Apothecaria. Partida 1. Primavera. Semana 10.

Vamos a continuar la partida 1 del juego Apothecaria. Ya estamos en la semana 10. Parece que Elaria se está convirtiendo en una experta en monstruos, porque es la mayoría de pacientes que tenemos.

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A ver qué o quién llama hoy a nuestra puerta.

Estado de la partida.

Apothecaria. Partida 1. Elaria

Nombre: Elaria.
Reputación: 14
Dinero: 152
Fecha: décima semana de la primavera.

Objetos:

  • Un caldero para hervir ingredientes
  • Un alambique para destilar ingredientes
  • Un mortero para triturar ingredientes
  • Colmena que añade dulzura (disponibles 3/4)
  • 1 Songberries ⭐ (trituradas para [HUMOR]). Añaden un punto de dulzura.
  • Deep Reed ⭐ (triturado para [OÍDO] [SANGRE] y [ESTÓMAGO]).
  • 1 Silverleaf ⭐ (triturado para [INFECCIÓN] and [ERUPCIÓN]).

Planteamiento de la semana

🧍 Carta de visitante: 10 de corazones
🦠 Carta de enfermedad: 10 de diamantes
🐛 Enfermedad: Susto Sustoso. El afectado ha visto algo tan horrible, tan aterrador, tan increíblemente aterrador que su cabello se ha vuelto blanco y se ha desgarrado la garganta de tanto gritar.
⚗️ Detalles de la cura: [CABELLO⭐] [DOLOR⭐][ÁNIMO⭐⭐]
⚠️ Consecuencias: Sale corriendo gritando. ¿Lo encontrarán alguna vez? Pierde 1 punto de Reputación.
⌛ Tiempo límite: 6
🌿 Ingredientes para la cura: Fairy Dust ⭐⭐, Bosque dificutad 6 para ÁNIMO, Skeleton Dust ⭐⭐, dificutad 5 para CABELLO, y Skullcap ⭐, dificultad 2 para DOLOR, ambos en la Caverna del Héroe.

Desarrollo

La tarde había pasado sin sobresaltos. Elaria estaba clasificando raíces en la mesa larga, envuelta en el silencio suave del hogar, mientras Thiriel dormía enrollado sobre su cojín. Solo el crujido ocasional de la madera y el murmullo del viento entre los árboles llenaban el aire, hasta que algo golpeó la pared lateral de la cabaña con tal fuerza que hizo temblar los estantes. Tres frascos cayeron. Uno rodó sin romperse. Otro estalló contra el suelo, esparciendo polvo de espino por toda la piedra. Elaria se quedó quieta un segundo. Thiriel ya se había incorporado.

—Eso no ha sido una rama —dijo.

Salieron por la puerta con rapidez. Junto a la pared este, medio encajado en un zarzal, había un hombre de mediana edad con la ropa de trabajo de campo cubierta de barro y un chichón del tamaño de un huevo de gallina en la frente. Tenía los ojos cerrados y el pecho subiendo y bajando con dificultad.

—Es un vecino de High Rannoc —murmuró Elaria—. Lo he visto en el mercado.

Lo levantaron entre los dos como pudieron y lo metieron en la cabaña, acostándolo en una manta junto al hogar. Elaria preparó rápidamente un paño frío y se lo aplicó en la frente, sujetándolo con una venda floja.

—Respira y no tiene fiebre, pero el golpe lo ha dejado inconsciente.

Apothecaria. Partida 1. Semana 10. El paciente.

Thiriel se quedó vigilando desde la entrada. Pasaron unos quince minutos antes de que el hombre abriera los ojos. Cuando lo hizo, parpadeó, se incorporó a medias, miró a Elaria… y entonces gritó. El chillido fue agudo, descontrolado, como si viera algo terrible que los demás no veían. Elaria trató de calmarlo, pero el hombre se encogió contra la pared, con las manos temblando, gritando sin parar hasta que la voz se le quebró del todo. Entonces, se desplomó de lado, respirando agitadamente, y su pelo, que hasta hace unos segundos era castaño, se volvió completamente blanco ante la asombrada mirada de Elaria y Thiriel.

