Vamos a continuar la partida 1 del juego Apothecaria. Ya estamos en la semana 5. Nuestro último paciente fue el hijo de una prima que vivía fuera, así es que seguimos sin conocer a mucha gente en el pueblo. Además, como era familia, pues tampoco le quisimos cobrar nada, así es que estamos mal de dinero y de conocidos.
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¡Que comience la quinta semana!
Estado de la partida.

Nombre: Elaria.
Reputación: 9
Dinero: 64
Fecha: quinta semana de la primavera.
Objetos:
- Un caldero para hervir ingredientes
- Un alambique para destilar ingredientes
- Un mortero para triturar ingredientes
Planteamiento de la semana
🧍 Carta de visitante: 8 de tréboles
🦠 Carta de enfermedad: 6 de picas
🐛 Enfermedad: Ranificación. Después de que alguien muy astuto escribiera una historia sobre besar una rana y conseguir un príncipe, las brujas han tenido que lidiar con una avalancha de románticos empedernidos que acaban con verrugas en los labios y son envenenados.
⚠️ Consecuencia: Las llevan de urgencia al médico del pueblo. Pierden 1 punto de reputación.
⚗️ Detalles de la cura: [VERRUGA⭐] [VENENO⭐]
⌛ Tiempo límite: 6
🌿 Ingredientes para la cura: Skullcap⭐, en la Caverna del Héroe con dificutad 2, y Smooth-Croak ⭐, en el Lago del Deshielo con dificutad 2.
Desarrollo
Era casi medianoche. La luz del hogar se había reducido a brasas anaranjadas, y Thiriel roncaba suave, enrollado como un ovillo tibio junto al banco de musgo. Elaria estaba revisando las páginas de su herbario cuando algo húmedo y torpe golpeó la puerta principal.
—¡Qué raro ha sonado eso! —murmuró sin alzar la vista.
Thiriel levantó una ceja y giró la cabeza.
Un nuevo golpe. No seco, sino pegajoso. Como si alguien tratara de llamar con una esponja. Elaria se levantó con la calma adquirida de las semanas pasadas. Se ajustó la bata de trabajo y abrió solo un resquicio.
La criatura no era fácil de describir. Era humanoide, pero solo técnicamente. Tenía una piel pálida cubierta de verrugas húmedas, el cabello pegado al cráneo como algas y una nariz prominente e inflamada. Sus labios estaban hinchados, amoratados y moteados. Llevaba una chaqueta elegante sobre un cuerpo muy poco elegante.
—Buenas noches… —susurró con voz nasal—. Perdone la hora. Me dijeron que usted arregla cosas.
Elaria no respondió de inmediato, ya que se quedó paralizada ante semejante visión. Cuando logró recomponerse contestó.
—Entre, por favor.
El monstruo asintió con la cabeza gacha y cruzó el umbral, con la dignidad completamente rota, pero con una chispa de esperanza en sus ojos bulbosos. Thiriel se levantó, olisqueó y volvió a tumbarse con resignación.
Elaria cerró la puerta, apartó las hierbas que estaba clasificando, y encendió un poco más el fuego del hogar. Mientras el monstruo se sentaba con torpeza en el taburete más bajo, intentando no dejar limo donde no debía, Elaria calentó agua con hojas de escaramujo, una pizca de hinojo seco y corteza de aliso y le preparó una infusión reconfortante a aquel ser. Le tendió la taza sin ceremonia.
—Bebe despacio. Y deja de frotarte los labios. Eso solo empeora las cosas.

El monstruo asintió, tomó un sorbo despacio y suspiró como quien no recordaba la última vez que lo habían tratado como a una persona.
—Y ahora cuéntame — pidió Eladia —. ¿Qué fue esta vez? ¿Un sapo? ¿Una rana? ¿Una estatua mágica con promesas?
El monstruo bajó la vista.
—Una rana descarada de ojos tiernos. Pensé que… bueno… que si funcionaba para princesas…
Hubo un silencio largo, solo interrumpido por un pequeño estallido en la chimenea.
—Y ahora —continuó, sin levantar la vista—, no puedo dejar de croar cuando me emociono. Y ya ves mi aspecto: labios cubiertos de verrugas, nariz hinchada… La gente ya se reía de mí antes, como vean así, no volveré a tener respeto ni en la taberna más barata del pantano.
—No tienes fiebre, pero estás al borde de la intoxicación —añadió Elaria tras observarle un momento más—. Lo que te diste fue un buen beso de anfibio encantado, me temo.
