hace, yo no pienso quedarme a conocerlo.

Mientras hablaban, el paciente que los acompañaba intentaba ocultarse tras una roca, temblando de pies a peludos.

—¿Podemos irnos? —preguntó en su voz gutural—. Este tipo de cosas me provocan picores.

Elaria asintió, pero antes de marcharse, dibujó un círculo en la tierra con un guijarro blanco, lo anotó todo en su libreta y recogió una muestra de líquenes del borde inferior del casco.

—Nunca sabes cuándo los puedes necesitar.

Tras dejar atrás la visión del enorme casco abandonado, el grupo siguió avanzando por la orilla, en busca de un rincón más tranquilo donde deberían encontrarse nidos flotantes de algas vanidosas, el hábitat preferido del Wigfish.

Thiriel iba en cabeza, olfateando el aire.

—Si esto termina en una pelea con un pez que lleva peluquín, me niego a intervenir —declaró con la seriedad.

Elaria apenas lo escuchó. Estaba observando la superficie del agua, y de pronto alzó la mano para hacerles parar.

—Ahí —susurró—. ¿Lo ves?

En una zona donde las algas flotaban en círculos perfectos, como si alguien las hubiera peinado con esmero, una sombra plateada y ovalada se deslizaba con gracia bajo el agua, girando sobre sí misma para mostrar su reflejo como si quisiera ser admirado. El Wigfish. Brillaba tenuemente, y en su cabeza portaba una auténtica obra de arte vegetal: un «peluquín» de algas entrelazadas, con nudos delicados, musgo marino ondulado y una pequeña concha nacarada justo al centro.

—¿Está… pavoneándose? —preguntó Thiriel, desconcertado.

—Sí, y muy bien por cierto —admitió Elaria.

Sacó con mucho cuidado una red ligera y sin nudos, tejida con hilo de sauce. Se arrodilló en la orilla, sumergió la red lentamente y cuando el Wigfish se dio la vuelta, en un momento de exhibición máxima, lo atrapó suavemente por debajo. El pez no se resistió.

—Oh, no me mires así —le dijo Elaria al pez mientras lo levantaba en un cuenco ancho lleno de agua del lago—. Solo necesito tu peluca. Luego puedes volver a hacerte otra para impresionar a tus amigos.

Thiriel observaba desde la orilla.

—Prométeme que no empezarás a ponerte eso tú también. Hay un límite.

Elaria sonrió mientras, con extremo cuidado, retiraba la pequeña peluca del Wigfish, la colocaba en un frasco de cristal con solución estabilizante, y luego devolvía el pez al agua, que salió nadando con la dignidad herida, pero intacto.

—Listo. Primer ingrediente conseguido. Y con suerte —añadió, mirando al paciente peludo que los seguía a distancia—, te devolverá un pecho más… discreto.

Habían bordeado la lengua de agua durante más de una hora cuando Elaria vio lo que buscaba: una franja poco profunda, donde el fondo del lago se alzaba y el agua se volvía turquesa. Allí, entre rocas resbaladizas y raíces ancladas al lodo, sobresalían los tallos gruesos y bulbosos del Gas Weed. Algunas burbujas se escapaban desde la base de las plantas, flotando hacia la superficie con lentitud. Elaria se arremangó nuevamente la falda, se quitó las botas y entró al agua fría con cuidado. Thiriel la observaba desde la orilla, enrollando la cola como un gato paciente.

—Procura no hundirte —dijo el dragón con tono neutro—. Todavía no tengo branquias.

Elaria se agachó con cuidado, cortando las plantas con una herramienta de mango largo. El Gas Weed se desprendía fácilmente y aún vibraba ligeramente en sus dedos. Lo guardó en una bolsa de lino húmedo para conservar su frescura.

Apothecaria. Partida 1. Semana 6. El primer ingrediente

Fue entonces cuando lo vio. Un borde de madera carcomida asomaba entre el lodo a escasos metros de donde se encontraba. Se acercó con curiosidad, retiró con cuidado los juncos y plantas que allí había, y descubrió la silueta de una vieja barca, semihundida y en ruinas, probablemente de transporte local. Sobre el banco trasero, había un esqueleto en cuclillas, los brazos rodeando un cofre completamente cubierto de percebes.

—Pues esto no estaba en el itinerario —dijo Elaria, quitando con cuidado parte de las conchas con la espátula.

Thiriel frunció el ceño desde la orilla.

—¿Qué has encontrado? — Y desde la orilla levantó el vuelo para acercarse a lo que había visto Elaria. Cuando estuve sobrevolando el bote, preguntó — ¿Sabemos a quién pertenecía? ¿Qué hacía aquí?

—No —dijo Elaria—, pero si nadie lo ha abierto en todo este tiempo, no creo que contenga nada valioso, o lo hubiesen buscando con más ahínco.

Logró sacar el cofre y llevarlo hasta la orilla. El cierre estaba oxidado, y con un suave golpe cedió con facilidad. Dentro encontró un libro de notas ilegible por la humedad, tres dados de hueso bien tallados, y un frasco pequeño envuelto en tela encerada.

—No hay oro —dijo Elaria—, pero me voy a guadar las cosas, para verlas más tarde.

Elaria recogió todo, lo guardó en su zurrón y se puso las botas de nuevo.