Elaria se arrodilló a su lado mientras él la miraba, los ojos abiertos como platos, con el rostro pálido y cubierto de sudor.

—¿Qué has visto?

El hombre tragó saliva, con la garganta dolorida. Su voz era un hilo desgarrado.

—No sé como describirlo… Es grande… Está… está sonriendo, justo ahí — dijo levantando una mano temblorosa y señalando un lugar impreciso detrás de Elaria— pero no tiene boca… Me está persiguiendo desde que lo vi la primera vez en el claro del río. Yo no… no tenía que estar allí…

Elaria miró detrás de ella, confirmando que no había nada, y le cogió la mano para darle confianza.

—Tranquilo, ahí no hay nada. Aquí estás a salvo.

El grito fue tan repentino que a Elaria no le dio tiempo a reaccionar. El aldeano se había incorporado de golpe, con los ojos desorbitados, y salió corriendo hacia la puerta como pollo sin cabeza. Casi atropella en su carrera a Thiriel, que apenas tuvo tiempo de alzar el vuelo para quitarse del medio.

—¡Espera, no corras! —gritó Elaria.

Demasiado tarde. El hombre bajó los tres escalones del porche a toda velocidad… y tropezó con el último. Se lanzó hacia delante, los brazos extendidos, y su frente chocó contra el canto de la piedra plana del sendero con un toc seco y doloroso. Se quedó tendido en el suelo, completamente inmóvil. Elaria se acercó de inmediato, se arrodilló y revisó su pulso. Estaba estable, y respiraba, pero tenía un nuevo chichón en la sien opuesta.

—Dos por uno —murmuró con una mezcla de preocupación y cansancio.

Thiriel lo observaba con una ceja levantada.

—¿Lo arrastramos esta vez o lo cargo?

—Lo llevamos entre los dos. No pesa tanto.

Lo acomodaron con esfuerzo en la caseta de invitados, sobre el catre reforzado. Elaria le envolvió la cabeza con un vendaje fresco y le aplicó más compresas frías. Esta vez no quiso arriesgarse y tomó unas tiras de lino trenzado, resistentes pero suaves, atándole las muñecas con firmeza al marco de la cama, pero dejando suficiente holgura para que no se hiciera daño.

—Por si acaso decide salir corriendo de nuevo —comentó mientras ajustaba los nudos.

Thiriel bufó suavemente desde la puerta.

—¿Y ahora?

Elaria respiró hondo mientras volvían a la cabaña. Se limpió las manos con alcohol de romero y se sentó junto al fuego.

—Ahora vamos a estudiar la cura. No sé qué ha visto, pero creo que es un caso claro de Susto Sustoso, sobre todo después de ver el cambio de color de su pelo.

Miró por la ventana, hacia el bosque tranquilo.

—Tendremos que recolectar algunos ingredientes…

Hacia la Arboleda del Bosque Centelleante

La mañana era clara, y el bosque estaba más húmedo de lo habitual. Elaria caminaba entre raíces y hojas blandas, con los ojos clavados en los claros del suelo donde a veces crecía el musgo polvoriento que contenía partículas de Fairy Dust. Thiriel volaba más bajo, con las alas tensas.

—¿Notas eso? —preguntó de pronto.— El bosque está envuelto en magia que chisporrotea por todas partes…

—Yo no soy capaz de detectar la magia como tú, Thiriel. No noto nada distinto…

Pero entonces Elaria se detuvo. A unos treinta metros, entre dos hayas grandes, se vislumbraba una figura nívea, esbelta, majestuosa: un unicornio de crines largas, patas delgadas y una mirada fija, oscura y profunda. Estaba allí, sin moverse, observándolos. Elaria no hizo ningún movimiento, sólo le sostuvo la mirada, embrujada en su contemplación. Tras unos instantes que podrían haber sido horas, el unicornio inclinó levemente la cabeza, se giró con elegancia y desapareció entre los árboles, sin dejar más rastro que unas pocas hojas agitadas.