Él asintió con la mirada baja.
—Mañana saldré a buscar lo que necesito para prepararte algo que te quite las verrugas y el veneno. —Elaria se levantó—. Hasta entonces, puedes quedarte en la cabaña de invitados. Tiene mantas limpias, agua, y una silla.
El monstruo parpadeó.
—¿No me vas a encerrar? ¿O a atarme por si me vuelvo rana del todo?
Elaria lo miró por encima del hombro mientras recogía los frascos con una expresión divertida en el rostro.
—Si te conviertes en rana completa, me lo dejas más fácil. Solo tendría que darte un baño de salvia y un susto fuerte. Y por cierto —añadió mientras señalaba hacia la puerta lateral—: no intentes besar nada en el jardín. Ni hongos ni estatuas. Y tampoco al dragón.
Thiriel levantó brevemente la cabeza desde su rincón y exhaló un leve bufido de advertencia.
El monstruo asintió con una sonrisa, y se fue a dormir.
Hacia el Lago del Deshielo
👣 Carta de expedición: 9 de Corazones
🧺 Nivel de Forrajeo 0
⌛ Tiempo límite: 6
A la mañana siguiente, justo cuando el sol estaba comenzando a remontar por las lomas de las colinas cercanas, Elaria y Thiriel emprendieron el camino hacia el lago. El agua estaba inmóvil, salvo por unas ondas suaves que parecían extenderse desde una de las islas cercanas, como si alguien hubiera lanzado una piedra enorme.
Ambos se quedaron extrañados viendo las ondas, y entonces, comenzó el canto. Una voz cristalina, afinada con una perfección antinatural, resonó sobre el agua. No era solo música: era una invitación, como una orden suave que te impulsaba a ir hacia ella. Sin pensarlo demasiado, porque nadie puede pensarlo demasiado cuando escucha algo así, Elaria subió una barca que los adeanos dejaban siempre medio oculta entre los juncos para casos de emergencia, y comenzó a remar.
Cuando llegó, la encontró sentada sobre una roca como salida de una ilustración. Tenía escamas nacaradas, cabello largo y rojo que casi tocaba el agua.
—¡Ay, perdona! —dijo la sirena, con voz musical incluso al hablar—. Estaba ensayando. No pretendía atraer a nadie esta vez. ¡De verdad!
Elaria no dijo nada de inmediato, ya que estaba sumida en el embrujo de su voz. Al cabo de un rato, y solo gracias a que Thiriel le dio un pequeño zarpazo en la pierna, consiguió volver en sí.
—¿Y cuál era la pieza? —preguntó al fin.
—El Lamento de los Peces Hastiados, en sol menor. Es para una audición en la Cueva del Coral de Cristal la próxima luna llena.
—Te falta un poco de contención en las notas graves —dijo Elaria en tono bromista.

La sirena se tensó, y sus ojos comenzaron a brillar por las lágrimas que estaban a punto de derramarse. Elaria parpadeó, tragó saliva y se apresuró a explicarse.
—Oh, eh, perdón. Era una broma. Solo una broma.—Le tocó brevemente el brazo—. Cantas muy bien. ¡Tienes una voz maravillosa! Cantas mejor que muchos bardos que conozco. De veras.
La sirena alzó los ojos, aún un poco compujida.
—¿De verdad?
—De verdad. Solo que la próxima vez, intenta apuntar tu canto en dirección contraria a la orilla, o todos los botes que estén allí correrán sin pensarlo hacia ti.—añadió Elaria con una sonrisa leve.
La sirena asintió, un poco más tranquila, y también sonrió.
—¿Quieres que te pesque algo? Para compensar el viaje. Elige algún animal del lago y yo te lo traigo.
Elaria pensó un momento.
—¿Puedes encontrar una rana de croar suave? Soy la nueva bruja de la aldea y necesito un poco de sus mocos para preparar una cura. Es urgente.
La sirena parpadeó, sorprendida, pero asintió con decisión.
—Esas son escurridizas, pero tengo práctica.
Y sin más, se deslizó al agua como un trazo de tinta azul. Media hora más tarde, emergió con algo envuelto en algas suaves: una ampolla de cristal natural, húmeda y viscosa, que contenía un moco translúcido con iridiscencias verdes.
—Aquí tienes. Estaba en la parte más honda, bajo una raíz hueca. Me he tenido que pelear con una anguila algo celosa.
Elaria la miró con auténtica gratitud.
—Gracias. De verdad.