—Tengo el Gas Weed. Volvamos.

El paciente asomó la cabeza por detrás de un arbusto, con ojos grandes y la voz más grave que nunca.

—¿Ya? ¿Puedo empezar a rascarme menos?

Elaria levantó la mano.

—Primero tengo que hacer la poción. Un poco de paciencia, amigo.

La vuelta a casa y la preparación

El sol se había escondido tras las colinas cuando Elaria y Thiriel cruzaron el umbral de la cabaña. El paciente, envuelto en una manta de vello que le llegaba hasta casi los pies y le salía del pecho peludo, entró detrás con pasos pesados.

—Menos mal que ninguno somos alérgicos al pelo de animal… —dijo Thiriel, sacudiéndose la humedad de las escamas—. La caseta va a parecer un taller de tapicería.

—Tú encárgate de encender el fuego, pro favor —le respondió Elaria, dejándose caer brevemente en el banco junto al hogar—. Y si ves que empiezo a hablar en verso por culpa del frasco raro del cofre, avísame.

Mientras el dragón preparaba el fuego, Elaria sacó los ingredientes del zurrón con cuidado. Puso agua a calentar en el caldero pequeño de cobre y, con la cuchara de madera de saúco, comenzó a preparar la infusión.

Primero trituró parte del Gas Weed en el mortero de piedra hasta que liberó un aroma fresco y ligeramente picante. Lo añadió al agua justo antes de que rompiera a hervir. Luego, con delicadeza, depositó el wig del Wigfish tal cual, sin alterar su forma, como indicaban los viejos apuntes. El líquido adquirió un color verde musgo con destellos dorados, una señal de que la mezcla estaba estabilizada.

Cuando la mezcla se enfrió ligeramente, vertió la poción en un frasco ancho y opaco, sellándolo con cera blanca. Y lo dejó reposar unos minutos más junto a la ventana para que se enfriase aún más.

La entrega

Al cabo de un rato, Elaria tocó el frasco, que ya estaba templado. Entonces miró al paciente, que estaba sentado en una esquina, rascándose todo el cuerpo, y mirándola con ojos de cordero degollado.

—Ven. Bebe esto. Y hazlo de un trago.

De un trago corto y rápido, el líquido desapareció en su garganta. Se estremeció, golpeó el pecho con la mano abierta y lanzó un bufido. El efecto fue casi inmediato: su voz se elevó un poco y dejó de sonar como si le hubieran puesto piedras en el pecho y el vello comenzó a caérsele, perdiendo volumen, aunque aún le quedaban varios días hasta recuperar su aspecto original.

—Esto sabe a agua de tina —dijo, haciendo una mueca.

—Eso es porque no está hecha para gustar —replicó Elaria—. Está hecha para curar.

Thiriel bufó con diversión desde su cojín.

—Y porque no tienes paladar, probablemente.

—Dale unas horas —respondió Elaria, mirando a Thiriel con desaprobación —. Es una poción, no una maldición inversa.

—Me siento mejor. Cansado, pero mejor.

Thiriel asintió con satisfacción.

—Lo tomaré como prueba de que aún no eres irrecuperable.

El paciente sonrió tímidamente, tapándose hasta la barbilla.

—Gracias.

Elaria le palmeó el hombro y salió a despedirlo al porche con Thiriel. El aire fresco comenzaba a traer olor a flores del bosque.

—Otro día, otra criatura peluda agradecida —dijo el dragón—. ¿Qué harías sin mí?

—Aburrirme mucho, probablemente —respondió Elaria con una sonrisa en los labios.

El diario

Entraron nuevamente en casa, y Elaria se fue hacia su escritorio, cogió su diario de pociones, y se puso a escribir mientras aún había luz:

Luego, guardó su cuaderno y se fue a la cama.

Descanso

Elaria decidió no emprender ninguna búsqueda al día siguiente. Su cuerpo se lo pedía, y Thiriel también. Después de todo, llevaba dos semanas seguidas recorriendo montañas heladas, lagos embrujados y cavernas misteriosas, y hasta un dragón de buen temple necesita reposo.

Durante unos días, la cabaña volvió a estar en silencio. No hubo golpes en la puerta, ni corrientes extrañas, ni sueños ajenos flotando por los rincones. Solo los crujidos del suelo al caminar y el rumor constante del bosque. Elaria aprovechó para revisar su herbolario, limpiar frascos, anotar mejoras en sus fórmulas y reparar una de las alacenas del cobertizo. También pasó buen tiempo sentada en el porche, viendo a las abejas explorar su nueva colmena.

—Parece que se están adaptando bien —comentó.

—Mejor que tú con el almuerzo de ayer —dijo Thiriel, desperezándose bajo el sol.

—No todo el mundo aprecia la sopa de espino y nabo —resopló Elaria.

Apothecaria. Partida 1. Semana 6. La colmena

Al atardecer, preparó infusión de caléndula y melisa. Thiriel dormía enroscado junto al hogar, respirando con ritmo lento. La luz del fuego proyectaba sombras suaves por las paredes.

Luego apagó la lámpara, se arropó en su manta de lana gruesa y durmió del tirón.

Bueno, bien está lo que bien acaba. A este pobre bicho le pasa de todo… esperemos que no nos lo tengamos que volver a encontrar…

Hasta luego, gente!

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