Thiriel tardó un buen rato en hablar.

—¿Te habías encontrado con un unicornio antes?

—No, pero ojalá no sea la última. Ha sido maravilloso.— Elaria bajó la vista hacia su cesta, que seguía vacía.— Pero no tenemos mucho tiempo, hemos de continuar buscando los ingredientes.

Apothecaria. Partida 1. Semana 10. El unicornio.

La zona del bosque que Elaria había elegido era densa, con poco paso humano y muchas zonas donde la humedad se acumulaba en los troncos caídos y las hendiduras del suelo. Sabía que el Fairy Dust no se presentaba como polvo suelto, sino como una capa de esporas cristalinas que flotaba apenas visible sobre ciertas flores o líquenes.

—Avísame si hueles a miel y corteza quemada. Estaremos cerca — le recordó a Thiriel en voz baja.

Avanzó con cuidado, buscando los viejos signos: hendiduras en la base de raíces, florecillas grises con centros blancos, musgo que parpadea si se le sopla. Tras más de media hora buscando, finalmente lo encontró: un tronco seco caído parcialmente cubierto por una flor blanca abierta hacia abajo, bajo la cual flotaba un brillo apenas perceptible.

—Aquí estás…

Elaria sacó un pequeño embudo de vidrio invertido, una cucharilla de hueso, y una bolsa de lino cerrada con cera. No podía recogerlo con las manos ni raspar el tronco; eso destruiría la capa.

Con respiración contenida, colocó el embudo en ángulo, sopló ligeramente sobre el polvo suspendido, y lo dejó asentarse en el interior de la herramienta. Luego, con un solo movimiento suave, lo depositó en el fondo del saquito. Repitió este proceso dos veces más con distintos focos cercanos. No era mucha cantidad, apenas un par de gramos, pero bastaba para una dosis fuerte, especialmente si se activaba en infusión con agua de resina o vapor de Skullcap.

—Ya está.

Thiriel bajó planeando desde una rama.

—¿Lo tienes?

Elaria asintió.

—Sí. Limpio y fresco. Sigamos, que aún queda lo peor: los huesos.

Hacia la Caverna del Héroe

La luz temblorosa de la piedra guía reveló algo extraño al final del corredor: un cofre de madera apoyado sobre cuatro patas cortas, que avanzaba despacio, olfateando el suelo con una lengua pálida y viscosa que salía por la rendija de la tapa. Elaria se detuvo en seco. Thiriel descendió en silencio, con las alas aún abiertas.

—Ese baúl se está acercando a nosotros… y puede que nos de un lametón…

Apothecaria. Partida 1. Semana 10. El baúl vivo

Cuando la criatura lo escuchó, se giró de golpe, avanzó unos pasos cortos y se sentó de forma extrañamente animal. Abrió ligeramente la tapa, mostrando parte de su interior… y extendió la lengua hacia Elaria con un sonido leve, como un gemido hueco.

—Está pidiendo algo —dijo Thiriel.

Elaria observó al ser un par de segundos, luego revisó su zurrón. Polvos, plantas, esporas secas… pero nada de origen animal.

—No tengo nada para él —murmuró—. Ni carcasas, ni baba, ni restos de escamas. Solo plantas.

El mímico ladeó la tapa con un gesto casi decepcionado. Luego se retiró unos pasos, dio media vuelta lentamente y se internó otra vez en un pasillo lateral, con movimientos torpes pero tranquilos.

—Tal vez vuelva —dijo Thiriel.

—La próxima vez que vengamos a la Cueva del Héroe, intentaré traer algo por si nos lo encontramos.

Elaria anotó mentalmente la ubicación y la reacción del ser. Parecía tan solo…

Después de que el mímico desapareciera por el pasillo lateral, Elaria y Thiriel continuaron descendiendo hacia una zona más húmeda y estable de la cueva. Allí, la temperatura era constante y el aire olía a piedra mojada.

—El Skullcap suele crecer cerca de las filtraciones —dijo Elaria—. Sombra, agua en el suelo y un poco de calma.