La sirena sonrió.
—No te preocupes, la próxima vez intentaré ensayar más lejos de la orilla.
Ambas se despidieron con una reverencia breve, y Elaria cogió los remos, alejándose de la sirena en dirección a la orilla.
Hacia la Caverna del Héroe
👣 Carta de expedición: Comodín
🔎 Carta de pista temprana: 8 de picas
El aire de la Caverna del Héroe era seco, y el eco de sus pasos rebotaba en el silencio de la cueva. Thiriel, que no solía ser particularmente supersticioso, se negó a entrar más allá del umbral, limitándose a gruñir suavemente cada pocos segundos. Elaria continuó sola, antorcha en mano, por los pasadizos excavados entre mármol antiguo y raíces endurecidas. Y entonces encontró una cámara olvidada, con una antigua cama de campaña cubierta de polvo.
Entró por curiosidad a echar un vistazo, y entonces se fijó en algo que había en la pared, una pequeña oquedad excavada en la misma piedra a modo de repisa ligeramente pulida por el uso. Allí, sobre una tela de lino amarillenta, descansaba un libro de tapas blandas y esquinas gastadas. Elaria lo tomó entre sus manos. No destacaba por su encuadernación, cuidadosamente remendada, con el lomo reforzado por tiras de corteza fina pegadas con savia. Leyó el título de la primera página: «El Amor y las Olas en la Isla del Faro». Se quedó sorprendida, ya que esperaba algo más… algo menos mundano. Era una novela, una novela romántica. Peor lo que más le llamó la atención fue que en la esquina superior derecha de esa primera página había una pequeña runa grabada a mano, con tinta violeta ya desvaída. La reconoció al instante de todas las veces que la había visto en su cabaña: era la runa de la anterio bruja.
Pasó a la siguiente página con cuidado reverencial, y se encontró una nota hecha a mano con la misma tinta violeta que el sello. Rezaba así «Capítulo 12 – Confía en la farera.»
Elaria se quedó asombrada: una bruja poderosa escribiendo un recordatorio personal en una novela romántica barata. Hojeó las páginas hasta llegar al Capítulo 12. La tipografía era irregular, como impresa con prisa. El capítulo narraba una noche tras un naufragio en la que la protagonista, una farera llamada Marwen, encuentra un espíritu marino malherido sobre las rocas, medio disuelto, incapaz de mantener su forma. Había llegado para robarle la voz, como parte de un antiguo pacto con el mar, pero al ver cómo ella seguía encendiendo el faro pese a la soledad y el miedo, dudó, y por ello fue castigado. Marwen, en vez de defenderse con magia, le cantó una canción antigua, heredada de su madre, cubriéndolo con una manta húmeda. El espíritu lloró, no por sus heridas, sino porque nadie le había tratado con gentileza desde hacía siglos.
Cerró el libro con cuidado, con el dedo aún entre las páginas. No sabía el nombre de la anterior bruja. Tampoco sabía si se había ido por miedo, por error o por deber, pero tras leer ese capítulo, se dio cuenta de que también era humana, algo que casi se le había olvidado. Era extraño sentirse cercana a alguien que no había conocido, pero esa nota, ese capítulo, esa elección de subrayar la compasión en medio de un libro tonto y hermoso, decía mucho más que un grimorio entero.
Guardó el libro en su bolsa con más cuidado del que solía usar y respiró hondo.
Luego, se puso en camino. Quedaban cosas por hacer y verrugas que curar.
👣 Carta de expedición: 4 de diamantes
🧺 Nivel de Forrajeo 0
⌛ Tiempo límite: 5
Elaria estaba ya a punto de rendirse y regresar cuando notó una luz cálida parpadeando al fondo de un túnel estrecho. No era magia, ni antorchas. Parecía… ¿una lámpara de aceite?

Avanzó con cautela hacia la luz, y se encontró con una tienda, allí, en mitad de la oscuridad. La lámpara parpadeaba tenuemente en el fondo de la galería, colgada de una cuerda tensa entre dos estalactitas. El toldo, hecho de hojas prensadas y cuerda de raíz, apenas cubría una mesa baja de piedra. Sobre ella: un anillo oxidado, una pluma de ave extinta, tres botones de hueso, un frasco con una risa atrapada y un Skullcap. Era inconfundible: un hongo grisáceo, de sombrero cuarteado y textura opaca, que parecía una cabeza humana encogida, con la mandíbula agrietada. Incluso inerte, daba escalofríos.