Thiriel se adelantó planeando por una galería baja y llamó desde una repisa:

—Aquí, creo que lo estoy viendo.

Elaria se acercó con cuidado. En la base de una roca partida, justo donde el goteo del techo había generado un charco del tamaño de un cuenco, crecían varios brotes bajos con hojas dentadas y un tono entre verde seco y gris azulado. El borde de las hojas tenía un leve rizo, y su aroma era suave, amargo, ligeramente mentolado.

—Skullcap. Fresco, reciente y limpio —confirmó.

Cortó varias hojas con su cuchillo curvo, sin dañar las raíces, y las envolvió en un pañuelo de lino húmedo. Guardó todo en una caja de cierre de arcilla.

—Con esto bastará para una dosis.

Thiriel descendió hasta la roca junto a ella.

—¿Vamos a por los huesos?

Elaria asintió, ajustando el zurrón.

—Lo he dejado para el final por algo. No me gusta nada ese reactivo.

La cueva estaba más silenciosa cuanto más descendían. La humedad se pegaba a la ropa, y cada paso de Elaria levantaba pequeñas partículas de polvo mineral. Llevaba una lámpara de cristal filtrado colgando del cinturón, lo justo para no quedar completamente a oscuras. En una cámara secundaria, el suelo se abría en una pequeña depresión con restos óseos claramente visibles: parte de una columna vertebral incrustada en piedra, un fémur aislado, y fragmentos desordenados de costillas. Elaria se agachó sin prisa, sacó su raspador de marfil y trabajó en silencio.

—Base del fémur y vértebras… —murmuró con un deje de asco en la voz.

Recolectó el polvo en un frasco opaco, lo selló con cera y anotó la fecha y el origen en una pequeña etiqueta de lino. Lo guardó con cuidado en el zurrón. Ya tenían también el Skeleton Dust. Cuando se incorporó, notó algo sobresaliendo parcialmente entre dos piedras: un trozo de cuero viejo doblado en tres partes. Lo sacó y lo desenrolló con cuidado.

Era un mapa, hecho con tinta borrosa y líneas torcidas. La mayoría de los pasillos no coincidían con los reales, pero en una esquina inferior había una marca clara: una «X» junto al dibujo rudimentario de una hoja con brillo. Una leyenda decía:

“Plata viva. Peligro. No tocar sin guantes.”

Elaria alzó una ceja.

—¿Vamos? —preguntó Thiriel desde arriba, sin necesidad de explicaciones.

Elaria asintió. Avanzaron por el pasadizo mal representado en el mapa, pero a pesar de las inexactitudes, el dibujo señalaba una bifurcación que estaba delante de ellos. En su extremo, tras una roca plana cubierta de líquenes, encontró lo que buscaba. Creciendo en sombra total, junto a una filtración de agua turbia, se alzaban tres hojas delgadas, con un brillo mate metálico: Silverleaf. Elaria se puso los guantes, sacó las pinzas de hueso y cortó una de las hojas, envolviéndola en un paño encerado como ya había hecho otras veces.

—Hoy estamos teniendo mucha suerte —dijo, mirando de reojo el mapa que aún llevaba en la mano.

Thiriel la observaba desde la entrada del pasadizo.

—Yo diría que es la cueva premiando tu terquedad.

—Llámalo como quieras, pero lo importante es que esto nos va a venir bien.

Guardó la hoja con las demás y se giró para volver al nivel superior.

La vuelta a casa y la preparación

Volvieron al caer la tarde. El cielo estaba cubierto de nubes bajas y densas, y el aire comenzaba a oler a tierra fría. La cabaña los recibió con su crujido habitual en la madera y la calidez del fuego que Thiriel había encendido de un bufido antes de que Elaria entrara.

Sin quitarse la capa, vació el zurrón sobre la mesa: tres frascos, dos paquetes envueltos en lino y un mapa sucio, ahora doblado con cuidado.

—Lo tenemos todo —dijo, más para convencerse que para anunciarlo.

Thiriel se sacudió el polvo de las alas.

—Y él sigue atado a la cama, ¿no?

—Revisé los nudos antes de salir, pero ¿puedes ir a echar un vistazo mientras yo organizo las cosas? —respondió Elaria mientras colgaba el abrigo y se lavaba las manos. Thiriel salió hacia la cabaña de invitados.

Preparó el espacio de trabajo con método. Puso a calentar agua en el caldero bajo, sacó los instrumentos: mortero de piedra para el Skullcap, colador de cerámica para el Skeleton Dust, y una cuchara de hueso para dosificar el Fairy Dust.

Primero trituró las hojas de Skullcap, que soltaron un aroma terroso y amargo. Lo disolvió lentamente en el agua ya burbujeante. Luego tamizó el Skeleton Dust sobre la mezcla. El líquido adquirió un tono lechoso, ligeramente opalescente. Por último, con cuidado extremo, añadió el Fairy Dust. El polvo brilló al contacto, pero se disolvió sin chispear ni espumar.

—No huele a nada, pero eso no significa que no funcione —dijo en voz baja, mientras removía con un movimiento lento y uniforme.

Cuando la mezcla alcanzó una textura densa, la vertió en un frasco de vidrio verde oscuro y lo selló con cera pálida. Luego, ató al cuello del frasco una cinta de hilo blanco, en la que bordó una espiral descendente: el símbolo que ella usaba para «estabilidad interior».

Apothecaria. Partida 1. Semana 10. La poción.

Se quedó un momento mirando el frasco.

—¿Lista?

Elaria asintió.

—Vamos a ver si conseguimos que vuelva al mundo real sin entrar en pánico.

La entrega

La caseta de invitados estaba en silencio. Elaria abrió la puerta con cuidado, empujándola con el hombro. El paciente seguía en el catre, cubierto con una manta hasta el pecho, los brazos aún sujetos con los nudos flojos de seguridad. No gritaba ni se agitaba, sino que tenía la mirada fija en el techo, con los ojos abiertos y el cabello blanco pegado a la frente por el sudor.

Elaria se acercó sin prisa, con el frasco envuelto en lino limpio.

—No voy a soltarte, aún no, pero necesito que te bebas esto. Te ayudará —dijo con voz clara, sin dureza.

Se sentó a su lado, le levantó suavemente la cabeza con una mano, y con la otra acercó el frasco a sus labios. Él no se resistió, sino que dejó que Elaria lo guiara, y bebió, muy despacio, pero bebió. El líquido no tenía sabor, pero sí una densidad extraña. El líquido pasó lento. El paciente no tosió. Solo parpadeó una vez, y luego, muy despacio, cerró los ojos.

Elaria esperó, viendo como su cuerpo se relajaba: sus hombros bajaron y la mandíbula dejó de estar rígida. No dijo ni una palabra, solo hubo un suspiro seco, largo, como si se hubiese guardado dentro desde que entró en la cabaña.

—Lo peor ya pasó —murmuró Elaria, retirando con cuidado el frasco vacío.

Después de unos segundos, respiró con más profundidad. Su cuerpo se fue aflojando gradualmente. Elaria observó pacientemente. Finalmente le preguntó.

—¿Cómo te sientes?

La voz salió como un susurro ronco.

—No… no está aquí. Se ha ido.

Elaria colocó el frasco vacío en la bandeja de madera.

—No, ya no está. Pero si vuelve, tienes que decírmelo, no salir corriendo ni gritar.

El hombre asintió con lentitud. Estaba exhausto.

—¿Quieres dormir?

—Sí.

—Entonces te dejamos descansar.

Elaria le sujetó la muñeca de nuevo, sin apretar, apagó la lámpara de aceite y cerró la puerta sin hacer ruido. Fuera, Thiriel la esperaba junto al alfeizar.

—¿Se ha calmado?

—Sí. No ha gritado, ni ha huido. Por hoy, es más que suficiente.

Thiriel ladeó la cabeza.

—¿Y si vuelve a ver lo que vio?

Elaria suspiró.