Detrás del tenderete, el mercader peludo le hacía señas con las zarpas, sus ojos redondos y brillantes reflejando la luz como faroles húmedos.
—¿Cuánto pides por esto? —murmuró Elaria.
El ser negó con entusiasmo y señaló el Skullcap y luego el pecho de Elaria. No pedía monedas, quería algo de ella, un recuerdo vivido, algo intangible. Dudó un momento, ya que no era una trasacción cualquiera, pero decidió pagar el precio. Cerró los ojos y buscó algo de lo que pudiera desprenderse.
—Te ofrezco un recuerdo. Uno tierno. Cuando tenía seis años, escondida bajo la mesa de la cocina, me gustaba oír reír a mi madre mientras horneaba pan con miel. Te ofrezco el recuerdo de su risa y la calidez que me hacía sentir.
El mercader extendió la garra, y cuando Elaria colocó su mano sobre la suya, sintió un susurro leve, como si un hilo invisible le saliera del pecho. Nada dolía, pero al retirar la mano, no conseguía acordarse del recuerdo que le había ofrecido. El ser asintió, reverente, y con ambas manos le entregó el Skullcap envuelto en una hoja de algarrobo seco. Luego se esfumó por un hueco lateral, llevándose su tenderete como si nunca hubiera existido.
Elaria miró el hongo un instante. La mandíbula partida del sombrero se abría un poco, como en un bostezo siniestro.
—Una forma extraña de pagar —susurró.
Y lo guardó con sumo cuidado antes de encaminarse de nuevo a la salida.
La vuelta a casa y la preparación
⌛ Tiempo límite: 4
El aire de la caverna se volvió más húmedo y tibio conforme Elaria ascendía por el túnel de salida. El musgo brillaba con un tono apagado en las paredes.
Thiriel estaba esperándola en el saliente que daba al paso de la montaña. Al verla aparecer, se incorporó de golpe con un gruñido entre aliviado y molesto.
—Ya, ya lo sé —dijo Elaria, agotada—. No me mires así. He estado mucho tiempo fuera, pero no he parado — Thiriel se acercó, la olfateó de pies a cabeza y emitió un leve resoplido que olía a madera quemada. — Sí, sé que también huele raro, pero tengo muchas cosas que contarte.
Se sentaron juntos en una roca tibia al sol del medio día, apoyó los codos sobre las rodillas y con las manos enlazadas, le relató lo ocurrido. Luego, continuaron el camino de regreso a casa.
La puerta de la cabaña chirrió ligeramente al abrirse. La luz de la tarde se filtraba a través de las rendijas de las contraventanas, marcando líneas doradas sobre las estanterías cargadas de frascos. Thiriel entró primero, olfateando cada rincón como si el mundo hubiera cambiado en su ausencia.
Elaria, sin quitarse el abrigo todavía, se dirigió a la caseta de invitados. El ser, aún con restos de verrugas en la cara y el cuello, estaba sentado en la cama, hojeando una revista de heráldica local con expresión aburrida. Al verla entrar, sus ojos se iluminaron.
—¿La tienes?
Elaria asintió, y alzó el zurrón con una mano temblorosa.
—Tengo lo que necesito. Voy a preparar la poción ahora mismo.
—¿Ahora? —preguntó él, entornando los ojos—. Quiero decir, no es por nada, pero tienes cara de que te ha atropellado un carro de heno. ¿Estás segura de que puedes?
Elaria lo miró con una ceja en alto.
—Estás insinuando que podría equivocarme.
—No, no, para nada —se apresuró a decir—. Es solo que… bueno, si vas a salvarme del ridículo y de la desgracia romántica, prefiero que lo hagas descansada. No me gustaría que confundieras una hierba medicinal con, no sé, un condimento de la cocina…
Elaria suspiró, pero una sonrisa le cruzó el rostro.
—Tienes suerte de que esté de buen humor, aspirante a príncipe.
—Y tú tienes suerte de que siga siendo un buen paciente —replicó él, acurrucándose bajo la manta—. Dormí fatal anoche con los nervios de no saber si conseguirías los ingredientes para la poción.
—Entonces, dormiremos y descansaremos con tranquilidad esta noche, y mañana por la mañana salvaré lo que quede de tu dignidad.
—Suena justo —murmuró él, cerrando los ojos.
Elaria salió despacio, dejando la puerta entreabierta, y apoyó la espalda contra la pared. Respiró hondo. Estaba totalmente agotada.