—No lo he desatado, así es que cuando vuelva lo encontraré otra vez histérico.

El diario

Elaria se sentó a escribir antes de olvidar todos los pasos.

¡Por fin fue hora de dormir!

Descanso

El día después de la última entrega se hizo largo, pero no por las urgencias, sino por todo lo contrario. Nadie tocó la puerta. Elaria tomó el desayuno sentada, tranquila, sin que nada la interrumpiese.

—Voy al pueblo —anunció, poniéndose la capa.

Thiriel levantó apenas la cabeza.

—¿Vas a por pan?

—Voy a hacer algunas reformas y necesito materiales —respondió ella, con un tono que no se molestó en explicar.

La caminata fue breve. El suelo estaba seco y el aire olía a tierra revuelta. En la plaza de High Rannoc, entre puestos cubiertos con lonas y cestos de cebollas, encontró al que buscaba: Jonthar, el carpintero viejo, robusto y con manos como cuñas.

—Buenos días, Jonthar. ¿Tienes tiempo para un encargo raro? —preguntó Elaria.

Jonthar se rascó la barba.

—¿Cómo de raro? ¿Una mesa con patas que se doblan o una jaula para hongo parlante?

—Un desván… para cuervos, en el techo de mi casa.

El carpintero entrecerró los ojos, pensativo. Elaria sacó un pliego arrugado con un diseño simple: una estructura triangular con entrada frontal, espacio ventilado, un par de poleas y dos perchas con protección contra la lluvia.

—Quiero que vivan ahí y se sienta a gusto. No serán simples invitados, sino que trabajarán para mí llevando cosas, como frascos o mensajes.

—¿Como un buzón? —gruñó Jonthar.

—Como un puesto de mensajería aérea.

Jonthar tomó el pliego, lo revisó varias veces, y luego alzó la vista.

—No debe ser demasiado complicado de hacer. Con materiales y mano de obra rápida, tardaré algo menos de una semana en hacerlo. Te costará 150 monedas.

Elaria asintió y le entregó la bolsa sin contar.

—¿Podrías empezar mañana mismo? No quiero adornos, sino que sea funcional.

—Entonces lo tendrás en tres días.

Ella asintió.

—¡Muchas gracias! Por fin podré mejorar el tratamiento para mis pacientes.

Jonthar la observó alejarse por el sendero. Luego sacó una tiza del bolsillo, dibujó una línea recta sobre el suelo junto al banco… y se puso a trabajar.

El primer golpe de martillo llegó al amanecer del día siguiente. Thiriel levantó el cuello como un resorte desde su rincón junto al fuego.

—¿Qué fue eso?

Elaria, aún en bata, hojeaba su cuaderno de anotaciones.

—Eso fue Jonthar, cumpliendo su palabra.

Otro golpe. Luego tres más. Luego un chirrido de sierra que parecía arrancado de una pesadilla mecánica.

—¿Está cortando el techo? —gimió el dragón, cubriéndose la cabeza con una de sus alas.

—Está adaptando las vigas para las perchas de los cuervos —respondió Elaria, sin mirar—. Nada con lo que no podamos convivir unos días.

Thiriel se encogió, murmurando algo ininteligible sobre el respeto por el sueño ajeno.

Durante los dos días siguientes, el sonido del martillo se convirtió en la nueva banda sonora de la cabaña. A veces era martilleo firme, a veces era el arrastre de tablas, y en otras ocasiones el ritmo irregular del propio Jonthar maldiciendo cuando algo no encajaba. Elaria se mantenía ocupada en la cocina o en la mesa de trabajo, probando fórmulas o clasificando ingredientes. Cuando los ruidos eran particularmente salvajes, se limitaba a levantar una ceja. Pero Thiriel estaba francamente molesto.

—¿Eso es una herramienta o un demonio atrapado en una caja de clavos? —soltó en una ocasión, tras un golpe sordo seguido de un zumbido vibrante.

—Probablemente lo segundo —respondió Elaria divertida, removiendo una infusión sin despegar los ojos del frasco.

Al tercer día, cuando la luz de la tarde ya empezaba a inclinarse, Jonthar bajó del tejado. Estaba cubierto de polvo de madera, con una mancha de savia en el pantalón y una mirada satisfecha. Golpeó dos veces la puerta. Elaria salió.

—Está hecho.— Thiriel apareció por detrás, con gesto de sospecha.— Dos perchas, escotilla segura, polea de tracción para los frascos, y un canalón para recoger los desperdicios. Le puse un paraviento para facilitar la limpieza.

Thiriel resopló con fuerza. Elaria alzó la vista. En lo alto, sobre el tejado inclinado, el Desván de Cuervos brillaba con aceite fresco: una pequeña escotilla de madera, reforzada con hierro, se abría hacia el este. Una percha doble sobresalía como una antena, y una pequeña veleta en forma de hoja giraba con suavidad.

—Perfecto —dijo Elaria.

Jonthar asintió y después de que Elaria le agradeciese el trabajo realizado, se marchó hacia el pueblo. Thiriel lo siguió con la mirada hasta que desapareció tras la curva del sendero y luego miró a Elaria.

—¿Y si me niego a convivir con cuervos?

—Los cuervos son parte de nuestro oficio y servirán para tratar a más pacientes. ¡No seas quisquilloso!

El dragón resopló de nuevo, pero no replicó.

El desván llevaba un día entero en silencio. Sin cuervos ni aleteos, simplemente vacío. Thiriel lo miraba cada pocas horas como quien espera que una puerta mal cerrada se le caiga encima.

—¿No necesitas, no sé, ir a buscarlos? ¿Llamarlos con un silbato de bruja o algo?

Elaria seguía clasificando bayas junto al ventanal.

—Ya vendrán.

—¿Y si no vienen?

—Vendrán.

Dos días antes de encargar la construcción, Elaria había salido sola al atardecer, subiendo por la colina tras su cabaña hasta el pino partido que miraba hacia el valle. Había dejado granos secos, trozos de cáscara de huevo, y unas tiras de lino blanco trenzado, todo dispuesto con la geometría que los cuervos entienden, aunque los humanos no lo noten.

—Mensajeros del aire, guardianes del viaje —había dicho en voz muy baja, como quien repite algo aprendido hace mucho—. Si os llaman de nuevo, este será vuestro nido.

No les pidió que viniese, solo les ofreció un sitio cómodo. Y llegaron. Esa misma tarde, un cuervo solitario se posó sobre la veleta del desván. La siguiente, tres más se unieron, haciendo ruido, revisando las perchas como quien inspecciona una vivienda recién terminada. Al tercer día, ya había cinco. Uno incluso se atrevió a picotear suavemente el mecanismo de polea que Elaria había probado por la mañana y otro dejó una canica brillante sobre el alero.

Thiriel los observaba desde el alféizar, en silencio.

—No son tan molestos como pensaba.

—Todavía no te han robado nada brillante —respondió Elaria, mientras ajustaba la cuerda del canasto de envío.

Un cuervo graznó desde arriba y otro lo imitó. En segundos, dos bajaron hasta el porche y se posaron sobre la baranda. Elaria sacó una pequeña bolsa con semillas tostadas, la abrió, y dejó que algunas de ellas rodaran hasta el suelo.

—Bienvenidos a la plantilla —dijo con seriedad.

Los cuervos picotearon, comieron, y uno alzó vuelo, girando sobre el tejado antes de perderse en el cielo.

Y ahora vamos a curar pacientes de dos en dos… ¡más difícil todavía!

Hasta luego, gente!

Apothecaria. Partida 1. Primavera. Semana 11.

Apothecaria. Partida 1. Primavera. Semana 11.

La mañana había comenzado con una niebla ligera y un silencio inquietante. Elaria estaba en la cocina, destilando una pequeña cantidad de Deep Reed para futuras mezclas, cuando se escuchó un golpe seco en la puerta. Thiriel, desde su rincón, ni se movió. Era un hombre del pueblo, joven, nervioso, con ojeras marcadas y un pañuelo apretado contra la garganta.

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