Era aún temprano cuando Elaria se levantó, con la casa envuelta en una bruma baja que se colaba por debajo de la puerta. Thiriel dormitaba junto al hogar, roncando como una tetera hirivente.
Elaria se envolvió en su bata de trabajo, ató su cabello con una cinta de lino, y encendió la hornilla del banco lateral. Lo hizo sin prisa, tenía tiempo de sobra.
Hoy no hacía falta pensar. Solo recordar con el cuerpo.
Colocó sobre la mesa el mortero de piedra negra, un frasco turbio de vidrio, un filtro de lino, y en el centro, los ingredientes: el Skullcap con su cráneo de hongo encogido, y la ampolla opalescente con el moco de rana suave.
Con un suspiro, comenzó.
Primero, trituró el Skullcap lentamente, girando la piedra con el peso exacto que lo rompía sin pulverizarlo. Después, calentó agua y cuando comenzó a hervir con un burbujeo irregular, añadió el polvo de hongo, que tiñó el líquido de un gris malva denso, como tinta de calamar aguada.
El siguiente paso fue delicado.
Elaria abrió con sumo cuidado la ampolla del Smooth-Croak, liberando un olor ácido que se pegó a sus dedos como baba de sauce. Usó una cucharilla de hueso tallado por ella misma, recogiendo una medida exacta. Al añadirlo al caldero, la mezcla siseó, luego se calló. Observó el remolino que se formó, y esperó hasta que la burbuja central explotó en silencio. Esa era la señal. Vertió la poción con cuidado en el frasco de vidrio, usando el paño de lino como filtro, y dejó que el líquido se asentara. Era una sustancia densa, con tonos verdosos y reflejos morados de pantano al atardecer.

Cerró con un tapón de musgo seco, y selló el borde con un poco de resina de lavanda, y dibujó el simbolo mágico: una verruga atravesada por una línea, y una pequeña onda que se desvanecía.
Thiriel ya había despertado y la observaba desde el rincón, con los ojos entrecerrados. Elaria levantó el frasco, lo puso a contraluz, y se lo mostró al pequeño dragón.
—No hay belleza en lo que la causó — le dijo —, pero al menos puede haberla en lo que la cura.
Lo dejó sobre el paño, y fue a buscar su abrigo. Había un paciente ranificado esperando.
La entrega
Se detuvo ante la puerta de la caseta de invitados. Del otro lado, no se oía nada, así es que tocó suavemente con los nudillos.
—Pasa —dijo una voz algo ronca.
El paciente estaba recostado, con una manta hasta el cuello y el rostro visiblemente más verrugoso que el día anterior. Una de sus orejas tenía un color indefinido entre el coral y el moho. En su regazo, descansaba una hoja de papel en la que había estado escribiendo algo que rápidamente escondió al verla entrar.
—Buenas noticias —dijo Elaria, alzando el frasco como quien muestra una joya prohibida.
—¿Es eso…? —sus ojos se abrieron como platos—. ¿La cura?
—Sip —respondió ella, sentándose junto a la cama.
Él se irguió torpemente, extendiendo una mano con cierto dramatismo.
—Estoy preparado.
Elaria destapó el frasco y le ofreció una cucharada exacta. El joven la olfateó primero, hizo una mueca, y luego bebió de un trago. La reacción fue inmediata: se estremeció como si le hubiesen echado agua helada por dentro, soltó un leve croac involuntario, y se le erizó el vello de los brazos.
—Eso fue asqueroso —murmuró, temblando.
—Buena señal —dijo Elaria, sonriendo—. Las buenas pociones siempre lo son.
Unos segundos después, una de las verrugas de su mejilla se deshizo como si se evaporara en silencio. Otra, en su clavícula, se redujo a la mitad. El ser se palpó la cara, maravillado.

—¡Funciona! ¡Funciona!
—Tardará unas horas en hacer efecto completo. Y tendrás que evitar charcos, espejos mágicos y ranas parlantes por lo menos una semana.
—¿Y si veo una rana encantada?
—La ignoras, sonríes, y te vas en dirección contraria —dijo Elaria con voz firme.
Se quedaron un momento en silencio. Luego él bajó un poco la mirada y murmuró:
—Gracias por no reírte de mí.
—Te aseguro que he visto cosas mucho más ridículas. Pero nunca tan tiernamente desesperadas.
Él sonrió. Una de sus orejas ya había vuelto a su color normal.
—No le contaré a nadie lo de la nota romántica que estabas escribiendo cuando entré.
—¡No era…! —se detuvo, ruborizado hasta los párpados—. ¡Estaba…!
Elaria salió de la caseta con la misma media sonrisa con la que había entrado.
Desde la ventana, Thiriel la observaba con los ojos entrecerrados, su cola oscilando con parsimonia.
—¿Otro príncipe frustrado? — le preguntó.
—No, solo un idiota encantador con el orgullo herido —respondió ella en voz baja.
El diario
Al volver a la cabaña, Elaria sacó su diario y comenzó a escribir:
Poción Solo era un Batracio
Ingredientes: Smooth-Croak y Skullcap
Coste: 20 monedas
Utensilios: Caldero de barro esmaltado, mortero de piedra negra, filtro de lino fino, cucharilla de hueso tallado, frasco de vidrio turbio con tapón de musgo, sello de resina de lavanda
Procedimiento:
- Triturar el Skullcap en el mortero hasta reducirlo a polvo áspero. (Evitar aspirar las esporas: producen risas secas sin motivo.)
- Hervir agua.
- En el agua hirviendo, añadir el polvo de Skullcap y remover con cuchara de hueso hasta que el líquido adquiera un tono entre violeta marchito y verde rana.
- Añadir con sumo cuidado el Smooth-Croak, evitando el contacto con la ropa. (De lo contrario, las verrugas aparecen en el tejido. Literalmente.)
- Dejar reposar hasta que burbujee solo una vez.
- Filtrar con lino, envasar en frasco turbio y sellar con resina de lavanda.
- Marcar con la runa del retorno: una verruga partida por una línea ondulante.
Efectos: Neutraliza los estragos causados por anfibios no encantados (verrugas y veneno), puede producir nostalgia leve y atracción involuntaria hacia charcos tranquilos.
Nota personal: «Lo besó con ilusión y acabó croando en soledad. Esta poción rompe hechizos y expectativas.»
Luego, guardó su cuaderno, y se puso a trajinar en la cocina.
Descanso
⌛ Tiempo de descanso = 6
El siguiente día no acudió ningún paciente. El aire olía a corteza lavada, y la bruma apenas tocaba el suelo. Era un buen día para hacer algo en el exterior.
Detrás del cobertizo, bajo una lona olvidada, encontró los restos de una vieja colmena, desarmada cuidadosamente: tablones de madera de avellano, marcos aún impregnados de cera, clavos torcidos, un velo de apicultora manchado con una flor bordada a mano.
—Sabías lo que hacías, ¿eh? —murmuró, acariciando uno de los paneles con la yema de los dedos.
Pasó casi tres días limpiando y lijando. Thiriel se tumbaba cerca, observando el proceso con atención.
Al día siguiente, tomó su zurrón, y partió hacia el pueblo.

Regresó con un pequeño enjambre dentro de una caja de viaje de barro cocido, cubierta con un paño húmedo. El vendedor, un apicultor que hablaba poco pero sonreía mucho, le había prometido que eran abejas sanas, tranquilas y trabajadoras.
Pagó 50 monedas sin regatear.
Instalar la colmena le llevó hasta la caída del sol. Cuando colocó el último marco y abrió con cuidado la caja, las primeras abejas salieron zumbando en espiral, explorando el aire como si despertaran de un sueño tibio.
Thiriel ladeó la cabeza, pero no se acercó.
Elaria se quedó un rato allí, observando.
¡La colmena estaba lista!
✅ Mejora construida: Colmena
💰 Costo: 50 monedas. Dinero restante: 34
🍯 Producción futura: Añade 1 punto de DULCE a 4 pociones por temporada.
Ya tenemos abejitas para endulzar las pociones, y también hemos encontrado cosas de la bruja anterior. ¡Esto pinta fenomenal!
Hasta luego, gente!
Apothecaria. Partida 1. Primavera. Semana 4
Era una noche de viento irregular. Las brasas crepitaban con desgana en el hogar, y las sombras se estiraban por la estancia como si quisieran abandonar la casa. Elaria limpiaba el borde de un frasco con un trapo áspero cuando una llamada a la puerta interrumpió la quietud.
Apothecaria. Partida 1. Primavera. Semana 6
El sol se filtraba en haces tenues entre las ramas altas del bosque. Elaria caminaba sin rumbo dando un paseo sin ninguna intención por el bosque. Thiriel, a su lado, avanzaba en silencio, olfateando la tierra húmeda y deteniéndose de vez en cuando a observar cómo una hoja giraba en espiral hacia el suelo.